galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LOS MILAGROS DEL CONDE SANTO

Desde la carretera de Asturias vi entonces aquella villa bonita presidiendo el valle hermoso y decidí adentrarme en Lourenzá. Eran mis felices sesenta e iba a Ribadeo, camino de Luarca,  donde veraneaban unos amigos que el tiempo borró de mi vida. Nadie hablaba entonces del Camino Norte de las peregrinaciones a Compostela, pero sí de A Mariña lucense y sus playas con catedrales; y por si eso fuera poco te contaban  además los muchos milagros que hizo un conde santo.

 Yo ni creía ni creo en santos; y menos que hayan sido condes. Pero aquella señora, que se llamaba y supongo aún se llama Fe le echó tal pasión al relato que salí convencido de que tenía que volver el día de su fiesta-romería, que se celebra todos los últimos domingos de cada mes de agosto.

Acuden los fieles a Lourenzá para pedirle al “Conde Santo” que les libre de todo mal y para ello meten su mano en un agujero que hay debajo de su sepulcro tratando de tocar su cuerpo. Con la misma mano siempre depositan un donativo para el culto, como en todas las romerías de Galicia.

 A ver. Antes de nada he de deciros que existió. Sí, el Conde existió. Se llamaba Osorio Gutiérrez y sus andanzas transcurrieron en el siglo X. Fue guerrero antes que otra cosa y ganó en la batalla de Clavijo honores religiosos que añadir a su nobleza.

Abreviando su extensa biografía, que escribió el cura Mauro de Villarroel, os cuento que se casó con Urraca Núñez y tuvieron tres hijos: Gutiérrez, Ordoño y Urraca. Pero el bueno del hombre no debía ser muy feliz, porque pronto sintió la necesidad de ejercer su vocación religiosa y se convirtió en eremita viajero a Tierra Santa, en donde permaneció un año que dedicó a la meditación cerca del Santo Sepulcro.

A su vuelta se hizo monje en el monasterio en el que había invertido la mayor parte de su fortuna, el que se conoce como Monasterio de San Salvador de Vilanova de Lourenzá, en donde permanece su sepulcro y es en él donde se inicia la leyenda.

Te cuentan que fue comprado por Gutierrez Osorio en Tierra Santa a unos artesanos que lo estaban labrando. Nadie te explica cómo pero te dicen que llegó a la Mariña lucense flotando milagrosamente sobre las olas. Lo recogieron en Foz y lo llevaron a Lourenzá donde lo reclamaran los monjes de su cenobio.

Por cierto, permíteme que me salga del guión.

En Foz aún unen la realidad de las invasiones normandas con los milagros de otro obispo también santo, don Gonzalo: Se cuenta que, cuando la poderosa flota enemiga se encontraba ya en la desembocadura del Masma, el Santo Obispo se inclinó de rodillas en la Cruz de Agrelo rezando una oración, que repetía y repetía… Cada rezo hundía una nave enemiga y por ello desapareció toda la armada normanda bajo las aguas de la ría…

Volviendo al sepulcro de Gutiérrez Osorio, que es motivo de peregrinación a Lourenzá, sus milagros parecen partir de ese agujero que se encuentra en la parte baja. La pieza es muy hermosa y está datada en el siglo XI, Es de un mármol raro, de un color que va del jaspe blanco al cárdeno con vetas azules. En el centro del frontal tiene un crismón y una cenefa de ondas por todo alrededor. Lo sostienen dos columnas en la iglesia del Monasterio.

En cuanto a los milagros, ningún escrito los concreta pero si hablan de “al menos la resurrección de cuatro muertos y la curación de cientos de enfermos”… ¡Vete tú a saber!

La realidad histórica es que a Gutierrez Osorio deben los monjes benedictinos la fundación del Monasterio de San Salvador en el siglo X del segundo milenio. Y en torno a este monasterio creció la villa y el condado de Lourenzá.

Al margen de lo milagroso, te doy tres motivos para conocer este lugar: primero para visitar el conjunto de la iglesia y monasterio de Vilanova, hoy ocupado en parte por dependencias municipales. Segundo para conocer uno de los tramos más bellos del Camino del Norte. Y tercero para saborear sus famosas fabas preparadas de mil maneras, incluso como postre o como galletas para el desayuno.

Seguro que además, te cuentan los milagros del Conde Santo y puede que alguno vivido en propias carnes. Por mi parte te diré que el día que fui a la romería, metí la mano en el agujero del sepulcro, pero mi dolor de espalda continuó dándome la vara todo ese día.

Aunque no me digas que no es bello lo que escribió el cura Villarroel al hablar de la muerte de Gutiérrez Osorio:

Al instante sonaron las campanas por sí solas y con un tañido alegre; y a la hora de maitines se oyeron voces celestiales que entonaban salmos de júbilo».