galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LOS ÚLTIMOS MORRIÑENTOS

EL ROSTRO DE LA MORRIÑA  +

LA MORRIÑA POST INTERNET

Por J. J. GARCIA PENA, de Sada-Uruguay.

 

Mi madre nació en 1907. Yo en 1950; el último de sus numerosos hijos.

Ella solía referirme (en realidad referirnos, pero yo me colgaba de sus labios como el beato de la Biblia) la genealogía y andanzas de toda nuestra galleguísima familia.

Por ella supe de las nostalgias de mi casi adolescente padre, llorando por Navidad en pleno Central Park de Nueva York, mientras ella lo esperaba a orillas de la ría, criando su primer retoño.

Por ella supe que era común, en Galicia, no encender fuego para cocinar durante los tres días siguientes a la partida de un ser querido al extranjero. La misma cantidad de días que se destinaban a mostrar  dolor y respeto por un fallecido cercano.

Nunca sospechó por entonces que, un día, viuda y con tres responsabilidades a cuestas, la nostalgia le mordería directamente las carnes.

Sin embargo, ya fuera de Galicia, ella nos hablaba, con firmeza, de la necesidad de prepararnos para un futuro que imaginaba mejor, mientras nos daba excusas tontas del enrojecimiento de sus hermosos ojos verdes:

—- Debe ser la lejía…

O

— La tierra al barrer… ya se sabe…

Tampoco nosotros tres le dejábamos traslucir el terrible estado morriñento que nos hacía pasar horas, (cuando reuníamos permiso y unas monedas para el ómnibus que nos acercaba a las orillas del Río de la Plata), mirando, llorosos, los barcos en el puerto de Montevideo, envidiando a sus tripulantes.

Demasiado tenía ella con su dolor, como para recargarle el nuestro.

Yo era el celoso encargado de leerle aquellas misivas “da terra” que ella me hacía releer días después, semanas después, mientras esperaba la contestación a la carta que yo,  ese mismo día, sin falta, escribía aprovechando el pañuelo de luz solar  que se derramaba  sobre nuestra única mesa, reluciente de limpio hule a cuadros azules y que ella, luego de comer y lavar los cacharros de cocina, me dictaba  y luego me hacía repetir como una letanía:

O kilo de patacas está polas nubes, as xudías xa non as compro, o pescado non sabe coma o de alá, ¡cá!.

Yo traducía al castellano y pretendía corregir sus recuerdos:

— Mamá, en lugar de patacas pondré papas, como aquí…

¡Cala , larpeiro, sonche patacas coma as de toda a vida!

— Bueno, pero las judías son chauchas, acá.

Pero aló sijen sendo xudías; ¡pon xudías , cativo do demo!

Las cartas eran su nexo con la vida perdida. Su nexo con Galicia. Yo lo sentía en mi pecho. Al dictarme los textos, o al releer las viejas cartas recibidas, la veía rejuvenecer, hasta se permitía sonreír tímidamente, casi con vergüenza de ser feliz, como cuando hablaba con sus amigas en la lonja de Sada y en la puerta de nuestra casa de La Tenencia.

Por eso se las guardaba en cajas de zapatos, ordenadas por año, acompañadas de fotos escritas a mano en el dorso, con fecha y pésima y entrañable grafía familiar.

Hoy, que la técnica puso al alcance de todos la maravilla colorida y sonora de la comunicación al instante, que nos permite ver y hablar a diario, si lo deseamos, a nuestros seres queridos lejanos,  pienso en ella y en millones más que lo más cercano que estuvieron de su tierra, una vez perdida, fueron aquellas cartas que destilaron sentimientos y amor de ida y vuelta, las que nos ponían morriñentos.

Mi vieja nunca volvió a nuestra ría. Ni se enteró de Internet.

Pero me gusta imaginármela sonriendo, casi con culpa, frente a la pantalla de TVG o de Internet y diciéndome:

—- Na miña vida tal vín, meu filliño: ¡Pero mira tí que percorrer toda Galicia e falar ca

nosa xente sin saír da casa e aínda dende u outro lado do mar…! ¡Heche cousa do demo!  ¡Agora mesmo vou a ver a ese diantre de Gayoso, que leva mozos e mozas pra cantar as cousas nosas! E cando lle escribas,  mándalle un bico méu a Xerardiño. Oílo éche o mesmo qu´estar  aló.          

La morriña, los viejos morriñentos, no son hijos de la emigración, si no de la ausencia de Internet…

NOSTALGIA FRENTE AL MAR +