galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

RECUERDO DE RAMÓN SAMPEDRO

No me preguntes porqué pero esta semana volví a la misma playa y el mar me trajo el recuerdo imborrable de aquel hombre que nació para ser marino y terminó sus días siendo un poeta que escribía con la boca. Apenas una tarde escuchándole fue suficiente para entender la tragedia de las personas que quieren morir y no les dejan, debate que ha vuelto a la actualidad en medio mundo, agitado por quienes defienden supuestos valores morales en los que no todos creemos.

Ramón Sampedro conocía bien este paisaje de As Furnas, incluso con mar de fondo y esa resaca tan frecuente en el Atlántico abierto de O Son. 

Fue allí,  en ese lugar hermoso, cubierto de tostada arena fina que interrumpen las esculturas del mar, donde empezó la tragedia…

— Yo estaba de pie al borde del pozo natural que formaban las rocas de la playa…

Para apurar los calores del verano, se lanzó al agua. La marea estaba baja y… su cuerpo, menudo pero fuerte,  chocó de pronto contra la arena…

Así se fracturó la espina dorsal Ramón Sampedro y así quedó tetrapléjico para toda su vida.

Nunca encontró una buena explicación a lo sucedido pero, cuando le conocí, postrado en el aquel lecho donde las horas eran siglos, recitó a Neruda para decirme…

— Estoy cansado de ser hombre…

Hasta los 25 años había disfrutado del mar y el mar causó el accidente que cambiaría su vida; una historia que seguro conoces bien porque te la contaron dos películas, unos cuantos libros y muchas palabras escritas en papel prensa.

Aunque quizá ninguna crónica narró sus pasiones…

      El mar…

      O la mar, que es femenina para los que de ella viven, los marineros como Ramón.

      La mar de la vida y la mar de la muerte.

      Si la miras de frente, de ola en ola, ves como viene y va…

      La presencia, ahora. Y ahora la ausencia.

— Es como si la facultad de recordar sobrevolara todos los lugares amados a la vez…

Ramón hacía memoria postrado en aquella cama, junto a su amada, a la que ni siquiera podía amar…

Por eso quería morir…

Mientras me contaba aquella tarde como sentía el latido del mar me imaginaba a un Sampedro juvenil,  radiante, impetuoso, amante, tierno… Apasionado caminante de inviernos de sol para escribir poemas en la arena de la misma playa, escuchando emocionado la canción de las olas que van y vienen, mientras las gaviotas sobrevuelan su cielo libre, cerca del lugar fulgurante donde los nenúfares nadan.

— Ese el deseo del hombre que ves… ¡Poder sentir de nuevo la Naturaleza!

También estaba en su mente la Tierra…

       El verde sobre el otro verde.

       La atmósfera húmeda del bosque cercano.

       La huella del río que huye de la sierra.

       La sinfonía del agua fresca que cae sobre la piedra.

       Ese trayecto de siempre por el monte prolongando la estética…

Y la gente, su gente…

 Aparecieron los verdes de mi tierra y el rostro dulce de mi madre, de mi abuela… Y me acompañaron los recuerdos de sus caricias…

Sampedro, aquella tarde de escasa compañía, también subió a bordo del barco de los sueños y volvió a contemplar la inmensidad oceánica desde la proa, sintiéndose uno más de la estirpe marinera…

Ese fue su paisaje del éxtasis…

Yo era marino mercante y las primeras imágenes que llenaron mi mente fueron las de los puertos que había recorrido…

Salí de Boiro hacia la playa pensando que Ramón Sampedro era hijo de Neptuno… y  de que solo él sería capaz de domesticar aquel paisaje de olas, para alcanzar los favores de las bellas sirenas de los cabellos de oro. Como aquellos atardeceres interminables de su playa…

Como final, aquella vez me dijo…

— Si hubiese intuido la vida que me esperaba habría bebido toda la mar…        

A los pocos días me contó el periódico que solo se había tomado una pequeña dosis de arsénico…