galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

MARÍA T

Por Pedro Acuña*

Abuela, yo como un pedazo de galletita, vos comés un pedazo de galletita”, dice el niño. Maria T. se niega a comer.

INFANCIA. PRIMAVERA.

Nace en 1890. Huérfana temprana de madre, su padre no está en condiciones de atenderla junto a sus cinco hermanos. Los reparte entre diversas familias. A María T. le toca el matrimonio de su madrina Petrona y Antonio. Ambos italianos, calabrés y barbero él. Ella de carácter calmado; Antonio hiper sanguíneo: una vez, en medio de una discusión que escala a pelea, mastica un pedazo de labio de su contendiente y lo escupe al piso.

María T prefiere a Antonio. Aun siendo arrebatado y violento, la trata con dulzura y cariño. No ocurre lo mismo con Petrona quien se muestra fría y prefiere a su sobrina Juana.

Un familiar le regala una muñeca. Su madrina le sugiere que se la dé a Juana. La niña se niega. Petrona insiste. Como la presión aumenta, antes que entregarla la arroja al fuego de la cocina económica.

Petrona, católica ferviente, la tiene por una revoltosa. Ante la presencia de un cura, se arrodilla y besa sus pies. Nunca consigue que su ahijada lo haga.

JUVENTUD. VERANO.

Menuda, bonita, morena y de carácter fuerte. Se pone de novia con Bartolo: alto, pintón, rubio de ojos claros, «un italiano del norte, de Génova». Pareja despareja. En algún momento Bartolo flirtea con otra, o al menos eso le hacen creer a María T, quien corta la relación. Se sumerge en la costura. Ocupa tiempo y mente y subviene sus gastos.

Cuando Bartolo la visita no lo atiende y sigue cosiendo. Repite como un mantra » ¡No tengo nada que hablar!»

Bartolo insiste. La joven pregunta a sus parientes qué hacer. Una vidente hace un «sueño» profético. Ve allí que Bartolo vendrá junto a su amigo Pedrito Spina a pedir su mano. Las cosas ocurren conforme el vaticinio.

Se casan en 1911. Toda marcha bien los diez primeros años de matrimonio. Bartolo trabaja en la usina eléctrica de la ciudad. Viven sin lujos, pero sin necesidades. Todo se acaba una mañana de abril de 1923. Lo llaman para hacer un arreglo en la máquina mayor. Muere electrocutado.

CUESTA ARRIBA. OTOÑO.

De vuelta al infierno. María T. nunca logra jubilación ni pensión. Gana el juicio a la compañía inglesa, dueña de la usina, gracias a que un abogado de nota acepta tomar gratis su caso. Nunca volverá a tener un hombre.

Es chalequera. Con eso alimenta a sus tres hijas. Muchas veces pretexta no tener hambre a la hora de la comida cuando no alcanza.

Cuatro mujeres solas. A veces llora en silencio, sin dejar de trabajar, cuando sus hijas duermen. Se las arregla, beca de pobres por medio, para que sus tres hijas sean maestras. Entre tantos otros rebusques, cultiva flores en su jardín para venderlas en una florería de pueblo.

 Rígida en costumbres en defensa de sus hijas. Lo único que puede ofrecerles es la mejor educación a su alcance y un nombre libre de tacha. Las chicas son reconocidas en la escuela por su pulcritud, dedicación y limpieza.

Una amiga recuerda que María T no tiene tiempo para deprimirse.

DESCANSO. INVIERNO.

Se reblandece con sus nietos. Upa en sus rodillas la nieta mayor, con una fuente con huevos en la mano, toma cada huevito y lo arroja al piso. La mamá se enoja. María T. replica “¡Siga, m’ijita, usted está en la casa de su abuela!”. Con otro de sus nietos accede a comer las galletitas que se le ofrecen, más por dulzura con el niño que por ánimo de seguir adelante.

Meses después, a mediados de la década del sesenta, María T. ya no será.

* Pedro Acuña. Nació en 1962. Se crio en Mercedes, provincia de Buenos Aires y a los 17 años fue a vivir a la Capital Federal. Es abogado, docente y trabaja en un banco. Le gusta leer y en su adolescencia colaboró en un diario de su lugar de origen. Participa en el taller literario que dicta Carlos Penelas en la Biblioteca Popular Carlos Sánchez Viamonte.