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RECADO DE PAPEL PARA GABO, EN LOS TIEMPOS DEL COVID

Por Alberto Barciela

Querido Gabo:

Ahora que estamos todos frente al paredón, no puedo por menos que trasladarte un nuevo recado de escribir. Es una demostración de respeto en estos tiempos de COVID, en este ahora en la que lo irreal se ha vuelto real, sin más magia que aquella que nos permite subsistir amedrentados, poseídos por un miedo contenido que se ha apoderado de muchos corazones. Todo en un mundo del que aún no nos podemos mudar y que ya resultaba antiguo en sus imperfecciones hace demasiado tiempo.

Con seguridad, como bien decías, “debemos arrojar a los océanos del tiempo una botella de náufragos siderales, para que el universo sepa de nosotros lo que no han de contar las cucarachas que nos sobrevivirán: que aquí existió un mundo donde prevaleció el sufrimiento y la injusticia, pero donde conocimos el amor y donde fuimos capaces de imaginar la felicidad”.

Nos dicen muchas cosas desasosegantes. Nos inundan de falsas promesas, verdades creadas e intereses extraños. Quizás sea que la verdad ha muerto o que solo se puede vivir entre mentiras o consuelos, para compensarnos por tantas pesadumbres.

No dicen que un tercio de las muertes en el mundo se relacionan con la pobreza y la falta de vivienda. No dicen que cada año se mueren cuatrocientos mil personas de malaria, o millones de hambre, o de sed, o de guerras, o de hastío, o que perviven la esclavitud, la explotación infantil, el maltrato, la discriminación sexual o el racismo. No dicen que los refugiados son cada vez más numerosos o que para millones de seres humanos es imposible acceder a la sanidad. No dicen que miles de personas se suicidan cada día por falta de trabajo, o por la imposibilidad de financiar o pagar sus deudas. No dicen que cada año se extinguen culturas, idiomas, animales, palabras. No dicen que cada individuo parece su peor enemigo. Hablan, hablan y hablan, eso sí, de listas Forbes, de mansiones en los que en cada sofá cabría una población media o en cuyas piscinas podría anclarse el yate más lujoso o de otros mil privilegios inaccesibles para la mayoría.

Sabemos que muchos no quieren saber lo que no les conviene saber. Intentan desconocer al otro porque prefieren ignorar sus males y tratar de aprovechar sus bienes, incluso los intangibles. Tras muchas siglas comerciales solo se esconden afanes avariciosos. Cada día se talan bosques centenarios y miles de hectáreas de selvas vírgenes y oxigenantes, en busca de maderas nobles o de diamantes de sangre. Además, nos abocan a un consumismo de frusilerías furioso e insatisfactorio.

Admirado Gabriel, mientras pensamos en habitar el planeta rojo destruimos el azul. En tanto aspiramos a crear un nuevo hogar en un lugar remoto destruimos el hábitat en el que hemos evolucionado hasta convertirnos en una especie irracional, cainita, incluso caníbal. Cual tribu prehistórica, seguimos dispuestos a tragarnos al científico explorador, mientras proclamaos entre risotadas propias de la idiocia: el que sabe, sabe.

Qué pensarían hoy los Buendía. Qué dirían tus padres, Gabriel Eligio y Luisa Santiaga, o tú abuelo, El Coronel, “tú cordón umbilical con la historia y la realidad”. Por ellos sabríamos que en nuestras conciencias pesan todos los muertos por esta pandemia, los que contabilizan y los que ignoran, los que enterramos oficialmente, los no censados y los que sucumben disimulados por una burocracia ansiosa de votos y plena de inhumanidad. Se necesitaría tú imaginación o la de tu abuela Tranquilina, y todas las supersticiones, para entender las premoniciones, augurios y signos de tanto mal en un mundo que podría estar muy bien. Discúlpame por citar a tus mayores, ellos representan una referencia exacta de experiencia y respeto, de “cariños descomedidos y de esperanzas alegres”, algo que hoy echamos de menos.

Lo extraordinario, admirado Gabo, se ha hecho natural. Verdades irrefutables se evaporan en el predominio de las face news – en tu época, infladores de cables-. Tú que sabes de palabras y adjetivaciones, no sé si tolerarías estos excesos que parecen no caber en el idioma. Podrías aconsejarnos si es estrictamente necesario inventar conceptos, aparentemente absurdos, como “nueva normalidad”, o utilizar para esta circunstancia lenguaje bélico como “reconstrucción”. Lo que necesitamos es salud, una vacuna efectiva y no especulativa y que las palabras sean las necesarias, aquellas que adquieran sentido incluso en los manifiestos oficiales.

El mundo de hoy es en gran medida de los dictadores disfrazados de demócratas, de los populistas irracionales, de las mafias, de los belicistas, de los terroristas, de los fondos de inversión y de las multinacionales desalmados, de los conspiranoicos fanáticos, de los racistas, de cuantos dominan redes enredantes con mero afán crematístico. Y aun así, me temo que, junto a los dominadores, todos caminamos hacia tiempos todavía más complejos. Por eso, creo que nos hace falta reflexionar, colaborar con los científicos y los centros educativos, estimular a los emprendedores y empresas sanos, formar a los jóvenes, asistir a los ancianos y enfermos, reconocer a las mujeres, reconfirmar los lazos afectivos en la familia y en la amistad, ponderar sociedades asentadas en los valores éticos y morales, en el respeto y en la igualdad, basar el éxito en el esfuerzo y aplicar todo el sentido común del que seamos capaces a unirnos en lo esencial. El amor en los tiempos del COVID es posible y algunos ya lo están demostrado.

No te extrañe pues que recurramos a ti, a tus escritos, a la genialidad en ellos contenida y que confiemos en que todo lo malo de cuanto ocurre pueda ser solo el fruto de una imaginación febril y desfavorecida. Algo mejor ha de estar por venir. En ese momento, ya sin mascarillas ni miedos añadidos, valoraremos que no exista la medicina que borre los malos recuerdos, pues deberemos evocar las lecciones recibidas.

En este globo está cayendo una llovizna insomne desde hace unos meses, pero los males no son muy diferentes a los acostumbrados. Llegará un martes sin fiebres y entonces sentiremos de nuevo el olor de la esperanza, podremos abrazarnos, retornar a los caminos, volver a viajar y sentir la mágica realidad de poder gozar de los privilegios de lo sencillo, de las pequeñas cosas que tanto añoramos, tanto como a ti. Tenemos tus afortunados pensamientos, como el que dice: “No hay medicina que cure lo que no cura la felicidad”. Sanaremos de tantos males y alcanzaremos la dicha de sabernos humanos.

Gracias, querido maestro. Mi recado queda escrito.