galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LLUVIA QUE ENAMORA

Del cielo cayeron gotas a millones y el paisaje de esta aldea se me difuminó. Por eso, el día y la semana estuvieron tristes y el valle se llenó de melancolía esperando una luz que nunca llega cuando nos la niega el invierno. Nada nuevo en la Tierra Única. Es el ciclo de la vida que se inicia en los dos mares y muere otra vez en ellos. Verás.    

Llueve, pero nunca lo hace a gusto de todos…

—- Tiña que chover que a terra estaba seca.

—- Sí, pero chuvia de inverno, non esta piolla.

—- Pois eu atopábame moi a gusto co sol.

—- Non vos queixedes que por Europa morren co frío, a chuvia e boa.

—- Trae humidade e molla.

—- Pero é mais quente ca xiada ou a neverísima.

—- E por demais amósanos a fermosura dun arco da vella…

Todos mis paisanos, refugiados frente al fuego de la lareira y sin más problemas que el tiempo, están en feliz desacuerdo, una vez más, en estos días de enero, cuando los pájaros se callan y los poetas buscan musas en las telarañas de su inspiración.

Así pasó que aquel bardo le gritó al viento con solemnidad…

—- ¡Oh Galicia! ¡De la lluvia se enamora!

El mar y el océano son los creadores de la postal marina del país. En ellos nace la lluvia.  Esta lluvia da origen a los ríos y a las fuentes de salud. Dos mares, mil ríos y un millón de fuentes. De ellos bebemos los gallegos el agua de la vida.

El Atlántico y el Cantábrico son el paisaje azul, elemental, de mil ochocientos kilómetros de costa,  de arena y rocas que reciben cantos de olas, siempre viniendo y siempre marchándose. Como el turismo de cada verano. Es que nuestros dos mares generan la magia litoral que invita a la lectura de cada perspectiva; con calma, para que podamos reinventar las historias  y admirar las grandes obras arquitectónicas de la naturaleza. Es una delicia ver como el agua se mece en la playa y se cuela al mismo tiempo entre las rocas esculpidas.

Además, los dos mares son nuestra despensa pesquera…  

Tampoco pongas límites a la belleza de un río.  Comienza su ciclo saltando desde las montañas para procrear los valles profundos y fertilizar los agros pintando de verde sus ribeiras magníficas. Algunos, ayudados por el hombre, alimentan mares de interior en cuyo espejo se miran monumentales iglesias y conventos, mientras los árboles nadan. Por eso son sagrados.

La lluvia que enamora da de beber a nuestros mil ríos, que son las venas fluviales del país, las que proporcionan vida a la tierra, dejándonos sorprendentes imágenes en su trayecto, dando saltos imposibles o creando superficies irisadas donde se miran las ninfas. Al final, los ríos grandes terminan entregándose a los brazos de Neptuno, en estuarios magníficos.  

Como te decía, el agua es la vida. Las fuentes emergen del interior de la tierra verde, justo al pié de los más antiguos caminos,  para dar de beber al sediento peregrino. Las hay termales, curativas, medicinales. Son las fuentes de nuestra salud. Algunas buscan cobijo en idílicos balnearios para cauterizar nuestras heridas y curar nuestros males. El agua nos resucita, purifica y relaja. Somos agua. Para bien y para mal.

Porque hay en el país fuentes a las que llamamos burgas. Esas son las que manan el agua hirviente del infierno próximo, que dice la leyenda.    

No temas a esta lluvia nuestra de todos los inviernos. Disfrútala sin capucha debajo del castiñeiro y déjala llorar sobre la flor de la camelia. El agua terminará llevándose tu melancolía otra vez al mar y refulgirá más verde tu verde próximo.