galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LUNA MONTOYA, GITANA MORENA

DE ANCARES A VENEZUELA

Me contaron que nació gitana en La Caeyra,  pero a sus quince recién cumplidos renegó de la raza para no casarse con su destino zíngaro y pasar, ¡aún encima!, quince días celebrándolo…

Tenía un tremendo espíritu de aventura e inició su vida libre entre hippies llegados a Pontevedra desde Cataluña, con los que se fue a un lugar de Ancares llamado Poso, inhabitado por sus propietarios, ya emigrantes en los cincuenta al Brasil de Jorge Amado, el poeta del amor.

Pero Luna Montoya, con solo dieciséis abriles y una belleza morena, buscaba otros placeres en la vida, nada coincidentes con aquel rollo de la música, las flores, la paz y el fuego de campamento. Para eso conoció a Adalberto Graña, único habitante de la aldea de Mazo y propietario de ciento cincuenta vacas, mitad de carne y mitad de leche.

Se lo llevó a la campa del molino, un verde y gran colchón para el amor; le enseñó sus poderes de gitana de ciudad aún tierna por adolescente y el nombre de aquel viejo lobo de Ancares se quedó en Berto.

Sus sienes plateadas para nada influyeron en sus placeres sexuales… De noche, al amanecer, a media tarde, en casa, en la campa, en el prado junto a las vacas o escuchando el aullar de los lobos de la sierra de madrugada…

¡Siempre hay un momento para el amor cuando se conoce pasados los cuarenta!

Al cumplir los 18 Luna se casó con Berto. Los días siguientes a la boda, nada extraordinaria, los pasaron en Mazo, aquella aldea única que distaba dos horas de la otra aldea abandonada en mula, que a pié eran cinco…

Y dos meses más tarde, misteriosamente, Adalberto Graña murió “de repente” olvidado de Dios y de sus ministros, al pie de la sierra más hermosa que yo he conocido.

A Luna Montoya le gustaba decir…

—- Berto murió de amor…

Pero su primo Andrés terqueaba con que Adalberto Graña había sido asesinado por la “bruja” Luna, quien vendió todo el ganado a un tratante de Becerreá tras dejar enterrado en el cementerio de Piornedo a su primer amor.

Ningún periódico habló del asunto y el médico certificó muerte por infarto

La historia surgió una noche de un otoño de este siglo, en el refugio de Degrada, contada por la encargada del edificio. Aquella buena señora, sentenció a Luna

—- Ela era meiga e matóuno… ¡Votoulle un veneno dos que non se ven na comida! ¿Se non por qué se marchou tan pronto de eiquí e se foi as Américas…? 

En mi último viaje a Caracas me reencontré con Donald Pávez, dueño de un chiringuito playero en ese paraíso venezolano que llaman Los Roques

—- Hace un año que lo vendí, chico, que la playa está bien para una temporadita. Allí te mueres de calor.

Estábamos en un club de jazz tomando un palo y la noche se cerró en madrugada para que Donald pudiera seguir hablando…

—- Yo me fui a Los Roques por una pavita gitana, gallega, hermosa, morena, de grandes ojos negros, guapa como ninguna y cintura de avispa. ¡Chico, parecía una modelo!

—-  ¿La quieres?

—-  Verás. Era especial, muy especial. Me volvió loco de pasión con sus mil modos de hacer el amor…

—- ¿Te dejó?

—- Me dejó para siempre, mi amigo. Se fue al cielo… Por aquí, en La Candelaria, tengo un amigo gallego que cuando se la presenté me dijo que era bruja y que tenía poderes especiales, que la dejara; pero eso para mí era ya imposible…

—- ¿Y cómo os fuisteis a Los Roques?

—- Porque habíamos ganado buena guita los dos, trabajando en el Tamanaco…

—- ¿Y entonces qué pasó?

—- Se llamaba Luna y quizá por eso murió al amanecer, según la policía…

—- ¿La mataron…?

—- No, murió de repente. Al parecer como su primer marido, el que tuvo en Galicia. Me contó que se vino a Venezuela porque allá la llamaban bruja…

Luna Montoya amaneció muerta a los 29 años sobre su lecho de la cabaña de Los Roques. La Policía venezolana investigó el suceso pero no halló indicios de criminalidad. El forense dictaminó muerte por infarto de miocardio.

Nadie, salvo Donald, fue a su entierro…

—- ¿La mataste tú, Donald?

—- ¡Estás loco chico! ¡Jamás encontraré una mujer que me dé tanto amor como ella!

Donald terminó el relato contándome que, el día que murió Luna la alborada llegó tarde y  todo el mundo en Los Roques vio como un grupo de gente brillaba sobre el agua del mar al mismo tiempo que se escuchaban rezos…

A Donald le había dicho su amigo de La Candelaria que la Santa Compaña había venido por aquella gitana morena que, según se decía por Ancares, había envenenado a su marido con un veneno que solo las brujas conocen.

¡Y yo que pensaba que la Santa Compaña jamás emigraría de Galicia