galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

PALABRAS LENTAS

A Luis Cortés Delgado, General Jefe de la Brigada Galicia VII

Por Alberto Barciela

Las palabras han de fluir y completar con naturalidad frases con las que consumar ideas. Han de rezumar con espontaneidad significada, cargadas con sus atavíos de grandes damas del idioma, dejándose llevar por la forma y respetando siempre el fondo. Han de extremar los cauces, pero horadar aquí y allá las riberas semánticas, para alcanzar con su uso nuevos significados, en cadencias sugerentes, a veces elegantes y otras menos refinadas, como discurridas entre meandros rocosos o dejándose caer en cascadas, antes de completar su destino neológico.

A una palabra debe exigírsele plenitud, exactitud, fragancia, significado, amistad, pues tenebrosas o sutiles se atierren en la insignificancia. Por ejemplo, sola es una palabra singular; nimio es ambigua, significa lo excesivo o lo insignificante; y nada aporta desde la inexistencia, desde la ausencia absoluta de cualquier ser o cosa, todo un tratado de filosofía, expresado en cuatro letras. La palabra más bella puede ser bella y otras, como acordeón, parecen estirables en su pronunciación arrastrada y eco prolongado, regustadas en su decir casi onamotopéyico, bailables en un requiebro de instrumento de viento, que meciera llaves o teclas, como una caja de música. Bandoneón no le anda a la zaga, pero se hexágona en la forma, para atender la ambigüedad del lunfardo, palabra de lupanar abierto de puertas y sajado de intenciones.

Le tengo consideración a las palabras rubias, hermosas, sonoras, correctas, sutiles, escabrosas. Las hay asombrosas, asombradas, escépticas, patéticas, de réquiem, de honor y elogio; palabras en llamas, encendidas por el amor, la entrañas, o por rescoldos de antiguas memorias familiares. Una palabra atraviesa el tiempo y hoy es carcajada, y la metáfora la hace aire. Todo continúa hacia más palabras recuperadas, heridas de tránsito y silencio, como sombra y aliento. En general son rotundas, imbatibles. Por su significado, me ofrece tanto respeto verdad como perfección.

Siquiera intuyo un fondo dispuesto a ahogar las formas de decir putrefactas a las intenciones manipuladoras, esquizofrénicas o vulgares. Aun así, para mi todas son preferibles a la censura de diccionario estrecho, opinión manoseada, amansada por el poder, sea el que fuere, por el dinero y la amenaza. ¿Puede asesinarse una palabra con un abrecartas? O con una tachadura. La libre, no. La limitación está en la educación, en el conocimiento de vocabulario, en la capacidad de recordar o en la inopinada inspiración. El contexto equivaldría a las circunstancias condicionales. En este, libertad es otra cosa, es cultura. Nadie me ha de obligar a decir lo que quiero decir

Una palabra tendrá un significado más o menos amplio, será más o menos oportuna, pero por su propio significado nunca estará vacía, no será inocente, aunque pueda aparentar ingenuidad.

Creo que no escribir muerte, como hacía Elías Canetti, no evita una circunstancia sin testimonio fiel de la circunstancia exacta. El drama es el de los vivos. Muerte es una palabra real, inapelable, explicable pero incomprensible. Muerte es un término cuyo significado no alcanzan a explicar las palabras, todas las palabras. Sin embargo, Haraquiri, se me antoja noble, ritual, sonora y filosófica. Un suicidio es un pensamiento ejercido, la acción hecha gesto y puede que poesía. Las palabras se diluyen con su desuso.

Hay que tensionar cada término hasta que rezume. Y, entonces, bebérselo con Neruda, desenterrarlo con Lorca, aojarlo en la memoria con Borges, adjetivarlo con García Márquez, reírlo con Monterroso, escribirlo despacio para una madre como hacía Juan Ramón Jiménez. Un vocablo debe expresarse con la oralidad maravillosa y amiga de Nélida Piñón. El verbo puede explicar el mundo, sin conocerlo, dar cuenta de las cosas que nombra, sin ser esa cosa.  A Francisco Umbral y a Cela hay que imaginárselos juntos, en un taxi madrileño, entreverando el mundo de palabras con sexo y con seso. Acudiendo al entierro de cualquier académico, que no puede ser cualquiera por definición.

Las palabras, por sí mismas, conceden y restan felicidad.

Los números pueden ser exactos, las palabras, que son muy frágiles, han de contener toda una verdad o bifurcarse en múltiples significados circunstanciales. Con la misma facilidad que cambian de boca, las palabras cambian de sentido. Con una palabra oportuna se pueden decir cosas que toda la literatura necesitaría siglos para expresar. Pero difícilmente las hay deslavazadas, insustanciales o insulsas por sí mismas. El texto sí puede ser desordenado, mal compuesto o inconexo desde el mismo título -como muy bien sabe el General Luis Cortés, por haberlo padecido en carnes propias-, pero no cada uno de los términos que lo componen.

No es posible saber más de lo que saben las palabras, insuficientes. No deberíamos por ello malgastarlas. Mientras exista la posibilidad de la palabra existirá esperanza.

El periodismo es la fresquera del idioma, el diccionario la nevera ordenada y refrescante.

Todos los infinitivos son posibles.