galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

TIERRA DE CIERVOS

Queda algún Saavedra en Vilarello da Igrexa pero ningún Cervantes en toda la montaña. A pocos convence la tradición contada de que aquí nació Miguel de Cervantes Saavedra, el autor de El Quijote. Es más,  puede que a esta pequeña parroquia  nunca llegase,  siquiera, un ejemplar del más famoso libro de aventuras de la lengua castellana.

Cervantes se llama así porque es “Tierra de Ciervos”. Lo demás es leyenda fabulada al calor del fuego, mientras se comía con las manos el chorizo, el queso duro o la tortilla de jamón, que son las exquisiteces gastronómicas,  propias de los pueblos de Ancares… 

LA SIERRA

La gran sierra, toda ella admirable,  pertenece en su mayor extensión al municipio de Cervantes del que es su principal activo. Porque…

Es mágica por naturaleza; territorio de paso obligado para el oso pardo y el  último lugar donde buscó refugió el urogallo.

Es un lugar de asombro aún cuando la niebla oculte las altas cumbres o el frío de la nieve invernal nos azote el rostro, porque aún queda en sus montañas la huella de las primitivas erosiones.

Es, además de Parque Natural, Reserva Nacional y Espacio Protegido. Sus cumbres casi alcanzan los dos kilómetros de altitud: Mustallar, Penarrubia, Tres Obispos y Cuiña, son las principales. Toda la zona es de inviernos de nieves «nevarísimas», que pronuncian por aquí con acento propio.

Aunque en Cervantes existe también ese espacio de valle profundo, creado aquí por el río Navia, que bebe con gusto el agua de esos ríos de aguas frías, casi heladas y transparentes.

Pero en todo el municipio, lo que más te impresiona son las escasas aldeas que subsisten colgadas de las montañas, en los lugares más hermosos de la sierra.

O  sus pueblos de ladera, donde pervive el recuerdo de antiguas culturas en pallozas bien conservadas.

De Cervantes lo que más me ha sorprendido siempre es esta grandiosidad habitada por unos pocos; los lugares en los que hasta el perro viejo es capaz de disfrutar la vida en calma…

Mazo, Poso, Pando…  Donís, Piornedo, Moreira…

LA ALDEA

Cada una de estas aldeas dibujó para mí un paisaje único, porque este territorio de montaña solo está habitado en sus más bellos miradores.

De hecho componen el municipio, de 276 kilómetros de extensión,  21 parroquias y casi 200 aldeas en las que viven solo unas dos mil personas.

Cervantes pueblo es ganadero y agrícola, pero es la madera del “pino pinastre” la que hizo posible el milagro de la vida a tal altitud.

En Degrada y Piornedo, que conserva las pallozas más antiguas de Galicia, viven en buena parte del turismo, por cierto muy respetuoso con el medio ambiente.

Yo aconsejo ir a Cervantes por Becerreá, hasta donde hay autopista. Te lo digo porque si asciendes con el Navia serás testigo de una perspectiva encantadora en lugares tan pintorescos como legendarios, como por ejemplo la Ponte do Gatín.  

La leyenda dice que fue el diablo quien construyó el puente que puso al alcance del joven enamorado la casa de la dueña de su corazón, a cambio de llevarse a los infiernos el primer ser que naciera en aquel hogar… Pero no fue niño si no gato el primer ser que vino al mundo… Por eso se llama así, Ponte do Gatín.

Por cierto. Cerca del puente hay una hospedería típica en donde me tomé los mejores huevos fritos con chorizo de mi vida.

Si quieres conocer el Castillo de Doiras, también con leyenda, habrás de salirte de la ruta de Ancares, pero si tienes poco tiempo acércate mejor, cuanto antes, a la Campa de los Tres Obispos, pasado el refugio de montaña de Degrada. Es el paisaje más intenso y más bello de la sierra. Con suerte, además, verás algún urogallo y si ha despertado del invierno, algún oso.

TRES OBISPOS

Para convivir con el paisanaje, a mí me gusta especialmente esa parte de Cervantes que sabe a aldea vieja, de esas con dos o tres casas asentadas en la ladera,  entre nieves de invierno o flores silvestres de primavera.

Son hogares de techo de pizarra que escalan la pendiente de vértigo, cerca del árbol sagrado nacido en ese souto que desafía precipicios. Pequeñas haciendas que conservan, al menos, una de las cien pallozas que en tal lugar ocuparon los campesinos «zoelas» o los ganaderos «albiones», galaicas tribus de la prerromana época.

 LAS PALLOZAS

Las pallozas es lo que queda de un pasado de ingenio para subsistir en la gran montaña.

En cualquiera de estas aldeas de ladera aún es posible recomponer el relato de aquel tiempo pasado; y desde ellas ya alcanzas ese territorio quebrado al pie de las montañas más altas, las que parecen haber sido fracturadas por los grandes cataclismos geológicos.