galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LAS MAFIAS QUE ESTÁN DETRÁS DE LOS MANTEROS

Por la arena de Samil de aquellos setenta, paseaba ya aquel senegalés cargado de alfombras, a treinta y muchos grados, desde la playa de la Fuente al Gran Picadero. Iba y venía al menos tres veces en la mañana, sorteando cuerpos que pedían sol. Él fue el primer alfombrero que vi en mi vida y me recordó lo bien que los piel negra soportaban los calores del Sáhara.

Entendí también porqué aquel joven fornido vendía alfombras en la playa: Samil era su nuevo desierto y aquellos felpudos suponían el más confortable suelo de las jaimas árabes, sobre todo las de los pudientes miembros de la tribu de los hombres azules, los más ricos comerciantes de África,  de los que él había aprendido el oficio del comercio nómada.

Así, vendiendo alfombras, se ganó la vida durante años en aquel gran Vigo en donde nadie le perseguía. Es más, fuimos muchos los que nos hicimos con alguna de aquellas “ofertas” que al llegar a casa no sabíamos en donde poner.

Nada que ver con lo que está pasando. Ahora los senegaleses afincados en España, llegados aquí tras peligrosas aventuras y sorteando la muerte,  conforman la tribu de los manteros. Es gente a la que nadie valora y una buena parte de esta sociedad desprecia. Son personas humildes que huyeron de la miseria y se conforman con bien poco. Se pasan la vida intentando que les dejen vender para vivir y corriendo para que la muy diligente policía local no les aprehenda sus escasas pertenencias, un montón de baratijas.

A veces, cansados de tanto huir, se manifiestan y alguno, como Mame Mbaye muere en la propia calle donde trabaja porque su corazón no resiste el acoso de tanto fascista y de una policía que para colmo dirige gente de progreso.

Ni que decir tiene que yo defiendo su derecho a la vida que es tanto como permitirles que libremente se la ganen honradamente, vendiendo los variopintos productos que exhiben en sus ingeniosas mantas. Y lo hago convencido de que no son más que unas pobres víctimas de la explotación por parte de las mafias que se aprovechan de su precaria situación legal y de la falta de comprensión de una comunidad imperfecta.

El chino Jian es solo un ejemplo de capo de una de estas organizaciones que se dedican a explotar a mis negritos. Comenzó a finales del siglo pasado “fabricando” música pirata para que sus chicos senegaleses vendiesen CD’s en las calles de Madrid. Ellos estaban en situación desesperada y eran blanco fácil tras haber comprobado que no existía el sueño español.

El chino Jian les dio alojamiento en el centro de la capital: hasta veinte compartían piso de 50 metros con una ducha y un wáter. Les pagaba ridículas comisiones por las ventas… El chino Jian se entendía ya entonces con las mafias de Dakar, que eran las que hacían posible el viaje a España.

Gánsteres chinos y africanos, en perfecta comunión en pleno siglo XXI, siguen explotando a estos pobres chicos que no encuentran trabajo en uno de los ocho países más ricos del mundo. Unos los mandan y todos los explotan.    

El chino Jian, en la actualidad,  tiene un negocio legal de ropa que funciona como una tapadera para hacer llegar los artículos falsificados a los manteros senegaleses de Madrid. Pero no es el único.

El polígono madrileño de Cobo Calleja es el centro neurálgico de las falsificaciones de toda Europa. Allí están los proveedores de todos los manteros. Si te das una vuelta verás aparcados coches de alta gama que indican que en esas naves se están haciendo grandes negocios.

Detrás de los manteros existe un peligroso entramado mafioso que esconde todo un submundo económico. Según cifras de Europol, el mercado de las falsificaciones mueve 150.000 millones de euros más que la droga. Y por lo que se refiere a España, aunque las últimas cifras datan del 2016 son alarmantes: la policía incautó más de cuatro millones de productos falsificados con un valor de mercado de casi mil millones de euros.

Los manteros son las grandes víctimas de este mundo en el que el delito menor que cometen los mafiosos es la falsificación de productos. En esta historia, tan real como el top manta de los años noventa, hay escenas de muerte, esclavitud y explotación de seres humanos.

Deberíamos ser mucho más tolerantes con esos negritos de Lavapiés y de la viguesa calle del Príncipe. Ellos no tienen la culpa de que esta sociedad permita juegos tan peligrosos como los que te he contado.