galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

SERENAS ACTITUDES

Por Alberto Barciela

Todo se contará de nuevo. En poco tiempo, se rescribirá la actual crisis hasta dar con la versión que más guste al poder circunstancial o a los guionistas y productores de Hollywood. Para entonces, los muertos y los enfermos serán solo una cifra, sin más emoción que la cuantitativa. En una década a lo sumo, el año 2020 resultará un periodo lejano en el que se produjo una posible inflexión social con significativas repercusiones económicas y en el que algún meritorio científico se hizo acreedor a un Nobel tras dar con una vacuna contra el COVID_19.

El tiempo corrige excesos y defectos, convierte en selectiva a la memoria individual y colectiva, y opta por lo positivo. El ayer -este ahora sobrecogedor- será evocado como una tragedia shakesperiana y no representará mucho más que aquello que un autor, más o menos afortunado, traslade a un texto representable en un escenario o sobre una pantalla. Entonces las incertidumbres ya serán otras.

Todo pasa, incluso lo bueno de lo malo, esa lección que nos haría más humanos y menos olvidadizos. El drama del presente es que los roles los jugamos personas de carne y hueso, algunas incluso con sentimientos y sentido común.

Y tengamos muy presente, que el coronavirus y la crisis económica que de él se ha derivado no lo son todo. Subsisten graves problemas: guerras, hambre, discriminaciones raciales y demográficas, esclavitud, amenazas para las libertades, violencia, analfabetismo, terrorismo, mafias, corrupción… Y están presentes en el  mal llamado Tercer Mundo y en los países más desarrollados.

Las desigualdades se acentúan y las nuevas generaciones, mejor formadas e informadas -también intoxicadas-, no encuentran horizontes de lo que ellos entienden como razonabilidad social en la que ejecutar un progreso vital adecuado: formar una familia o como quiera que ellos  le llamen ahora, florecer profesionalmente, acceder a una vivienda digna o siquiera, en los casos más solidarios, para cuidar a sus mayores o atender a los menos favorecidos. Faltan referentes y liderazgos morales reconocidos. Personajes como las Greta Thunberg, aquella niña sueca activista medioambiental, o movimientos alternativos, apenas duran un calentamiento marketiniano.

La vida, cuando se pone seria, no admite hormas y te calza un posicionamiento imprevisto con consecuencias que pueden resultar muy graves. Los excesos de vidas y afanes, provocados por la globalidad,  nos han confrontado a una realidad capaz de cambiar en un instante. Desde el 11-S un entorno exento de riesgos ya no es posible, cuando no nos alteran atentados del ISIS o primaveras árabes, lo hacen millones de refugiados escapando del hambre o incendios devastadores en Australia.

Las redes otorgan la posibilidad de información instantánea, de oportunidad pero también de rechazo, de expulsión del que disiente, no piensa igual o no se implica sin matices en un teórico paraíso común. El consumo es dirigido y excluyente. Lo emocional trasciende movido por las urgencias, por las decisiones irreflexivas, por la notoriedad, por la ocurrencia. Estamos ante un escenario de nuevas demagogias, pueriles pero no inocentes, nacidas del desentendimiento de todo aquello que vaya más allá de lo meramente emocional. Y siquiera reconocemos a un autor al que criticar por su mala obra, instalada en nuestras casas de forma apantallada o controlada por una Alexa cualquiera.

En el vértigo, los valores, la experiencia, la formación, la perspectiva, el mérito, son losas que condicionan las respuestas de una sociedad instalada en el vértigo de lo instantáneo, del sucedáneo, del descompromiso, del individualismo y de las verdades construidas -más graves que las falsas, pues suponen una cierta estrategia por parte de poderes no exactamente identificados-.  Los mensajes son creados por seres muy inteligentes, capaces de fabricar miles de falsos creíbles, verdades a medias, insinuaciones dañinas. Son expertos tergiversadores, audaces manipuladores.

Los riesgos son ciertos y para confrontarlos hay que estudiarlos, crear una estrategia, lograr el consenso social, económico y político suficiente para superarlo. Más que nunca se requieren formación, implicación, inteligencia, lealtad e incluso autoridad y suerte para implementar reformas que funcionen con oportunidad.

Los representantes democráticos deben construir sus mensajes y acciones en torno al pacto de Estado. El diálogo, la cesión, el entendimiento hay que alcanzarlos desde el disenso inicial y desde el respeto y la comprensión del que piensa distinto. La pluralidad es enriquecedora, la estabilidad necesaria, la acción imprescindible. Siempre habrá un punto de encuentro. Lo contrario será el caos.

Un premio Nobel de la Paz, Shimon Peres dejó dicho que…

La democracia es, de hecho, una colección de desacuerdos basada en un único acuerdo, el de coexistir pese a todas las diferencias (…) La democracia es dos cosas y no solamente una: el derecho de cada persona a la igualdad y el igual derecho de ser diferente. Todo esto es posible únicamente si en el centro de nuestras diferentes convicciones religiosas, ideológicas, étnicas e históricas introducimos una generosa porción de tolerancia”.

Su mensaje es muy actual.

La estrategia es el arte de la guerra, la táctica es el arte de la batalla. La única contienda que no se debe perder es la última. Hay que construir desde la esperanza en el ser humano, en el bienestar de todos y cada uno de nosotros, y pensar muy especialmente en que las generaciones que nos sucedan deberían recibir un mundo mejor al que nos dejaron nuestros padres y abuelos. Estos superaron guerras y hambrunas y supieron encontrar un camino común en medio de todas las dificultades. Actuemos con decisión y de forma serena mientras la memoria no nos traicione. Cuanto está ocurriendo reclama nuestra atención y el compromiso de todos con los demás.

@albrtobarciela