galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

“SEMPRE EN GALICIA”, LA VOZ DE LA TIERRA

Por J.J. García Pena

Entre las primeras necesidades de todo ser humano, genéticamente gregario por definición, se halla la de sentirse cobijado por el calor de sus iguales, entendiendo por tales a sus familiares próximos.  Cuando los avatares de su existencia lo alejan de ellos los reemplazará por quienes más se les parezcan. Los necesita para completar su yo.  Vacío se hallaría al cabo, si no llegase a crecer y desarrollarse en el contacto, más o menos cercano, de esa primigenia hoguera protectora.

Pero es en la emigración donde cobra cabal y profundo significado ese sentimiento de urgente amparo, en el cual restañar las inevitables heridas de raíces dolorosamente cortadas, pedazos de las cuales quedaron en el llorado suelo de la tierra nativa.  Es en los comienzos de la emigración donde se sufre la desnudez más dolorosa, semejante, quizás, a la que debimos sentir al ser expulsados de nuestra madre y cuyo seno buscamos a tientas, ansiosos e indefensos, guiados únicamente por el instinto vital.

Así nace, también, el deseo de agruparnos, buscando el cálido refugio que nos devuelva algo de aquel que perdimos y tan lejos quedó. Antes de lograr acompasar el ritmo respiratorio de la nueva realidad del país de acogida, los inmigrantes nos buscamos. Y el mismo dolor de ausencia en la mirada, el mismo acento, el mismo destino frustrado en nuestra patria, nos hace reconocernos.  Los gallegos de Uruguay, empero, fuimos especialmente afortunados, pese a nuestra orfandad inicial. “Atopamos” con una tierra saludable y solidaria, donde la trasplantada flora gallega de rezumantes raíces, portando aún restos da “terra nai”y lágrimas de savia, medio vertidas en Galicia y medio en El Plata , se aclimató al benigno hábitat oriental que fructificó su tronco, regado con una sencilla y fértil pócima, mixtura de libre agua americana y honrado sudor gallego.

Surgen entonces, simultáneamente con la creciente llegada en oleadas atlánticas de hermanos desterradamente desnudos, esos bálsamos del alma y no pocas veces del cuerpo, llamados centros, asociaciones, uniones, hermandades, patronatos, círculos, cofradías…

El prodigio de aclimatación de nuestra colectividad hubiese tenido otras características, sin duda mucho más duras, sin el concurso de todas esas entidades nacidas de un sentimiento de amor y compasión por el dolor propio y ajeno.  Todos ellas cumplieron con creces su propósito: dignificaron aún más la existencia de sus hijos y ellos a su vez, velaron por la buena salud de sus tutoras.

Hubo un momento histórico, producto de las miserias mancomunadas derivadas de una atroz guerra civil y un régimen de intolerancia ruin, absurdo y cruel, en que las condiciones socio económicas de España y muy especialmente de nuestra castigada Galicia, arrojaron a miles de compatriotas fuera de los límites nacionales y el pensamiento libertario debió buscar y hallar refugio, alimento y respeto lejos del triunfante salvajismo descerebrado. El respeto y alimento que le fuera denegado en su propia patria por los Torquemada de turno, víctimas de sí mismos, ya que nunca entendieron- ni entenderán- que se puede matar a los pensadores, pero nunca al pensamiento.

Fueron hombres  de esa fibra, impulsados por ideales de orgullosa dignidad gallega, conscientes de su deber como portadores de nuestra milenaria tradición, cultura y sentir de altivo pueblo cuando ya se anunciaba la primavera austral de 1950, los fundadores de una audición radial que se mantiene desde entonces en el espectro radial uruguayo.  Su propio nombre define su empeñosa motivación: “Sempre en Galicia”.Es la voz de nuestros ancestros, de nuestra tierra, de nuestra identidad de pueblo laborioso. “Sempre en Galicia cumple sesenta y siete años. No queda a su frente ni uno solo de sus tercos fundadores, republicanamente galleguistas: Alfredo Somoza, Pedro Couceiro, Manuel Meilán, Xesús Canabal, Loís Tobío, Antón Crestar, Manuel Leiras y Emilio Pita.  Ellos fueron el puente directo ca nosa terriña, en años en que no se soñaba con los medios de comunicación que, mucho más tarde, nos la acercaría un poco más.  Fue Sempre en Galicia la caja de resonancia de nuestras penas de lejanía, cuando el soñado retorno era una angustiosa y anhelada conquista, no siempre posible.  No por casualidad fue proclamada “La voz de Galicia en el exilio”, apenas apagada la de Daniel  Castelao. Sempre… nos permitía soñar con ella.

Entre sus sones sumamos nuestras voces, mil veces  quebradas por la imposibilidad del regreso, al pensamiento de  Castelao, Curros o Rosalía, encarnados en las gargantas de nuestros mejores artistas, no todos nacidos en Galicia. Y continúan hoy.  Muchos desde allá, Cristina Fernández desde aquí.

Sin embargo y a pesar de correr otros tiempos, tiempos de heridas cerradas y la sangría emigratoria hacia América contenida,  pero con el recuerdo de sus cicatrices, los actuales conductores, un puñado de entusiastas galleguistas, comprometidos en el quehacer de nuestra colectividad, nos aseguran la vitalidad de este rincón amado, donde nos reconocemos en su convocatoria como en un espejo.

Ya no están sus creadores, es cierto; sin embargo aquel tenaz espíritu pionero, hambriento de igualdad, bate sus alas de emoción cada domingo en las mañanas uruguayas, abriendo las puertas de la más longeva audición hablada en gallego, cuando escuchamos, como una diana del más puro galleguismo, estas palabras sin tiempo y de entrañable acento patrio, pronunciadas por la recia voz de uno de sus preclaros fundadores:

—- ¡Bós días, galegos, eiquí Sempre en Galicia!.

Hoy son  Antonio García de Seárez y Ana Lorenzo García, -para todos Ana y Toni- , los portadores de la antorcha céltica, apoyados por un puñado de fieles colaboradores, quienes dinamizan este viejo reducto galaico y lo comparten con quienes llevamos a Galicia en el pecho. Vaya, pues, nuestro agradecimiento a estos dignos continuadores y enriquecedores del camino comenzado hace más de tres mil domingos.

¡Cuánta ilusión, cuántas noticias, cuánta cultura, cuánta emoción, cuánta alegría aportó esta noble audición a sus agradecidos oyentes, al correr de estos últimos sesenta y siete años! Que nunca nos falte su vieja y cumplidora promesa, a modo de reiterada despedida de cada domingo:

—- ¡Sempre en Galicia fina a súa audición de hoxe, e voltará o domingo pra traervos

verbas e cantigas; saúde e terra!