galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

NAVEGANDO POR PLACER

Cuentan por aquí, por la City, que estos días finales de verano, cuando sale el sol de casi otoño, son los mejores para sentir el placer de navegar, otra vez, frente a un millón de paisajes que van del verde al azul, para procurar la más luminosa estampa marinera. Desde unos treinta puertos deportivos con más de seis mil amarres podremos elegir como telón de fondo la playa, las islas bonitas o los acantilados teñidos de blanco. Hasta los lugares más hermosos nos conducirá la esplendorosa fuerza vital de nuestros dos mares…

El espacio litoral de Galicia está salpicado de imperfectos rincones donde prevalecen la belleza de la playa interminable y la postal de rocas gigantes que escupen blancura de espuma. Desde el mar se contempla la calma del puerto de los veleros que aguardan imaginadas aventuras y bien se ve como amanece más hermosa la playa vacía, en la hora de la vida entre bateas, mientras faena la estirpe marinera, esencial protagonista del tiempo.

Te invito a navegar por el mar gallego para que goces de la fascinación que provoca la refulgente ría donde duermen las estrellas del mediodía que buscan su lecho cerca de la costa, junto a las islas de ensueño. Y para que aprecies, de vuelta, sentados sobre la serenidad marina del luscofusco, la maravilla que provocan miles de olas de colores… sobre las que se produce el milagro del horizonte incendiado de los atardeceres rojos.

La Galicia marinera la protagonizan esos hombres que viven enraizados en las olas, como las gigantescas estatuas de roca que esculpen aquí, en la costa gallega, el Atlántico y el Cantábrico. A ellos debemos la conservación de las selvas sumergidas de nuestras ensenadas y los almacenes de mariscos y peces de nuestras profundidades; porque en ellos guardan también su vida.

Uno de estos hombres es Paco no se que más, por la noche marinero y por el día agente de la propiedad inmobiliaria en Playa América; uno de esos habilidosos que lo mismo te venden una buena centolla a pié de chalana… que te alquilan un chalet. No sé qué sería de él, pero recuerdo un paseo largo, de esos de invierno, con la playa desierta; él sentía mucha curiosidad por María Antonia Iglesias y yo por el Club de Yates de Baiona.

—- ¡María Antonia é pequeniña… pero ten unha mala hostiaaa!

Dicho sea de paso. La querida colega y compañera en RTVE, ourensana como yo, no sé si es hija adoptiva de Nigrán, pero deberían de nombrarla a título póstumo; porque pasó sus vacaciones en Playa América desde tiempos inmemoriales y fue la mejor embajadora de ese lugar magnífico que se enfrenta a Baiona. Deseo que, por lo menos, haya llegado feliz a su Valhalla.

—- Mira, o dós yates está moi ben. Porque supón traballo para moita xente e atrae moito turismo.

—- ¿Pero non che parece que xa hai moitos barcos de recreo na Ría de Vigo?

—- Non. O que hai e que ter coidado como se dan ises títulos de patrón de yate… A algún xa o sacamos de mais dun apuro… ¡I eso que o barco era grande!

El Monterreal Club de Yates de Baiona pasa por ser uno de los mejores puertos deportivos de España y sus regatas tienen fama en toda Europa. Es puerto refugio para navegantes oceánicos y desde los años sesenta hasta este vigésimo primer año del siglo XXI creció tanto en número de amarres como en servicios. Desde la punta este de Playa América bien se ven mástiles y cascos de embarcaciones dispuestas a disfrutar del triángulo mágico…  

Mi primer paseo en yate fue en el barco de Alejandro Fernández Figueroa, comandado por José, patrón de costa de toda la vida y mariñeiro de la estirpe más pura, a la vez que cocinero sabio de sabrosos pescados. Él fue mi capitán aquel día, en mi bautizo de mar. El barco, el “Olympia”, era el más grande de la ría salvo los grandes cruceros que cruzaban el océano. Era un día de cielo azul y mar en calma… de los años setenta.

José me había advertido…

—- A terra desde o mar eche moi diferente. Desde o barco é moito mais bonita toda esta costa. Levareivos hasta San Simón, desde alí a Cabo de Home, e cruzando a Costa da Vela vararemos para comer e disfrutar nas Cíes…

—- Un bó plan José. Supoño que disfrutarei moito.

Y así fue. Aquel día agradecí tener amigos ricos con barco, y recuerdo ahora lo que siempre me decía mi primo Lito cuando le hablaba de comprar uno…

—- El mejor barco que te puedes comprar es el del amigo. Porque te sale todo muy a precio…

Nunca olvidaré aquel primer navegar por puro placer… El paso bajo el puente de Rande trajo a mi memoria el viaje del Nautilus

—- ¿Que buscaría por aquí el Capitán Nemo?

—- Dirás la imaginación de Julio Verne.

—- Eso… De todas maneras, no olvides que bajo las bateas hay muchos tesoros…

Pero enseguida me puse en la piel de Martín Codax cuando descubrió también navegando la Illa de San Simón. Desde el mar, es desde donde se entiende mejor esta isla de poetas. En realidad, son dos islas. La de San Simón y la de San Antonio. Están unidas por un puente que les proporciona cierto halo misterioso. Y no es de extrañar porque la de San Simón es una historia escrita en blanco y negro que habla de refugio de piratas, lazareto de leprosos y cárcel franquista. Hoy, por fortuna, es espacio recuperado para la cultura y resulta un placer la mera contemplación de sus edificios y su magnífico entorno.

Reconozco que soy un tipo extraño. A veces me hablan y no escucho. Actúo así cuando las palabras me parecen banales o si el entorno aviva mi imaginación.

El placer de navegar por la Costa del Morrazo es también contemplar en silencio a los piratas de nuestra historia que comandaba el mismísimo Drake; puedes ver incluso a la gente de Moaña defendiendo su dársena a golpe de remos y apeos de labranza. También escuchar el eco de Xil Ríos cantando Nosa Galicia en la Playa de A Xunqueira o la gaita de Budiño desde lo alto del Paralaia.

Si sigues navegando pegado a los arenales de Tirán y llegas a Rodeira, verás arder a  María Soliño en el fuego encendido a tal fin por la diabólica Inquisición católica.

Cangas siempre me pareció meiga. Lo era ya, cuando, de adolescente mis primos José Victorio y Julio me llevaban a comprobar los encantos de aquella “redeira” rubia cuyo nombre borró el tiempo. Yo les contaba que era la reencarnación de la nereida de Cíes que enamoró a Teucro y que por eso fundó Pontevedra

Navegando por el Mar de Cangas me acuerdo de Churruca, marinero de chalana, mi amigo de la infancia; porque lo veo en su minúscula embarcación llena de pulpo, de nécoras, alguna centolla, puede que camarones y algún santiaguiño… regresando del mar de Liméns. ¡Qué gran tipo Churruca!

—– Un día te llevo a pescar…

Pero nunca me llevó porque mi madre se lo impedía. Como hacían todas las madres de interior…

De mis veranos en Cangas, que fueron muchos y muy felices, nunca olvidaré el día que acampamos Víctor, Quique y yo en Liméns, por primera vez en nuestras vidas. El mismo día que vimos a la Santa Compaña

Ascendía por un sendero hacia Nerga, camino de Cabo de Home, que era donde hacían el ritual de cada noche… como lo hicieran hace muchos siglos quienes adoraban al Dios Berobreo.

Muertos de miedo en la tienda de campaña, nos quedamos dormidos hasta que nos despertó el mismísimo José María Castroviejo, nuestro amigo de andanzas por playas y montes. El sol calentaba bien y nos dispusimos a contarle a aquel entrañable escritor lo que habíamos visto…

—– Solo visteis la decepción que os vais a llevar. Era la gente de acción católica de Vigo, que rezaban en procesión el rosario de la vigilia…

Desde entonces no hubo año en el que no hiciese una visita al Dios Berobreo para que me mostrase uno de los paisajes que he vivido más intensamente a lo largo de mi vida. Desde el aire, cuando lo descubrí, desde el mar y desde tierra. 

Cabo de Home es un lugar fulgurante que pone límite, con sus rocas de aguja, a las rías de Vigo y Pontevedra. Emerge de la playa por el mar de los poetas y desde la hermosa bahía donde se refugia la belleza…Nació para ser faro, pero también mirador excepcional del espacio atlántico, poseedor de las más curiosas formas litorales. Sí. Cabo de Home es el faro guardián de la Costa da Vela, así llamada porque “hay que darla toda” si se navega por ella, sobre todo en la cercanía de la Illa Osaque, a veces, se oculta cruel bajo la espuma blanca para provocar heridas de espanto en los corazones marineros. Navegar la Costa de la Vela es lo más impresionante que te puede ocurrir en el Mar del Morrazo. Si puedes, no te pierdas esta experiencia…

Dicen que es el dios Berobreo quien calma el mar para que los marineros de Cangas puedan atravesar la Costa de la Vela a placer, como el día en que me llevó en su barco mi amigo José Ángel López Veiga, que hace tres años emprendió, con demasiada anticipación, su último viaje. Aquel día fondeamos frente a las Cíes en la mejor playa del mundo, la de Rodas. Incluso trepamos monte arriba hasta la isla este para contemplar desde ella cuán grande es el océano y qué bellas son las antiguas Ficas. 

En este lugar apartado de las aglomeraciones playeras, barrera protectora de los males del mar, parece que existió un edén en el que nacieron todos los pájaros. Las Cíes son las centinelas de la Ría de Vigo a la que protegen y los vigueses las prefieren como paisaje por encima de todos los paisajes de mar.

Su declaración como Parque Nacional de las Illas Atlánticas ha venido a controlar un turismo que comenzaba a ser masivo. La visita sigue siendo posible desde Vigo o desde Baiona. Hay cruceros que hasta allí nos llevan, a 15 kilómetros marinos de la gran ciudad y a solo dos y medio del Cabo de Home.

Las Cíes nos animarán por sí mismas a respetarlas: son islas de acantilado en donde anida la gaviota y el cormorán. De playa espléndida con arena blanca y fina, considerada la mejor del mundo. De arbolado próximo para refugiarnos del sol. Tendrás que apreciar toda esta belleza provocada por las aguamarinas verdiazules que rodean el paraíso.