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PROMESAS POR UN CANUTO

Por Alberto Barciela

En la política se utiliza un lenguaje obtuso que requiebra a la mentira para obviar una verdad. Con ello se busca un objetivo: la aparente justificación final de una ejecutoria, normalmente interesada y partidista. Entre meandros dialécticos se esconden una intencionalidad cierta, que puede resultar legítima pero que siempre se presenta engalanada, desprovista de alcances diáfanos. Puede alegarse que esta es la esencia del juego parlamentario, mas aparece como inadecuada para una democracia representativa. Lo claro no tiene por qué disimularse.

Da igual quien gobierne. Una vez alcanzada o pactada la mayoría, suele imponerse el criterio exclusivo del ganador, ni se negocia ni se consensua. Una vez en el mando, los esfuerzos de los gobernantes se centran en diluir la separación de poderes, imponer sus planes y disimular sus fines entre maniobras torticeras. La oposición insulta, no cede, no equilibra. La concordia, el interés general, el de Estado o el de las Comunidades Autónomas o el de los Municipios, el que realmente ha de importar al votante, se diluyen en la verborrea y se disuelven en la ejecución. El ciudadano deja de ser considerado en el mismo momento de depositar su papeleta.

La política no es sorda, sencillamente se hace la indiferente hasta las siguientes elecciones, esconde la cabeza y muestra las garras. El elector no tiene cómo reclamar las promesas que le hicieron y si quiere resolver complejos trámites burocráticos o acceder a ayudas públicas, en ocasiones a simple información, tendrá que buscar costosos intermediarios o el favor del amigo circunstancialmente colocado. Todo semeja tender al mal funcionamiento del sistema, a su perversión como elemento decisivo para el bienestar general. El ejemplo es claro: en cada elección hay que escuchar promesas reiteradas como la Administración Única, la simplificación de trámites o la digitalización de papeleos. Nada se cumple. Hablo en general, siempre existen excepciones.

Antonio Pigafetta o de Pigafetta (Vicenza, Italia, c. 1480 – ib., c. 1534) fue un noble italiano del Renacimiento que se desempeñó como explorador, geógrafo y cronista al servicio de la República de Venecia. Fue caballero de la Orden de San Juan. Acompañó a Fernando Magallanes en la primera circunnavegación. El cronista italiano relata cómo durante su estancia en Brunei el sultán era tan reverenciado que, según advertencia de uno de los cortesanos, no se podía hablar directamente con él; de modo que, si se quería decir algo al sultán, había que dirigirse a dicho cortesano, quien a su vez se lo diría a otro cortesano de rango superior, que se lo diría al hermano del gobernador, quien a su vez (por medio de una cerbatana colocada en un agujero del muro) dirigiría las peticiones a uno de los oficiales próximos al rey, a quién se informaría. Es de suponer que el cauce de respuesta fuese el mismo, con lo cual el poder recaería en los traductores o mediadores de la voluntad del máximo mandatario. Paradójicamente, quinientos años después, en un mundo digitalizado, la realidad se aproxima a ese curioso sucedido.

Como conocemos, en el actual proceso de Coronavirus, las ayudas europeas habrán de ser decisivas en la recuperación económica y, cuanto antes, habrá que determinar consensos, plazos, procedimientos y condiciones para recibirlas y administrarlas. Fundamental resultará el papel en el proceso de Nadia Calviño, aunque lo esencial pivotará sobre Pedro Sánchez, para evitar conflictos en el Consejo de Ministros con los podemitas. Primero se evaluará el sistema de  transferencias directas de los fondos europeos, que supondrán unos 72.700 millones de euros, y después los créditos, hasta completar los 140.000 millones de euros destinados a la recuperación de la economía española. Todo en un periodo de seis años que serán determinantes para la economía española y europea.

El Presidente del Gobierno ha anunciado la aprobación de un decreto ley para suprimir las barreras burocráticas con el fin de emplear de manera más ágil y eficiente los fondos para la llamada reconstrucción. El Gobierno ha anunciado el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia  de la Economía Española; sus estimaciones en lo que se refiere a creación de empleo alcanzan los 800.000 nuevos puestos de trabajo en tres años. Una cifra que ya se hizo famosa en los tiempos iniciales de Felipe González, en 1982.

Existe una grave crisis económica, política y social, pero me temo que la peor es la de confianza en los gestores. Hay que encontrar otros cauces, y esta vez no son suficientes ni promesas por un canuto ni de ningún otro tipo, lo que hace falta es consenso y transparencia para repartir las ayudas europeas y también para aprobar los nuevos Presupuestos españoles. Entre tantas nieblas hay que encontrar luz y eficacia. La oportunidad puede nacer el 26 de octubre, día en el que el Senado acogerá una nueva Conferencia de Presidentes con la asistencia de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. También acudirá el presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias. Europa ha de ser la supervisora y garante de la eficacia de unas ayudas que han de alcanzar a las grandes empresas pero también a las PYMES.

Hemos de encontrar talentos y, sobre todo, reformular talantes. Siguen pendientes la reforma electoral -listas abiertas, gobierno de la lista más votada, segunda vuelta, límite del gasto electoral, etc.-, las normas que aseguren la transparencia en la financiación de los partidos políticos, un sistema educativo serio para todos, respeto al Pacto de Toledo, defensa real de los derechos de las mujeres, funcionamiento de la Cámara de representación Territorial conocida como Senado, la separación efectiva y respetuosa de los poderes del Estado, etc. Eso son deberes de los gobernantes que necesitamos en el momento de la mayor crisis que nos ha tocado vivir. Si no se unen mal nos irá. Nos jugamos el futuro.