galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LAS RANAS DE ANTELA

En 1988, el ilustre Palacio Valdés publicaba “El Cuarto Poder” y en su interesante libro se refería no solo al periodismo sino a las necesidades de esta Galicia Única para convertirse en el auténtico paraíso:

—– Solo le faltan al País algunos lagos para ser digno de presentarlo a los extranjeros.

A principios del siglo XX, sin embargo, alguno de los ínclitos políticos que se ocupaban de eso que hoy llamamos Medio Natural y entonces simplemente Agricultura, decidieron “desecar toda agua remansada” con una muy torpe disculpa meteorológica:

—– Así evitaremos las nieblas que tanto afectan a las cosechas…

Aún más grave fue la decisión de desecar el mayor humedal, la Laguna de Antela, allá por los años cincuenta si mal no recuerdo, por decisión personal del que se hacía llamar Caudillo de España por la Gracia de Dios…

    …Dijo Franco entusiasmado que bajo la Laguna de Antela se hallaban las mejores tierras de labradío y que si se desecaba podía ser todo aquello el mayor patatal de todo Europa…” 

Como ocurre en toda dictadura,  los deseos del todopoderoso siempre se cumplen, incluso sin que nadie se tome la molestia de analizar los fondos del humedal, de comprobar si hay excedentes de patata y las graves consecuencias que traería para la ecología de la zona su desaparición.

La Laguna de Antela era una de las grandes maravillas naturales de Galicia y hoy en día sería el Doñana gallego. Nada tendría que envidiar a ese gran parque natural.

En cuanto a las patatas solo se plantaron en una mínima parte porque el resto de la Laguna tenía un fondo arenoso improductivo; y nunca adquirieron el valor que perseguían los productores.

MANUEL MARTÍNEZ, AQUEL PESCADOR DE XINZO.

Yo tuve el privilegio de conocer la Laguna de Antela ya de niño, cuando comenzaron a sonar los tambores de guerra y allá fueron los primeros defensores de la Naturaleza, entre los que se encontraba mi padre.

Mi querida hermana Betty, mi prima Marisú y yo, quedamos asombrados con aquel lago al que, de vuelta a Ourense, adjudicamos monstruo, bruja, ninfa y meiga que dibujamos y yo guardé en mi baúl de los recuerdos.

Aquel día conocimos a Manuel Martínez Martínez. Venía hacia la Laguna provisto de una caña de pescar y una cesta…

—- ¿Vos gustan las ranas?

—- Las ranas no se comen, señor.

—- Son de lo más rico que hay. Las ancas fritas son como el pollo.

—- A mí no me gustan…

—- A mi tampoco.

En esto se acercó mi padre y comenzó la lección magistral sobre la pesca de estos batracios “barulleiros”, con ese croac… croac… croac… incansable, que entonaban como si fuera un himno sagrado, al mismo tiempo, todas a coro,  juntas en el humedal, tomándonos el pelo a quienes les respondíamos…

—- Mira, esa es una princesa…

—- Y aquel un príncipe…

Resulta que se pescaban a la liña, con una caña normal y como cebo un pedacito de piel de rana… La técnica de Manuel era muy parecida a la de la trucha…

—- Hay que bailar el cebo, como haciéndolo saltar, para que las ranas crean que es un “besbello” y salten para comerlo. Son muy hambronas…

Manuel murió hace tiempo, pero aún estuve con él en cuatro o cinco ocasiones, incluso en su casa de la calle Toral, en Xinzo. Me divertían sus historias…

—- ¿Cuánto crees que podía costar un kilo de ranas?

—- Pues no lo sé, Manuel…

—- Costaba 2’40 pesetas el kilo en Ourense y en Verín, pero en Xinzo las vendíamos por solo una peseta kilo.

Estaba haciendo yo un reportaje sobre la Laguna de Antela y sus avatares, allá por el año 62, y aún todos los bares de A Limia ofrecían sabrosas tapas de ancas de rana. Estaban riquísimas…

Los datos que me habían facilitado en lo que se llamaba “Distrito Forestal” –que era como una especie de delegación de lo que hoy sería la Consellería de Medio Ambiente– hablaban bien a las claras de la importancia de las ranas.

Según Saturnino Cancio, que era el jefe del Distrito, se vendían en los años cincuenta 2.000 kilos de ancas. Por aquel entonces, en  Xinzo aún te las ofrecían en platos por docenas, a cinco pesetas el plato…

En una de aquellas charlas con Manuel Martínez, me contó que la Laguna producía “samesugas”, es decir, sanguijuelas. Durante largo tiempo se vendieron en las farmacias de Galicia para practicar sangrías a los enfermos de congestión.

—- Ese es un viejo remedio. Mi bisabuela ya lo utilizaba en Xinzo en el siglo pasado…

Al final de su otoño Manuel Martínez ya no pescaba…

—- Las ranas se mueren. Las comen las cigüeñas, que ahora abundan.

—- Ya. Al haber desecado la Laguna…

—- Se benefician también las “cobras sapeiras”, que esas sí que abundan…

Manuel me contó aquel día que él era un gran comedor de ancas de rana pero también un buen cocinero sabedor de los secretos del “enfariñado”, del sofrito con tomate de la huerta y de un revuelto muy especial con “ovos da casa”. A él le debo uno de los mejores reportajes que publiqué en “Diario de Pontevedra”, en mis comienzos.

Por cierto. Ahora importamos las sanguijuelas de Japón y las utilizamos en tratamientos de belleza. En Ourense hay un local especializado en estas labores.

Ahora dicen que las “samesugas” estiran la piel… Cuando yo era niño te chupaban la sangre.

Por lo visto existe un plan de recuperación de la Laguna de Antela pero, si te soy sincero, no lo tengo muy claro. Y si Manuel viviera lo tendría menos. Verás.

El plan consiste en que las empresas extraigan de este suelo la arena para la construcción. De hecho, como ya te conté alguna vez, hay ya una buena extensión del viejo humedal que parece recuperarse. Pero…

—- Si la construcción ya no es lo que era… ¿Para qué se necesita la arena de la vieja Laguna de Antela?

Me estaba haciendo esta pregunta a mi mismo cuando alguien me tocó el hombro y me dijo…

—- Para las playas, mi amigo… ¡Para las playas! El mar, ayudado por los temporales de invierno, se lleva mucha de la que hay.  

No sé lo que opinaría Manuel Martínez de que la Laguna también sirviese para que se tumben en su blanca y fina arena cuerpos casi desnudos, pero aquel paisaje de Antela y sus espejos de plata es irrecuperable. O eso creo.