galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

MEMORIA DEL MAR DE VIGO

Con las Cíes como telón de fondo…

En aquel Vigo de los setenta,  tras mis noches populares de radio, me gustaba pasear con mis colegas por el muelle del Náutico, el de la Estación Marítima Internacional y también por el del Berbés. Perseguíamos a las Lunas en las noches cálidas como si fueran sirenas, porque daban luz a toda la ría.

Para nosotros, los periodistas noctámbulos, las madrugadas eran tardes y conocíamos mejor que nadie tanto el paisaje como los chiringuitos próximos a los puertos vigueses, a los que acudían fantásticos personajes de la vida nocturna, incluso la golfa.

Por ejemplo. Recuerdo a aquel ligón especializado en las chicas de Karina Fallagan, que cuando llegaba al tercer cubalibre decía…

—– Oye, si vais por la playa de la Fuente y veis unas bragas en la antena de un coche, no molestéis, somos  esta y yo en plena faena…

Y nadie le llamaba machista al parvo aquel. La verdad que aquella playa, llena de escondites entre los pinos, alguna madrugada parecía el aparcamiento de Balaídos. 

Mi memoria siempre resucita con mucho cariño a Juan Ramón Díaz, al que apodaban “El Jugadas” por las “crueles” bromas que gastaba al personal. También a Joaquín Rolland, campeón de tute. Y a Pepe Rey, del que nadie comprende como cambió sus amores gallegos por los vascos. Y a Marisa Real, a Fernando Franco, a Federico Puigdeval…y sin duda a Suso Sanxuás, al que sigo considerando uno de los mejores amigos que Vigo me dio. 

Siempre nos encontrábamos con los pintores como Corbal, Sucasas, Lodeiro o Laxeiro. Con líderes como Ferrín, que descubrió algunos de sus mejores argumentos en el “Almas Perdidas”. Y músicos con la guitarra al hombro tras su recital en cualquier pub de esos que se escondían en las calles del casco viejo e incluso algún cantante que presumía de fama alternando con algún cantautor ceibe.

Luego estaban los marineros, los del Berbés, que se distinguían por un sano perfume, mezcla de salitre y pescado fresco. Eran lo más auténtico del recinto y gracias a ellos me especialicé en peixes y mariscos de la ría. Vamos, que sé diferenciarlos en el plato de cualquier restaurante.

Si te cuento este amplio preámbulo es para que comprendas mi pasión por este paisaje, es que me la contagiaron los artistas. La de Vigo es una ría atlántica consustancial con la gran metrópoli que la preside desde su margen izquierda, camino del mar.

Sus aguas tienen magia para los amantes de la leyenda y de las medias historias, porque acogieron al submarino del capitán Nemo según teoría de Hemingway, lo mismo que bajo ellas se encuentra el tesoro de Rande, o sobre ellas camina aún, cada noche, el espíritu de María Soliña.

Es verdad que algunas cosas sí sucedieron sobre este mar: el mayor y más cruento combate naval de la historia o las invasiones de piratas, entre los que algunos vieron al mismísimo Drake.

Pero lo más real de todo son los frutos de la ría: la nécora y el camarón de Moaña, el choco de Redondela y el pulpo de Cangas. Las bateas de ostras y mejillón, y también las almejas de Cesantes. Se los debemos a mariñeiros, bateeiros y mariscadoras, los protagonistas de las historias de cada amanecer.

Una de aquellas mis madrugadas, cenando en el Bar Roucos de la calle Santa Marta, en el que, a esas intempestivas horas siempre nos ofrecía una tortilla la amable Sirita, le escuche decir a Lodeiro, el pintor del mar de Vigo…

—- Los vigueses nacimos con las Cíes en los ojos. Las vemos ya al nacer desde la maternidad del Pirulí.

Así llamábamos entonces al antiguo hospital xeral de Vigo.

Las Cíes son la postal mas típica del mar que inspiró a Pepe Lodeiro, aquel artista revolucionario, indispensable, rupturista e inconformista, obseso… y esclavo de la luz de esta ría.

Lodeiro me confesó aquella vez que comprendió mejor la belleza y el color de su mar desde el Castro, donde ya jugaba de niño y donde regaló aquel su primer beso furtivo de adolescente.

Cuando empezó a pintar, su estudio también miraba a esa ría que te maravilla cada vez que la contemplas…

Así que es lógico que reflejase en sus cuadros la más hermosa de las bahías, que gracias al amigo recuerdo cada vez que entro y salgo de mi casa, con pasos de viejo. Frente a la quintaesencia de esa marina soy capaz de ver el perfecto horizonte que se alcanza desde Rande o desde Baiona. Incluso me imagino ese mundo de bateas con las antiguas Ficas como telón de fondo desde A Guía. Y vuelvo al Berbés, a Bouzas, a Samil…

Las Cíes forman parte del Parque Nacional de las Illas Atlánticas. Supongo que eso habrá despertado la curiosidad de los vigueses porque -en aquella década no tan prodigiosa como algunos quisieron hacernos creer- eran pocos los que sentían la llamada del paraíso, del que me habló, antes que nadie, aquel inolvidable patrón que tuvo el mítico “Illas Ficas”, de “Vapores de Pasaje”: Viñas, un moañés que se había curtido en la pesca de gran altura por los siete mares. Me insistía…

— Tés que coñecer as Cíes. E o mellor que ten Vigo.

Y yo venga a mirarlas en la distancia, desde A Madroa; o incluso, más impresionantes aún, desde Chandebrito.

Hasta que un día me subí a bordo del único “vapor de pasaje” que iba a las islas capitaneado por mi amigo y te digo que aún me dura el asombro, refrendado cuando llevé a mi primo Álvaro a conocer ese edén por el que estará vagando su espíritu. Más recientemente volví por cuestiones estrictamente profesionales. En total, tres visitas pero aún me quedan ganas para girar una cuarta.

Ahora te llevan unos barcos más modernos que, curiosamente, no tienen nombre que se les relacione con esta ría y sí con el mar de Ons. Las visitas están limitadas y tendrás que ponerte a la cola durante al menos una quincena para que te fijen día y hora. Es un paraíso, pero también una reserva, es decir, un parque nacional.

La maniobra de desembarco más o menos es la misma de hace cuarenta años, solo que el muelle ya no es de madera. El mar y la tierra son profundamente respetados por el hombre, incluso por aquellos que tienen posibles para acceder en yates o veleros privados. Nadie espera restaurantes de lujo, pero los que hay están suficientemente preparados para satisfacer a la gente que aquí  busca un especial encuentro con la naturaleza. Por eso lo que apetece es pasar aquí unos días. Y para ello tienes un camping de primera y sin mosquitos.

En Cíes, a medida que avanzas por los senderos, te asombra un paisaje diferente, lleno de contrastes: los pinares, la laguna, los acantilados, el mar bravo, la calma de la ría, las gaviotas y los cormoranes, los delfines dando saltos, el faro, la inmensidad del océano, el cielo limpio… La playa de Rodas, las calas de los nudistas, la de los campistas, la de la isla sur.

Si mirando el horizonte de las islas, desde la ciudad, vertimos aquellas lágrimas negras por un millón de partidas tengo que convenir con Viñas que, desde Cíes, la ría es un espejo de sal en el que se refleja la silueta de una ciudad pujante y una costa llena de vida.  

Las islas del Parque, nacidas de la roca atlántica,  hacen estremecer el paisaje y pintan primaveras todo el año con sus dunas llenas de claveles marinos.  Ellas son las protectoras de la Bahía, por eso nos encanta asomarnos a los balcones románticos de los atardeceres para ver como el sol se escapa cuando la noche abre su frontera, esperando aún las canciones de mis noches de radio que jamás volverán…