galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LUÍS BLANCO, RICO DE CORAZÓN

Luis Blanco tiró de sus recuerdos en aquella mi última noche en Buenos Aires, al calor del vino amargo y en la esquina más coqueta del estar de su hotel de lujo.

Nos dio una madrugada gallega con paisaje charrúa por la ventana, que ya estaba avanzada la primavera argentina.

Lo de su enfermedad cruel pasó volando por encima de la mesa y enseguida me situó paseando, también la madrugada, por la carretera que sube al faro Vilano, la mítica torre que fue testigo de vidas y muertes marineras a lo largo de los siglos, en la costa atlántica de Camariñas.

Su historia verdadera comenzó en el puerto. Cuando tenía Luís veintitantos y ella, Dora,  cinco años menos que él…

En la gran explanada sonaban Los Satélites con Sito Sedes recordando a Los Tamara y su “Galicia Terra Nosa”. Bailaban ambos pegados como si fuera un bolero de Los Panchos…

El fuego del amor quemó de repente sus cuerpos jóvenes y la irresistible pasión desembocó en una huida hacia el fulgurante lugar donde el mar hace de cama a la luna…

La arena de la playa conservaba aún el calor del sol diurno de agosto. Se tumbaron en ella y sus labios se juntaron iniciando el juego de lenguas, primero; para, entre apasionadas frases de enamorados, desnudarse el uno a la otra y consumar aquella soñada penetración.

— Fue la noche más feliz de mi vida, la que llevo incrustada en lo más profundo de mi corazón desde hace cincuenta años…

Nueve meses más duraron las caricias, los besos,  la pasión, el navegar uno sobre el otro frente a aquel mar, siempre el mismo mar.

Pasó justo al mismo tiempo que sobrevino el parto de una niña hermosa, blanca como la nieve, que él, sin embargo, no se atrevería a conocer…

— Mas que emigrar huí del pueblo, lleno de vergüenza, en aquel tiempo en que casi todo daba vergüenza. Todo el mundo pensaba que yo estaba en Barcelona cuando el viejo “Marqués de Comillas” me dejó en el puerto de La Guayra, en Venezuela, después de una escala en Tenerife. Mis lágrimas por aquella huida hacían crecer las mareas…

Mediaban ya los años cincuenta y Juan Domingo Perón agotaba su último mandato en Argentina, la nación habitada por más de un millón de gallegos. Venezuela tenía futuro pero Argentina era el presente.

Y allá se fue Luís en busca de esa fortuna que le sonreiría en el gran Buenos Aires, ahora que su vida entraba en tiempo de invierno.

— Me gustaría volver a verla, amarla otra vez en la misma playa, pero mi cuerpo es débil porque está enfermo… ¡El que la hace la paga!

Aquel empresario rico era propietario, solo hace un lustro, de dos hoteles de lujo, una cadena de supermercados, una confitería, varios restaurantes y hasta un local de ocio…

— Pero no tengo nada porque me falta el amor verdadero,  a pesar de estar casado aquí y tener cuatro hijos… Mi verdadero amor está al otro lado del océano, en la Playa do Trece, frente a Cabo Vilano…

La noche apuró su ritmo y ambos, empresario y periodista, quedamos emplazados para otro día cualquiera, porque Luís Blanco debía contarme su vida en esta ciudad que, desde la ventana de mi habitación, tocaba el cielo con sus luces.

Pero eso nunca sucedió. Aunque descubrí la identidad de aquella niña hermosa, fruto del amor de 300 días y sus consiguientes noches, nada más pisar, de regreso, Camariñas…

Los triunfos de la emigración gallega a América tienen diferente valor según quien te los narre…

Para unos,  poco o nada significa ese poder del dinero que para otros lo fue todo.

Me contaron no hace mucho que Luís reconoció a su hija Dorita, pero ella renunció a su herencia en Buenos Aires y sigue viviendo, al lado de Dora, junto al mismo mar de siempre.

Luís, de los más ricos de la plaza, aún lucha contra su cuerpo enfermo y contra sus recuerdos, esos que no tienen precio.

(Aunque la historia parece fruto de mi imaginación solo lo son los nombres de sus protagonistas, ocultos bajo supuestos,  para no herir sentimientos de familia).