galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

QUE CALLA LA CANALLA

Es mísero callar cuando importa hablar”.

Cayo Salustio Crispo

Por Carlos Penelas

En la vida he cometido errores, muchos de ellos en mi juventud. Pensaba en un orden social diferente, en ciertos modelos supuestamente revolucionarios, en una óptica en donde el mal estaba en un lado y el bien en otro. Durante años lecturas de historia, sociología y ensayos contemporáneos formaron mi ideología. Durante años estudié y analicé autores clásicos, lecturas que conformaban un ideal, una manera de salvar al mundo y de elevar un sentimiento cargado de solidaridad y esperanza. En los años 60  era una corriente que avanzaba sobre el planeta. Y los jóvenes vivíamos con intensidad esos cambios, esos movimientos. Una generación fue llevada a la muerte; muchos de ellos con utopías y sentimientos nobles, otros profundizaron su dogmatismo y su imbecilidad.

La poesía, la música, el teatro, la pintura,  el cine, la historia del arte comenzaron a ser una guía fundamental cuando ingreso al profesorado en Letras. A los veintidós años comencé a vincularme con viejos libertarios. Aquello que no había escuchado o no quise  escuchar en la voz de mi padre lo fui vivenciando años después. El tiempo fue afianzando cada idea, cada signo, cada acto ético. Junto a una formación humanista otras lecturas, otras fuentes me otorgaron una visión más amplia del ser humano. A partir de entonces comprendí mejor la demagogia, el dogmatismo, las revoluciones cesáreas,  el populismo. Sabía –ya lo había escuchado en mi infancia- qué significaba el fascismo, el estalinismo, en nazismo, el franquismo, pero no había comprendido las maniobras canallescas del fascismo de izquierda. La derecha, caballeros, sabemos a qué juega, cómo funciona, cuáles son sus propósitos. Crímenes, engaños, guerras, actos de fe, adoctrinamiento, falsedades en nombre del pueblo y de la revolución social es lo que debemos combatir con el mismo ímpetu que posiciones imperialistas, racistas o  nacionalistas. Lo religioso invade lo político, lo político es religioso. Pregúntenle a Napoleón, de esto algo supo.

Estas visiones, siniestras, se erigieron en verdugos, en inquisidores, en esbirros de toda dictadura en nombre de las clases más humildes. Los mecanismos perversos fueron infectando universidades, publicaciones, hábitos. Pero no era sólo la gentuza, la mediocridad de militantes y jóvenes desorientados, analfabetos inmorales, ignorantes consuetudinarios. Hubo seres de una basura moral sin límites. Hablo de Sartre, de Neruda, de Heidegger y de tantos otros que negaron el horror, que instalados como íconos de la izquierda esclarecida nunca fueron tocados, criticados o al menos cuestionados. La imbecilidad y el oscurantismo avanzan sobre el universo. Hoy lo vemos en casi todos los países, jóvenes y no tan jóvenes –descerebrados en su gran mayoría-  apoyando a líderes de coleta, a dictadores impresentables, toda una gama de populistas, tercermundistas o vaya uno a saber qué tipo de borrachera elevan con los ojos en blanco.

Un claro ejemplo de nuestros días es el caso Matzneff. Como símbolo. La elite literaria francesa y los medios celebraron sus libros y su moral durante décadas. Entre ellos, entre los intelectuales que apoyaron a éste pedófilo vemos los nombres de Sartre, Michel Foucault, periódicos como Le Monde y Libération. Todos ellos alentaron o defendieron a capa y espada la práctica como una forma de la liberación sexual y humana. Recordemos: Gabriel Matzneff fue uno de los máximos exponentes de la legalización del sexo con los niños. Para liberarlos del dominio de sus progenitores. Pensadores de izquierda como Foucault, Roland Barthes, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir se manifestaron en defensa de estas prácticas y defendieron a monstruos acusados de tener sexo con menores. Defendieron, muchos de ellos, a pedófilos y los consideraban una minoría discriminada. ¿Qué podemos pensar del Vaticano? ¿Qué podemos decir de los campos de concentración para homosexuales en la Revolución Cubana? ¿Cómo defender el socialismo del Gulag,  la Revolución Cultural China, los millones de muertos de Camboya, Vietnam,  Yugoeslavia? ¿Qué escribir sobre científicos, autores, intelectuales, hombres de a pie asesinados, exiliados, humillados? ¿Hablamos de Nicaragua, de Venezuela, de Irán? ¿Qué les podemos decir a generaciones de jóvenes que tienen el cerebro lavado y sólo atienden sus celulares y sus redes? Estas breves líneas son un pequeño ejemplo de atrocidades sistemáticas, de horrores sistemáticos.

Este es parte de una estructura en la cual convivimos. Todo es mucho más complejo, la sociedad tiene mil facetas. Pienso en el arte visual y vemos también la sarta de imbéciles que se llaman creadores, seres de vanguardia con curadores, pienso en la industria cultural, en la mediocridad de profesores y de estudiantes, de diputados y senadores, de intendentes. Y sí, de presidentes corruptos, ladrones y psicóticos. Por fortuna hay pequeñas islas en donde se piensa, en donde se crea, en donde se vive con otros objetivos.

Nos preguntamos cuantos políticos o líderes se han suicidado en la historia. Son contados con los dedos de una mano. Por lo general seres de talento, honestos, pero frágiles para soportar la inmundicia son aquellos que eligieron eliminarse. Por supuesto, no propongo el suicidio como salida. Digo que para muchos seres humanos –con sus variantes y sus problemáticas-  ante un mundo en crisis, ante sociedades degradadas, ante la hipocresía, no tuvieron otra salida. Recordemos al pasar: Periandro, Séneca, Safo, Petronio, Ángel Ganivet, Virginia Woolf, Salgari, Pavese, Antonieta Rivas Mercado, Storni, Hemingway, Lugones, Quiroga, Pizarnik, Celan, Trakl, Maiakosvki, Mishima, Zweig, Tsvetzeva, Plath, Villaurrutia, Michaux, London, Cesairé…

Albert Camus comenzaba su célebre ensayo El mito de Sísifo con una reflexión: sólo existía un problema filosófico verdaderamente serio, y ese era el suicidio.  Entre los griegos éste había sido un asunto de primer orden.

Heródoto escribió:

Cuando la vida es tan pesada, la muerte se convierte para el hombre en un refugio codiciado”.

Jacques Rigaut, fundador de la Agencia General del Suicidio:

No hay motivos para vivir, pero tampoco hay motivos para morir, la única manera con que se nos permite demostrar nuestro desdén por la vida es aceptarla, la vida no merece que nos tomemos el trabajo de abandonarla”.

Pirandello en su obra inmortal, El difunto Matías Pascal, le hace decir al protagonista:  

La primera vez que me maté lo hice para aturdir a mi querida. Esta virtuosa criatura se había negado bruscamente, cediendo al remordimiento, a acostarse conmigo, a engañar a su amante, su jefe de oficina. No sé muy bien si yo la amaba; sospecho que quince días de separación habrían disminuido de manera notable la necesidad que de ella sentía. Pero su rechazo me exasperó. ¿Cómo atraparla? ¿Ya he dicho que ella sentía por mí una profunda y duradera ternura? Me maté para aturdir a mi querida. Perdóneseme este suicidio en consideración a mi extremada juventud por la época de semejante aventura”.

Vivimos en una sociedad donde jueces, políticos, intelectuales, burócratas, sindicalistas, estudiantes, cagatintas y demás yerbas mienten, engañan, niegan el pasado y el presente –al mismo tiempo– y subestiman la memoria. Peor: subestiman al individuo y  lo ético. Un sistema en pleno horada sin prurito. Esto fue así desde la época de los profetas y un poco antes también. ¿No me cree? Vuelva a la Biblia y las manos se le llenaran de sangre.

Por supuesto: hay ejemplos –pocos, pocos– que marcan el camino hacia una mejor humanidad. Mientras tanto sigo pensando en Groucho Marx: La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.