galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

SANXENXO ENTRE MIS SUEÑOS

No tiene esta villa postal más bella que la playa desierta cuando atardece entre nubes de lluvia y frío de invierno: es la desnudez nostálgica que nos trae a la memoria viejos recuerdos que borran del fondo la “madamita”, esa que adorna ahora la ensenada.

Aún me veo ahí, en ese espejo, a gatas, por la arena mojada: detrás de mí, va mi padre animándome para que me levante y descubra el placer de andar… Intentándolo, pasamos juntos muchos de los días de aquel verano, pero no lo logré. Eso ocurrió, me dijera mi madre, en Cudeiro; “porque tenía que ser allí, donde sucedieron los hechos vitales de mi infancia y de mi pubertad”.

Sin embargo, la villa y yo crecimos al mismo ritmo. Ella se convirtió en urbe y yo en periodista de la capital. Ambos perdimos entonces la inocencia, pero nada me impide seguir liberando de límites las estaciones.

Sanxenxo es ahora, en este invierno de mis sueños, el lugar central para navegar el sorprendente paisaje de las rías de Pontevedra y Arousa. Su costa tiene una veintena de playas rubias, donde el sol que no quema se acuesta sobre la arena y sobre las rocas cupulares y desnudas, para provocar el paisaje elemental de los contraluces dorados envueltos en olas que van y vienen con ritmo atlántico.

En un extremo, A Lanzada  de Nosa Señora, la que salva naúfragos y cura meigallos, atrae a surfistas, bañistas, naturistas… y también al nordés, el viento que respiramos en la Galicia única.

En el otro, la playa de Areas encara las mareas de Marín y Bueu, mientras el espíritu de su primer veraneante, aquel Manolo Morán de “Bienvenido, Mister Marshall”, pasea su eternidad.

Y entre ambas, siempre hay una postal de playa y mar, que las horas de sol se agotan en  Montalvo, el lugar mágico donde el atardecer tiñe el espacio de misterios.

Frente a las playas, los veleros de Sanxenxo navegan para alcanzar la Illa de Ons y bailar en ella sus danzas de paz mientras sus tripulantes disfrutan de los gozos humanos. Navegantes muy afamados cuentan que este mar es el más apropiado para estar en forma cara a las grandes regatas; y así debe ser porque, todos los días, aunque sean los grises, ves su velamen en el horizonte de ría entre las islas atlánticas del parque.

Otros barcos, los pesqueros, descansan en Portonovo los inviernos de islas perdidas entre la niebla, que es cuando el rumor de olas sobre el casco suena a infierno. Sin embargo, si visitas el muelle en la hora cero de las noches estrelladas, verás a los jóvenes y viejos marineros subir a bordo de las pequeñas embarcaciones de bajura, que cuando está la ría en calma saltan rayas y nécoras a flor de agua.

Cuando regresan, al amanecer, huele a fresco de pescado con escamas y a concha de marisco de ría, el mejor del mundo. Al final del trayecto y en la Lonja moderna, se subastan los peces. La raya es la estrella de este baile de números entre cajas, por algo le dedican fiesta propia avanzada la primavera.

Desde Portonovo, navegando despacio por este mar de belleza, también puedes soñar el edén: Las islas de Ons, dos de las del Parque Nacional de las Illas Atlánticas.

Ons, es un símbolo de este mar de Sanxenxo,  una isla con playa habitada desde tiempos inmemoriales y tiene su historia: la de los protagonistas de los primeros asentamientos que construyeron allí sus vidas, incluso en los inviernos más duros.

La otra isla, la que llamamos Onceta, es sin embargo salvaje nido de aves y  se basta sola para protegerse, con sus hermosos pero inaccesibles acantilados.

Finalmente solo te diré que, al avanzar la noche, la gente prefiere ir y volver por los paseos más próximos porque, sobre las danzarinas aguas, cadenas de luz iluminan las sombras. Es la hora en la que brillan mil serpientes de colores sobre el agua vibrátil de Silgar. Desde las ventanas de los apartamentos la gente está ebria de paisaje, esperando que lleguen los veranos para vivir intensamente la noche en la terraza de las animadas tertulias o en el enloquecido espacio de la música sin fin…

Aunque yo prefiero ver desde el mirador sagrado de a Nosa Señora como se posa la Luna entre las islas y San Vicente: es la hora mágica en la que las meigas se reúnen en la playa para iniciar sus rituales.