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PASATIEMPO DE BETANZOS: EL SUEÑO DE LA RAZÓN.

Esta foto es de José Manuel García, https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Parque_do_Pasatempo_-_02.jpg.

Por Miguel Mendoza

Los hermanos García Naveira, su historia, podrían parecer sacados de novela o de un cuento con moraleja. Por suerte para Betanzos, para Galicia, fueron reales y llenos de voluntad de que sus acciones les sobreviviesen.

Juan y Jesús García Naveira nacieron, betanceiros y humildes, a mitad del siglo XIX.  Con veinte años marchó Juan a América para torcer el destino que le hacía labrador. Su hermano menor le siguió los pasos y en Argentina, a la que llegaron pobres y casi analfabetos, se fueron construyendo ambos poco a poco, cada hora de cada día. Gracias a su laboriosidad y su intuición fundaron empresas prósperas y ganaron jerarquía en los negocios al tiempo que, acortando el sueño, estudiaban y formaban su espíritu en las letras y las ciencias.

Dueños de una inmensa fortuna volvieron los Naveira a Betanzos, donde emprendieron proyectos de toda clase para mejorar la vida de sus conciudadanos y aliviar de sus penurias a quienes estaban en el revés de la suerte. Escuelas, sanatorios y casas de acogida fueron construidos mientras los más desventurados recibían la ayuda que los poderes públicos de la época no podían prestar. A la muerte de Juan, en 1933, en La Voz de Galicia se leía una frase que bien podría valer como resumen de su actividad cívica: Dignificó el dinero.

PASATEMPO COLLAGE +

Pero la dimensión filantrópica de Juan García Naveira era sólo una de las caras de su temperamento. Convencido progresista, curioso viajero e iniciado en la masonería durante la aventura americana, su imaginación le llevó a concebir la idea de lo que Seoane habría de llamar parque enciclopédico: un audaz proyecto pensado como lugar de recreo y homenaje al esfuerzo y el sueño de los hombres, a la ciencia y el arte, a la belleza y el misterio.

La noción del Pasatiempo la traía ya Juan cuando, en 1893, volvió definitivamente a Betanzos mientras Jesús se afincaba en Madrid. Durante dos decenios largos dirigió los trabajos de lo que en inicio se tuvo por excentricidad, pero que ocupó a cientos de lugareños y acabó siendo señalado en las guías europeas como lugar de visita necesaria.

El Parque del Pasatiempo tenía enormes y selváticos jardines, parcialmente rodeados por una reja versallesca, cuya entrada principal guardaban dos leones de mármol de Carrara. Tenía una avenida dedicada a los emperadores romanos flanqueada por regios bustos traídos de Italia; otra por la que rondaban las figuras de Dante, Dickens o Milton; exuberantes fuentes dedicadas a Cupido o Neptuno. Tenía un jardín-dormitorio con los muebles esculpidos en arrayán; estanques fastuosos como el de los papas y grupos escultóricos salpicados por doquier, entre palmeras, arces, plantas acuáticas, balaustradas y laberintos de boj. La cantidad de estatuas, surtidores y ornamentos era tal que, según los testimonios de la época, resultaba imposible recordarlo todo tras la visita.

El Pasatiempo propiamente dicho arrimaba sus cinco alturas a la falda de la montaña en una rapsodia de grutas artificiales, estanques, pasadizos y miradores chinos. Ciertas paredes estaban cuajadas de conchas y cuarzos, ciertas otras de relieves con hipopótamos y camellos, cristianos en el circo, buzos en el fondo del mar o esculturas de canoas indias, carabelas y galeones. Un dédalo subterráneo albergaba catacumbas y mostraba una entrada inspirada en la Boca del Infierno de Bomarzo. En sus muros descomunales estaban el Canal de Panamá, la Muralla China, las pirámides egipcias y el Árbol Genealógico del Capital. En los niveles superiores se alojaba un zoológico, y coronaba, por fin, la obra, un monumental león mirando la ciudad.

La estética modernista de la época dotó al conjunto de un irresistible aspecto onírico. Una ensoñación que guardaba guiños a la biografía de su artífice y crípticos símbolos masónicos escondidos entre los recovecos de un lugar cuya intención principal fue, de cualquier modo, formativa: Naveira quiso que sus paisanos pudiesen viajar por el mundo y sus maravillas sin salir de Betanzos. Y, en efecto, todo parecía estar en el Pasatiempo.

Tras la muerte del rico indiano comenzó una acelerada decadencia. Durante la guerra, los soldados practicaban puntería en los bustos del parque, que fue degradándose y cubriéndose de un oscuro halo de sordidez. En la miserable posguerra se arrancaron las tuberías de fuentes y estanques, se tiraron muros y se depositaron escombros, y así se continuó hasta que los decenios y los campos de repollos borraron casi todo recuerdo de aquellos jardines grandiosos, cuyas esculturas, robadas, adornaron después opulentas propiedades.

Vista la endémica indiferencia de las autoridades, resulta casi milagroso que una parte del Pasatiempo haya llegado a nuestros días en relativo buen estado. Los últimos años han servido para cierta recuperación del conjunto y, si bien su esplendor forma parte, irremediablemente, del recuerdo, el vestigio de la delirante creación de Juan García Naveira continúa despertando asombro en los hombres, un siglo más viejos.

Esta foto es de José Manuel García, https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Parque_do_Pasatempo.

Esta foto es de José Manuel García, https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Parque_do_Pasatempo.

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