galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

EL PÍCARO, EL FALSO OBISPO Y EL REY DEL CACAO.

Hay historias escritas en antiguas publicaciones que son merecedoras de ser recogidas con arte literario e incluso cinematográfico. A lo largo de mi vida descubrí a ciertos personajes que lograron que nos riéramos de nosotros mismos… porque formaron parte, como en la picaresca histórica, de nuestras propias experiencias o de las de nuestros antepasados.

Algunos de los personajes que conocí por mera curiosidad periodística fueron gente capaz de generar simpatía hacia su persona pese a cometer estafas que no eran como para reírse.

Como aquel tipo que le vendió la Alameda del Cruceiro de Ourense a un indiano millonario que quería construir en ella su mansión. Manulo, que así se le conocía en la ciudad allá por los años cincuenta, cobró trescientas mil pesetas de la época al incauto, tomado por loco por la propia policía cuando presentó la denuncia.

En 1986 llegó a Santiago de Compostela Carlos Jorge Valdiseen, un argentino que tenía poco más de cincuenta años, con mucha labia y gran porte. Se hospedó en el Hotel Araguaney y le dejó al mismísimo Galeb Jaber uno de los mayores pufos de su vida. Algunos de los mejores restaurantes también están esperando que pague sus deudas e igualmente comercios de reconocido prestigio.

El tipo era todo un profesional de la estafa: se hizo pasar por Obispo de Avellaneda y ofició misa diaria en la Catedral compostelana. Nadie le pidió las credenciales. Todo el mundo, hasta Rouco Varela entonces arzobispo de Compostela, le ofreció varios almuerzos. Un buen día desapareció dejando una nota en el hotel, en la que le contaba al director, que se marchaba urgentemente porque le había llamado el Papa.

De Carlos Jorge nunca más se supo en Santiago, pero todo el mundo se rió mucho con lo de sus misas y un poco menos de sus estafas.

Este tipo de personajes abundan en las crónicas gallegas más antiguas. Hace tiempo contaba el periodista Martín Fernández la historia de un tipo simpático, educado y buen mozo, recibido en Ribadeo con reseña en el semanario de principios del siglo XX, el “Ribadense”:

“Está pasando unos días en esta villa el distinguido sportman don Fernando Caamaño Bonella, simpático joven perteneciente a una familia de grandes capitalistas de Venezuela”.

El supuesto millonario se hospedaba en el Gran Hotel Ferrocarrilana, uno de los pocos de Galicia que figuraba en la Guía Michelín de aquel tiempo. Se paseaba por la villa en una Harley Davidson con sidecar que hace cien años ni se conocía por el país.  

El tal “Caamaño” hablaba varios idiomas, usaba gafas de cristales azules, recibía correspondencia de varios países, afirmaba que tenía plantaciones en Venezuela y celebraba conferencias telefónicas para concertar ventas de café y cacao.

Por eso lo bautizaron como el Rey del Cacao. Había alquilado el Teatro de Ribadeo pero nunca pagó la renta. Tampoco el hotel, ni las comidas. Le prestaron dinero que nunca devolvió.

Con el tiempo se supo que se llamaba en realidad Tomás Portolés Rafóls y era de Calanda, Teruel, como Buñuel. “La Comarca”, otro semanario de Ribadeo de la época descubrió que “pagó sus fechorías en la Carcel Modelo de Madrid”, pero más tarde ingresó en el Psiquiátrico de Leganés a donde le condenó la Audiencia Nacional, por los delitos de uso indebido, usurpación y suplantación de nombres, títulos y uniformes; más de un ciento de estafas y engaños varios lugares del mundo.

Es curioso que en las reseñas de su estancia en Ribadeo, se dijese que “Su trato fue deseado y cultivado por las mejores familias de la zona, muchas con señoritas casaderas o en edad de merecer”.

Los estafadores como Manulo, Carlos Jorge o Portolés terminan siendo personajes admirados, que al pueblo siempre le caen simpáticos los vividores. Además, estos delitos que cometieron no son para nada comparables con los que cometen los corruptos de la actualidad.