MUJERES Y SANDÍAS
Apuntes históricos para un Ocho de Marzo
Por J. J. García Pena
El término calar tanto sirve de sustantivo como de verbo. Casi hermano de catar. En nuestros países platenses lo solemos emplear como equivalencia de reconocer un estado interno, físico o no, sondeándolo sin necesidad de dañar totalmente el recipiente.
Actualmente, la calificaríamos como…
—- “Una técnica medianamente invasiva, sin efectos colaterales significativos».
Calamos (o catamos) las cualidades y sazón de un queso, un pavimento, una intención, una conducta… Algo así como lo que, en España, hace el perito catador de jamones ibéricos.
Hoy que, por suerte, nos vamos haciendo un poco más racionales que antaño, será motivo de sorpresa para muchos escuchar o leer versos, ya trágicos, ya supuestamente graciosos, en los que se asimila el trato que, llegado el caso, debiera darse a las mujeres, con la manipulación de sandías aptas para satisfacción
de la clientela: calarlas, previo a su mercadeo.
Analicemos dos letras y escuchemos a los portavoces de épocas tan injustas como crueles con las mujeres.
Si al escuchar al Varón del Tango, el uruguayo Julio Sosa, dando vida a Milonga en rojo, nacida de la muerte de «aquella china perjura» que pagó su pecado a «corazón destapado como sandía calada», sentís que se te eriza la piel, no os abrigués ni te alarmés: es emoción pura. Estás ante el más expresivo cantor del Rio de la Plata. Maestro inigualado en lo suyo.
Ignacio Corsini, el excelente y sensible Caballero Cantor, por esta vez desciende al inusual e incómodo rol al que lo obliga la «graciosa» letra de Señor Comisario con su:
“Qué calá, calá, ¡ay, qué calamidad!
¡Calá esa mina! Calála, hermano, pa´ ver cómo está!
…porque hoy a las mujeres,
como a las sandias, hay que calar…”
Tranquilos. No os sulfurés contra letristas y cantores. También ellos fueron víctimas, a la vez que victimarios, de su (nuestro) jodido medio social. No olvidemos que, gracias a sus oficios, entendemos de primera mano el cuándo, el cómo, el con qué y el dónde se maltrataba a la mujer.
El insostenible argumento de el por qué, es tema aparte.
Si sos de los que gustan consultar los orígenes, deberás rastrearlos en páginas santas, –pero nada inocentes– de hace cuarenta siglos. Día más, día menos, claro…
Cuando las adúlteras morían lapidadas sin piedad.
Hasta que llegó un ser extraño y mal nutrido diciendo cosas raras y nuevas…
—– El que esté libre de culpa que arroje la primera piedra...
Y los únicos en condición de hacerlo, ni podrían ni querrían levantar ni arrojar piedra alguna contra las dos lunas de leche y mimo que los saciaban día a día.
Ya verás, leerás y comprenderás: todo tiempo pasado fue peor. De nosotros, y solo de nosotros, depende hacerlo mejor para todos. Respetar a la mujer es un buen comienzo y no depende de ley alguna. Tan solo de tu conciencia.
Entonces, no escuchés aquellos cantares sino estos otros más actuales cantados por mujer…