galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LOS PELIGROS DE SER FUNCIONARIO DE PRISIONES

Aquellas paredes encerraban tanta maldad que no entendí como podíamos escuchar el acordeón de aquel recluso tocando una y otra vez las viejas canciones carcelarias. El recinto transmitía tanto miedo que veías caras de demonios en las paredes crema del módulo. Al paso, yo delante y el guardián detrás, iban asomando las caras del mal por entre los barrotes, inquisidoras, preguntándose qué habría hecho yo para merecer aquel infierno. No les tenía pinta.

Al entrar en la celda… me encogí. Era más pequeña que el cuarto de baño de casa y apenas cabían un mugriento catre y un lavamanos. Había un estante de pared, vacío, de esos de obra que se llenan de polvo. Solo tenías opción para permanecer tumbado y que te devoraran las chinches.

Aquella nave era una inexpugnable estructura rectangular de hormigón y hierros creada para destruirte. Se confundían el día y la noche y jamás veías el sol, ni siquiera en el pequeño patio que separaba las cuatro partes del edificio. Solo servía para estirar las piernas durante una hora al día, pero nadie se hablaba y el silencio sepulcral añadía más miedo a tu circunstancia. Hasta tal punto que un día levanté las cejas a modo de saludo a otro recluso y su respuesta fue una sonrisa apretando bien los dientes.

Yo no había hecho méritos para estar en tal lugar, solo había repartido las octavillas anunciadoras de la manifestación del sábado aquel, cuando dos guardianes de la dictadura me cogieron por los brazos, me introdujeron a golpes en el furgón policial y me llevaron sin mediar juez por medio al más siniestro lugar que conocí en mi vida.

—- Parece Carabanchel.

—- No, era una simple prisión municipal. La de Vigo. Carabanchel era distinta ya en aquella época. En la famosa prisión madrileña no mezclaban a los comunes con los políticos, eran de la villa y corte y tenían sus privilegios. Como ahora.

Pasados los años, fui testigo de cómo se fueron levantando los muros de la cárcel de Teixeiro. Coincidió su construcción con las grabaciones del DGPM y pasábamos a menudo por aquel lugar en tierra de nadie. Al principio, Ramiro Villaverde y yo pensamos que se trataba de una gran fábrica pero, comiendo unos huevos fritos con chorizo en el pueblo, nos anunciaron al poco tiempo del inicio de las obras que el propósito de la administración central era construir una prisión. Y así fue.

Nunca estuve en Teixeiro ni de visita. Mi memoria solo recoge la silueta de los edificios a lo lejos. Sin embargo sé quiénes son los presos ilustres que gozan o gozaron de lo que se asemeja más a un apartamento compartido en un complejo hostelero que a un penal.

Como verás tengo poca experiencia carcelaria pero por mis andanzas antifranquistas pude haber obtenido el máster. Quería contarte esto como preámbulo porque, por mucho que te digan de lo mal que se pasa en las cárceles de la Transición, para nada son comparables con los penales de la dictadura.

Además, aunque te parezca mentira hoy están encarcelados muchos más estafadores, chorizos y delincuentes de poca monta que idealistas o asesinos peligrosos. Es más, hay reclusos vip, vips de medio pelo, políticos independentistas, políticos corruptos y hasta empresarios de éxito, incluso banqueros.

Las cárceles de ahora tienen enfermería, polideportivo, piscina, biblioteca, sala de música, talleres ocupacionales, salón de cine y televisión… y unas habitaciones bien puestas, de dos plazas para tengas siempre compañía y no te vuelvas loco.

A los guardias de hoy en día no les mueve el odio y están allí no solo para vigilarte sino para ayudarte a que no cometas ninguna tontería. Igual que los médicos o los psicólogos. Estos últimos creen todos en la reinserción pero por desgracia no les puedes hacer mucho caso. 

Porque alguna gente sigue cometiendo los más graves delitos una vez cumplida la condena y por eso grita a los cuatro vientos Bernardo Montoya, el asesino confeso de Laura Luelmo, homicida reincidente y endiablado personaje del crimen:

—- ¡No me saquéis nunca de la cárcel! ¡Lo volveré a hacer!

Es cierto. Las instalaciones de las prisiones del tercer milenio son las apropiadas para evitar sufrimientos pero algunos inquilinos son la reencarnación del diablo y aún entre rejas, todo un peligro para la sociedad.

Hace unos días, precisamente antes de Navidad, en el Centro Penitenciario de Teixeiro recibieron un aviso del Gobierno: se les advertía que los yihadistas del módulo 13 planeaban matar a un funcionario y debían de tomar precauciones especiales.

Los funcionarios no podían creerse que aquel árabe, educado y afable, que cumple condena por captación de yihadistas, fuese el cerebro del grupo de siete terroristas capaces de asesinar a golpe de bomba a personas inocentes;  para nada se creían que estuviese dirigiendo un asesinato en la propia prisión.

—- No considerábamos a los árabes una amenaza porque se pasan el día rezando y nunca se pelean, ni se meten en líos.

Confían menos en los presos de primer grado porque…

—- Saben que morirán en prisión y les da igual todo.

Entre los presos del módulo 13 del centro de Curtis está el que todos los funcionarios de las cárceles españolas consideran el más peligroso. Se trata de un portugués, Fabrizio Joao Silva, de 34 años. Imagínate cómo será el pájaro que lleva un bienio enjaulado en una celda de aislamiento de Teixeiro sin contacto humano alguno. En su historial está escrito:

—- En el 2004, en Bilbao, violó y mató a su novia, por lo que fue condenado a 22 años. Diez años más tarde, en la cárcel de Córdoba, asesinó a un recluso, compañero de celda, en el cuarto de baño, propinándole una paliza a base de patadas y puñetazos. Le cayeron otros 18 años. En el Penal del Puerto de Santa María intentó matar a cinco funcionarios durante un registro: sacó de entre la suela del zapato una placa fina de hierro y le rajó el cuello a uno. A otro le rompió varios dientes y le clavó un corchete. Al tercero le hizo un corte en el antebrazo. Al cuarto le reventó la nariz y al quinto le pateó las rodillas y le causó daño en los ligamentos. A todos les salvó la vida un compañero que logró enjaular a Fabrizio entre dos barreras.

Con este y otros angelitos parecidos tienen que lidiar a diario probos funcionarios de prisiones que están que trinan contra las autoridades penitenciarias españolas, porque les han reducido los medios técnicos y humanos, lo que hace mucho más peligroso su trabajo. Para colmo de males, hace doce años que les congelaron el sueldo.

Si llamas y preguntas que pasa a la Dirección General de Instituciones Penitenciarias te dicen que ellos mismos son conscientes de que se necesitan 3.400 funcionarios más. También reconocen que el equipo del que disponen los funcionarios está obsoleto y que debiera equipararse al de la Policía Nacional. Además te dicen que los funcionarios de prisiones debieran ser considerados agentes de la autoridad, como ocurrió con los profesores, para que una agresión se considere un delito de atentado y los ataques a funcionarios no salgan gratis, como ocurre ahora.

—- ¿Y si están de acuerdo por qué no solucionan el problema?

Lo que te contestan es:

—- No hay dinero. En el nuevo presupuesto ya se contemplan algunas mejoras…

Mientras no llegan, los funcionarios de prisiones tienen derecho al pataleo, por eso se manifiestan. Y los reclusos peligrosos, sabedores de la situación, en cuanto pueden les patean.

Porque para cada cien presos solo hay un funcionario por turno… y estos vigilantes de la prisión para nada tienen que ver con aquellos torturadores del franquismo, como la propia policía nacional, que era gris durante la dictadura y se vistieron de azul con la democracia.

Así que, a pesar de aquellos días que te contaba, déjame que me ponga al lado de estos funcionarios y pida aquí que el Gobierno atienda sus reivindicaciones, que este ministro del Interior que fue juez, Grande Marlasca, bien sabe que no piden por pedir.

¡Menos lujos para los presos y más medios para los profesionales de prisiones!