galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LOS PUENTES DEL MIÑO OURENSANO

La ciudad de Ourense nunca se entendería  sin el Miño. El río crea su mejor paisaje urbano y sobre él se alzan los viejos y los nuevos símbolos de su historia. Entre el salto hidroeléctrico de Velle y el de Castrelo, el Miño es mar en calma, playa urbana, corriente rápida en busca del agua termal y finalmente un mar interior.

Para mi inolvidable profesor don Albino Núñez, al que debo sabios consejos sobre la manera de adquirir el conocimiento, la vieja Auria está insertada en una hoya geográfica que se debe al paso del gran río, diseñador principal del valle donde se asienta.

El agua siempre marcó la línea divisoria. Por eso surgieron puentes desde la antigüedad romana. Las venas fluviales de la urbe generan la belleza, la perspectiva y el misterio…

El trayecto del Miño bajo los puentes de Ourense es único. Aquí tranquiliza su curso y bebe curioso todo cuanto le rodea: los cuerpos al sol en sus riberas verdes, las calientes aguas de sus termas, la frondosidad de los alisos, los amores nocturnos que procuran la complicidad de sus espejos de agua…

Los puentes de Ourense, te lo conté una vez, nacieron para ensanchar la metrópoli pero también para armonizar la música de las fugitivas aguas del río.

El primero de los puentes que se construyó, es obvio, fue el “Viejo” o “Romano”. Los historiadores lo designan como “medieval de origen romano”. Fue construido en la época del emperador Trajano, aunque solo conserva del original viaducto los sillares de las bases. Su primera reconstrucción, en el siglo XIII,  se vincula al Camino de Santiago y en la actualidad se considera camino xacobeo. El definitivo arreglo se llevó a cabo en el siglo XVII.

De joven estudiante de bachiller salesiano recuerdo la zona sin carretera paralela al río,  a donde te llevaba una corredoira de sábrego, la arena más consistente del suelo gallego. Allí, a admirar el puente y a algo más, íbamos algunos pecadores –así nos llamaba el Padre Tomás-  envueltos en la niebla de aquellos inviernos, con aquellas gabardinas en las que cabían, al menos, dos cuerpos…

Luego llegó, -nada menos que dos siglos más tarde de la puesta a punto del “Viejo”-  el “Puente Nuevo”. Lo llamaron así en contraposición al romano-medieval y fue construido según la historia moderna para unir los ayuntamientos de Ourense y Canedo, que -a pesar de la oposición de los de El Puente y de los de aún más allá- terminaron anexionándose.

El Puente es un barrio muy bello y populoso; y los “más allá” eso que ahora llaman “aldeas residenciales”. De mis recuerdos juveniles me quedó Severo asomado a la barandilla y conversando con el agua:

—- Si ainda existise Canedo non nos tomarían tanto o pelo os do Concello…

También recuerdo a Manaikas, personaje superpopular de aquellos años, vestido con bañador de tigre y tirándose al río desde la cepa con gran asombro de alguna señora que contemplaba el espectáculo como si fuera un suicidio…

Yo aprendí a nadar debajo de este “Puente Nuevo”. Me dieron una patada en la cepa baja y no me quedó más remedio que salir nadando…

Entre el Puente Nuevo y el comúnmente conocido como “el viejo”, está la orilla verde del Miño urbano, la más concurrida en verano, de ahí que se haya construido una pasarela peatonal para cruzar el río.

Es la gran playa fluvial de los ourensanos y sobre todo de las ourensanas que ya la visitan a partir de los primeros días de Mayo, para lucir moreno luego en los arenales de las Rías Baixas, como si llegaran de Miami.

Río arriba, antes de Oira,  que también es playa fluvial con piscinas a pié de río, justo enfrente del “Puente Nuevo” se yergue, majestuoso, uno de los más espectaculares viaductos de Galicia, por el que cruzó el Miño la primera gran infraestructura gallega, el Ferrocarril Zamora-Ourense.

El viaducto ourensano marcó un hito en su época al ser una de las primeras construcciones de este tipo que incorporaban el hormigón armado. Su arquitectura, aún en la actualidad, da un aspecto de ligereza a pesar de ser gigante.

Es una pieza más de la colección interesante e importante de puentes que dan personalidad a esta mi ciudad.

Recuerdo que de niño sentí verdadero pavor una vez que lo crucé contemplando el Miño, pequeñito, casi seco, allá abajo y pensando en que habían sido algunas las personas que desde él se habían arrojado para quitarse la vida. Por eso hay gente que aún le llama el “puente de los suicidas”.

El más joven de los puentes de Ourense es el Puente del Milenio, ocurrencia de Pepe Cuiña que aún gozaba entonces del favor de Fraga y era el que ordenaba el territorio en la Xunta de Galicia. Este viaducto se ha convertido en el símbolo de la modernidad ourensana, pero también en la solución al viejo problema del desvío del tráfico procedente de Vigo y Madrid, del que quizá muchos se hayan olvidado ya.

La verdad es que el Puente del Milenio, nacido en el primer año de este tercer milenio, es una preciosa obra de la ingeniería actual. Su arquitecto, Álvaro Varela, dice que este no es un puente sino un lugar para estar. Y debe tener razón porque a mí, lo que más me llama la atención, es su pasarela peatonal que sube y baja hasta alcanzar los 22 metros sobre el río.

Sin duda esta es una de las últimas grandes obras urbanísticas; una espectacular construcción que desafía el vértigo y que rompe con todas las normas escritas hasta ahora sobre puentes.

Recuerdo el último concierto del Xacobeo en el Campo de Fútbol de los Remedios y la expresión de asombro del mismísimo James Brown al contemplar, de noche, el original diseño. Porque la noche es su gran cómplice, la que le convierte en el símbolo de este Ourense del siglo XXI al que tengo que volver un día de estos, para rememorar más historias con los amigos de toda la vida.