galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

RAMÓN BLANCO

EL LUTHIER QUE CONQUISTÓ 7 OCHOMILES

Entró por la puerta de TVE Galicia aquel día de primavera radiante y ya nos cautivó a cuantos hacíamos entonces, el DGPM

—- Buenas tardes. Soy Ramón Blanco, el alpinista y luthier. Vengo de Venezuela

Le mire de arriba abajo. Debía de andar por los 62 y hacía poco más de uno que había escalado el Everest. Consiguiera el Record Guinnes y su hazaña me la comentaran los Hermanos Novás, aquellos alpinistas de Porriño que le conocieran en lo que esta gente llama “campamento base”.

Nos quedamos todos impresionados. Ramón Blanco estaba llegando a esa edad en la que ya te duele todo y seguía pensando en hacersenderismo” por las cumbres más altas del mundo.

Y me lo decía a mí, con sorna, mirando mi incipiente barriguita de ejecutivo incapaz de mover el culo…

—- Bueno, aún me queda algún “ochomil” que escalar pero ya llevo cinco…

Su iniciática historia, sin embargo, no es muy distinta de la de mucha gente de aquí…

En 1934, cuando nació, las cosas no pintaban bien por su pueblo Xerdiz, una de las ocho parroquias en las que se divide Ourol, municipio en el que los niños nacían ya con una maleta en la mano, de ahí que el principal monumento erigido en los tiempos modernos fue, precisamente, el monumento al emigrante, una figura desgarbada portando una valija.

Seguro que de niño ascendía Ramón el curso del Landro hasta su nacimiento en la Serra do Xistral, en donde mil veces hablaría con lobos, caballos en libertad y el ganado que pastoreaba siempre en soledad, que padecía en aquella época una tímida soledad juvenil.

Pudo haber terminado en la Cuba tropical, que cuando mandaba Baptista allá se iban todos los de Ourol, fundadores de la sociedad “Viveiro y su Comarca”.

Pero, no, Ramón elegió Venezuela en donde se hizo Luthier de profesión; como él dice, “o guitarrero, o violero, en fin, constructor de instrumentos de cuerda…”

—- No me fue mal. Encontré una profesión liberal en la que podía ganarme bien la vida y ahí sigo –me contó aquella vez.

Pero Ramón no era entonces un artesano cualquiera: había construido ya una guitarra renacentista de cuatro órdenes, porque las guitarras son los suyo; aunque  él crea y restaura todo tipo de instrumentos de cuerda.

Su taller es toda una leyenda en Caracas y así tuve oportunidad de constatarlo, personalmente, hace años, cuando frecuentaba la city en la que aún vivía mi primo Álvaro.

Sí, le vi varias veces en su salsa y volvimos a hablar de cumbres y grandes montañas cuando en el 2003 fuimos a grabar el DGPM a Caracas

¡Qué gran tipo, Ramón! Había pasado una década pero nadie se lo notaba ni en el rostro ni en el cuerpo de atleta que lucía, presumido, por la Hermandad Gallega

Nos sentamos en medio del boreo de uno de los bares de la Galicia caraqueña y me espetó de primeras

—- Bueno, ya tengo siete grandes cumbres. Yo creo que es el momento de parar, pero no lo sé seguro.

Tenía entonces 78 años y ese día me descubrió como naciera esa su afición a tocar los cielos del mundo…

—- Realmente fue en México, en la Escuela Nacional de Montaña, en donde aprendí las técnicas del montañismo y en donde hice mis primeras incursiones subiendo a los volcanes, el Iztacciuatl, de 5.386 metros y el Popocatepetl, de 5.452. Allí descubrí las locuras de juventud.

Y narraba con pasión como se adentraban en los bosques de ocotes, pisando nieve y hielo, en línea recta, sin los equipos apropiados; como se perdieron más de una vez…

—- La comida la llevábamos en bolsas muy incómodas y hasta nos era difícil la recuperación…

Y contaba Ramón como en cada una de aquellas escapadas “encontraba siempre nuevos amigos porque los anteriores no querían saber nada de próximas aventuras…”

Ramón Blanco Suárez aún se emocionaba cuando narraba aquella primera gran escalada, la del  Popocatepetl:

—- Vi una cruz en lo alto, continué y era el borde del cráter… Me estremecí y lloré con la emoción. Fueron mis primeras lágrimas en la gran montaña y un recuerdo inolvidable…

—- ¿Mas que en el Everest?

—- Las emociones son distintas porque cuando llegas al Everest ya conoces su grandiosidad, las vas viendo a medida que lo asciendes… Además, en México tenía aún 32 años.

A medida que avanzaba la conversación, admirabas más a aquel hombre humilde que complementaba su profesión, su amor a la música, con su pasión por la naturaleza…

Le perdí la pista aquel junio caluroso caraqueño del 2.003… Pero hace unos días tuve un sueño: íbamos juntos Landro arriba ascendiendo al Xistral y escuchando la música de los mirlos, que andan muy afinados en este veroño…