galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

SENSATEZ PARA LA CONCORDIA

Por J.J. García Pena

Alguien se preguntará…

—-  ¿Para y por qué escribir sobre algo tan siniestro y, sobre todo, tan remoto?

—-  Para sacudir conciencias.

Porque el paso de los años no opacó su luctuosa vigencia.

A diario comprobamos, tristemente y noticiosos mediante, hacia dónde conducen las antagónicas y egocéntricas posiciones disfrazadas de alzamientos gloriosos y de “guerras santas”, cuando estas dos últimas palabras nunca debieran ir juntas.

Y la primera de ellas ni existir.

España, nuestra flagelada y flageladora España, como otras naciones, tuvo las suyas en su día.

Hoy que goza de libertades no imaginables hace cinco décadas, debiera no olvidar los horrores de su no tan lejano pasado.

Las monstruosidades de unos y otros sólo están agazapadas.

Las generaciones actuales deberían conocerlas y tenerlas muy presentes, para sofocar, a tiempo, cualquier conato de salvajismo, que puede comenzar

con un gesto de intolerancia xenófoba o partidaria de cualquier signo, incluso deportivo, y culminar en esas miserias desgarradoras, que tanto mal nos causaron.

A lo largo de nuestra historia, como enfermos de ciclotimia, hemos transitado desde la convivencia tolerante (judíos, moros y cristianos toledanos) hasta la mayor aversión religiosa y política, aún entre individuos de una misma familia.

La tolerancia, si bien es deseable como instrumento, no debe ser el fin si no el vehículo para conseguir, más tarde, a través de la aceptación reflexiva, la paz verdadera y por tanto, duradera.

Ella, la tolerancia, implica soportar. Y bien sabemos cuán penoso se nos hace el aguantar una situación que nos desagrada. Lo podemos hacer, pero al final, como obligación que es, renunciaremos a ello por la fatiga que nos provoca.

Podemos mantener un brazo extendido durante unos minutos, pero, inevitablemente, lo bajaremos, agobiados.

No podremos, por más que lo intentemos, soportar el peso impuesto.

En cambio, la aceptación cabal del sentir de nuestros semejantes, no será un Calvario, si no fuente de perpetua placidez.

Al verde del campo y al canto de pájaros no se nos ocurre cambiarlos, nos resultan gratos, por más que nosotros tengamos otro color, forma o voz.

Solamente la comprensión y aceptación sincera de los sentimientos del prójimo, reemplazando a la necesaria pero transitoria tolerancia, nos asegurará una convivencia personal y universal en armonía con nuestros hermanos.

No se confundan: soy ateo. Por tanto, no se me ocurre otra forma de llegar a la aceptación perdurable del sentir ajeno más que mediante el conocimiento científico, adquirido a través de una verdadera educación humanista global.

Estamos, aún, muy lejos de alcanzarla, pero, en algún momento, deberemos mover el primer pié.

Quede, pues, este jirón sangriento de un episodio nefasto, que pudo ocurrir en cualquier lugar del globo, como un horrendo recordatorio de lo que sucedió cuando el humano, lejos de aplicar y practicar la aceptación, ni siquiera tuvo la lucidez de emplear la tolerancia. Vaya en memoria de las víctimas de la incomprensión.

De cualquier signo. De cualquier género. De cualquier tiempo.

Nunca más.

UN HOMBRE MANSO

La mano que empuñó el arado en garra está convertida;

El manso regato de su sangre se torna brutal crecida

Que acude a su sien y la ciega, impulsada desde el pecho;

La mansedumbre de años la abandonó en el barbecho.

El hombre se sabía justo, un pueblo lo atestiguaba;

Tenía al verdugo en sus manos, la venganza se gestaba.

Sólo vio los rostros de sus hijos; muertos.

Sólo vio sus cuerpos torturados; yertos

Las cuencas de cuatro ojos… desiertas.

Las bocas con moscas vivas… abiertas.

Y el hombre cerró sus garras. No. No era él quién las guiaba.

Eran ecos del pasado los que a cerrar lo obligaban…

Vio un campo labrantío, dos jóvenes que lo araban.

Vio una mujer ya madura, que en la siega trabajaba.

Sintió el fragor de guerra y supo que no le importaba.

Oyó que dos mozos recios a la guerra despreciaban.

Ni en un bando ni en el otro. ¿Qué sabían de la guerra?

Ellos no conocían más lucha que con la tierra.

El oficial los arenga, los insulta. Al fin escupe amenazas

La garganta que hoy aferran dos manos como tenazas.

Si deben tomar partido ¿cuál será el menos injusto?

No pelearán, no matarán, mas cubrirán al rojo oculto.

Tú, ¿has vivido en un pueblo? ¡¿Un pueblo tiene secretos?!

¿Quién no escuchó la tortura en el monte de abetos?

Allí fueron encontrados de cara al cielo, sin ver…

Sus cuencas cuál rojos pozos, en sus muñecas cordel…

Aquella mujer madura ya no acude a la segada.

Tiene, entre dos tumbas nuevas, la suya, recién tapada.

Y el hombre manso que fue, supo encontrar la guarida.

Halló el momento oportuno y agallas, que en él dormían.

El oficial tiembla en sus manos, desarmado y de rodillas,

La cara congestionada y en los ojos…dos astillas.

Y el hombre miró la mueca del verdugo que moría.

Los ojos manando sangre, la boca sangre y saliva.

Sin asco hundió los pulgares en la tráquea que crujía.

y… y un gallo partió la noche, anunciando un nuevo día.