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PONCIANO CÁRDENAS, POESÍA Y SILENCIO

Se nos fue Ponciano Cárdenas Canedo a los 91 años. Fue uno de mis grandes amigos, compartimos años duros y muchas alegrías. Hombre vital, artista generoso, amigo sin dobleces. Me ilustró varios libros. Estará en mi recuerdo y en mi silencio. En noviembre de 2009 me pidió un prólogo para un libro que iba a editarse sobre su obra plástica y escultórica. El libro, por razones inescrutables, nunca se publicó. Aquí mis palabras sobre su obra.

PRÓLOGO

Por Carlos Penelas

Conocí a Ponciano Cárdenas en 1970. Había publicado mi primer poemario. Concurría a Sala Taller donde estaban Rubén Rey y María Elena Lopardo. Ellos, y Oliva, me hablaron de Cárdenas. Lo vi por vez primera en esa galería y centro cultural. Lo acompañaba Mariana, su compañera de toda la vida; una pintora de territorios y lenguajes. Cárdenas llevaba un poncho de su tierra, la mirada soñadora y el destino dramático en la frente. Desde ese día compartimos momentos felices y momentos trágicos. Vimos crecer el horror de las dictaduras, vimos desaparecer amigos, vimos el exilio. Pero también la belleza, la insurrección, el amor de la mujer, la desnudez, el misterio. Una amistad fraternal, de percepción soterrada.

Ponciano Cárdenas ofrendaba amistad. Ofrendaba silencio. Era bondadoso, convocaba lo entrañable del ser humano. Junto a él fui recorriendo voces, encuentros. Podría decir Antonio Pujía, podría evocar a Adolfo De Ferrari o a Héctor Cartier. Como símbolos, sólo como símbolos de muchos otros. Junto a Cárdenas fui descubriendo la textura de América. Junto a Luis Franco y junto a él. Ponciano me enseñó a ver. Me enseñó a ver lo mágico, lo dramático, lo sagrado. En cada obra suya (recuerdo aquellos años juveniles en su estudio de la calle Tucumán cuando le leía poemas y lo veía pintar, lo sentía crear) aparece lo milenario, el mundo ancestral, los orígenes.

Le hablaba de Galicia, de mis antepasados campesinos, de los sueños libertarios. Lo escuchaba hablar de su Bolivia, de doña Casta Canedo –su madre– de su lengua quechua, de su poder curativo con hierbas milagrosas. De la oca, de la papa, del durazno. De la arcilla. Eso, si sabemos ver, están en sus obras. En sus cuadros, en sus murales, es sus esculturas, en sus cerámicas. Su pintura lleva los genes de una raza. Se sentía orgulloso, libre, rebelde. Todo esto me fue enseñando Ponciano Cárdenas desde que lo conocí, aquella tarde en la galería. Y más, mucho más.

Nos encontrábamos en casas de amigos, en exposiciones, en talleres. Juntos palpitábamos libros, poemas y figuras. Una sola mirada bastaba para comprendernos, para entender al otro. Fraternal, Ponciano. Fraternal y de talento. En su obra descubrimos toros, riñas de gallos, mulatas. En su obra la sensualidad, la metamorfosis, lo viril. Me gustan las tintas de Ponciano. Me gustan sus cerámicas. Sus hembras alzadas, rebeldes, seductoras. Me apasiona lo telúrico y lo fatal de su obra.

—- “Bolivia es un país bien favorecido por la naturaleza y nosotros podríamos ser un país muy rico en el mundo; sin embargo, a pesar de que somos tan poquitos habitantes, esta riqueza no nos pertenece”.

Eso dice Domitila Barrios. Eso dice cuando habla de la mina, cuando habla de los campesinos. Ya no se trata de una realidad, ya no se trata de una construcción social olvidada. Ahora, ante un cuadro de Cárdenas descubrimos la verdad revelada, la intuición del creador. El racismo sutil o descarnado, la celebración de identidades, la salud y la vivienda. En cada escultura de Ponciano advertimos la geografía de un pueblo, la desazón, la angustia. Lucidez y resistencia, pues. La tristeza y la rabia de pie. Calladamente, contra viento y marea.

¿Qué más, vemos? Un día, Ponciano le pidió a su madre que le comprara arcilla para hacer modelados. (Me lo contó hace muchos años, se oculta en sus cuadros la anécdota, en sus tintas, en sus esculturas.) Era una arcilla especial, de la zona de San Pedro. Al día siguiente doña Casta hizo descargar en el patio de su casa una camionada. Ponciano necesitaba un cuenco. La simbología, la tradición ética, emociones profundas que nos hacen recordar a nuestro César Vallejo.

—- ¡Hay golpes en la vida, tan fuertes…Yo no sé!

Las imágenes de Ponciano parecen gravitar en una tarea de rescate de la condición humana. Ve y nos muestra lo que ve. La realidad que lo circunda la expone desde la emoción pero con la creatividad que sólo unos pocos pueden lograrlo. Devela misterio, color, paisaje. Atrapa la luz y la sombra. El dolor y el silencio; lo poético. Recordamos a Rilke cuando enaltece el verso:

—- Tú, tú tienes que cambiar la vida.

Cárdenas compone inmerso en un tiempo no medido por relojes ni calendarios. Refleja una experiencia latinoamericana única. Sin desbordes, sin demagogia, sin filiación política. Su obra es insurrecta siempre, desde la belleza, desde el combate interior, desde la realidad épica. Crea y recrea un lenguaje específico: la pintura. Pero, insistimos, también los murales, las esculturas, las cerámicas. Elude efectos y encantos superficiales. Genera una atmósfera propia, hace visible lo que no se quiere ver, genera un diálogo con lo visual. Pero también con el que observa. Su obra exhibe coherencia y personalidad. Nos propone siempre un múltiple itinerario, una diversidad de matices, de vuelos, de culturas.

Ponciano esta siempre afuera. Su paleta es exterior. Así como su carácter es íntimo y sereno, su obra subraya el paisaje, las mujeres, los hombres, los dioses, los soles azules o naranjas. La fuerza – de eso estamos hablando – de su color lleva la tradición clásica, el estudio analítico, la técnica del maestro. No hay improvisación; jamás. Lo austero de su conducta lo sentimos en esos territorios que nos muestra: el altiplano, la permanencia, los símbolos telúricos y populares, la ternura de los pueblos americanos. Es un creador existencial, un humanista que brinda una estética directa; en lo erótico o en lo social. Y confiesa algo fundamental:

—-  Para el artista el tema es un pretexto, porque en definitiva lo que importa es el cuadro.

Las obras de este artista nos ayudan a reencontrar el sendero hollado de la utopía posible. El centro de gravedad de la indagación plástica de Cárdenas es la representación de la figura, la figura en una densidad humana que le otorga el trabajo, el dolor, el contacto con la tierra. Estos seres se ven transportados a una dimensión arquetípica. Implica, además, un reencuentro con una humanidad sencilla, primordial. Por medio de los animales, Ponciano deriva hacia un descubrimiento de la naturaleza incontaminada, anterior y superior al hombre. Rebelde, arcaico, díscolo. Hay un planteo sólido, austero y, entiendo, sólidamente arquitectónico. Recupera la tradición clásica desde la mirada de América. Y algo no menor: la actividad docente es parte de su vida. Me fascinaba su taller de la calle Pringles, con sus plantas, sus rincones, sus techos. Me fascinaba cuando por las tardes lo habitaba la soledad. Y me fascinaba cuando se llenaba de voces, de alumnos incondicionales, de hijos, de nietos, de música, de vida. Y cuando bailaba la cueca con Mariana.

Está ajeno a toda tentación propuesta por los estrépitos de la moda. Su obra plástica se sostiene en el color. Su pintura se puede asociar con la literatura latinoamericana, pues vemos una suerte de realismo mágico. Todo lo que refiere a la construcción del espacio también hace referencia a la justeza del color. La figura humana –reiteramos– constituye un punto central en sus preocupaciones. Hay una estética fina y cálida; en sus óleos, en sus esculturas, en sus cerámicas, en sus tintas. La obra de Cárdenas lleva la pulsión del pasado, vive una atmósfera real e irreal, cotidiana y fantástica. Su obra lo representa y nos representa. Eso también fui aprendiendo de su amistad.

Junto a Ponciano Cárdenas comprendemos una mirada estética y ética. Nos permite asumir nuestra identidad, comprender que ser latinoamericano es sentirse hijo de esta tierra y también de la otra. Hay una convergencia que acontece en la interioridad de cada uno de nosotros, que expresa una condición única, que no se da en lo europeos ni en los otros continentes, como señaló con agudeza Octavio Paz. Por más raíces europeas que tengamos sería una insensatez sostener una visión eurocentrista. Dijimos que Cárdenas ofrendaba amistad, que ofrendaba generosidad. Creador nato, de poderosa imaginación, acentuaba desde una paleta sobria y de extremada intensidad tonal o desde sus esculturas, un mundo personal e inconfundible. Cárdenas aún suscita reflexiones y sentimientos profundos. De allí la poética de su obra, de allí su callado oficio.