UN GALLEGO DE RIBADEO
EL VIEJO PANCHO
Por J. Javier García Pena
Él también se sumó a la corriente inconformista de aquellos gallegos que dejaron la aldea “para hacer la América”, cuando al siglo XIX aún le quedaba aliento. El joven José María, a diferencia de la mayoría de sus coterráneos de esa época, tuvo la fortuna anticipada de salir “polo mundo adiante”, instruido y con un flamante título de Perito Mercantil en sus maletas. Bien útil le fue en sus venideras relaciones en el Nuevo Mundo.
Su espíritu emprendedor y los vientos atlánticos lo hacen recalar en el Río de la Plata, más precisamente en Buenos Aires, y aún más precisamente en la localidad de Chivilcoy. El destino lo ponía a prueba, una prueba de dos años. Al cabo de ellos, su ánimo inquieto lo trasladó a nuestra Banda.
Cruzó el charco platense para llegar a la vecina Montevideo. La creciente ciudad le gustó, pero decidió instalarse en un pequeño pueblecito, a unos setenta y siete kilómetros de la capital. Esa localidad, enclavada en el departamento (provincia) de Canelones, lo marcaría tanto como él a ella. Su nombre: Tala.
(Es este el nombre de un frondoso árbol nativo, fácilmente distinguible por sus enormes, fuertes y abundantes espinas. Abunda en toda la geografía del Uruguay. Antiguamente, cuando aún no se delimitaban los campos con alambre, era común que se plantasen espinosos talas a modo de marco limitante.)
Atrás habían quedado las guerras de Independencia. Pero todavía no se había encontrado el equilibrio entre los partidos políticos en pugna: los blancos y los colorados.
Es en ese contexto histórico que hace su aparición Don José María Alonso y Trelles, un joven gallego, nacido en 1857 en Ribadeo. Cuando llega a Uruguay recién comenzaba el alambrado de los campos, por mandato del presidente Lorenzo Latorre, hijo de un gallego almacenero.
Varios fueron los logros del novel Perito Mercantil, en los largos años de enriquecer con su creatividad periodística y poético-nativista la vida del Tala. Baste decir que, con el paso de los años, en 1908, ya con ciudadanía uruguaya y siendo respetado por propios y ajenos, logra ser diputado por el Partido Nacional (blanco).
Hacía muy poco (1904) se habían opacado, no extinguido, los ecos de los enfrentamientos feroces entre las dos facciones políticas imperantes en la Banda Oriental.
La vida de José María fue un constante crear páginas llenas de sabiduría popular, que nutrían las publicaciones por él fundadas, impresas y repartidas, como “El Tala cómico” o “Momentáneas”, donde desenmascaraba a los enmascarados del momento, denunciaba injusticias y, conservador y amante de las rudas costumbres camperas, se quejaba de los avances de un progreso que le rechinaba, pero que, sin duda, había llegado para quedarse.
No son pocos los versos donde deja trasuntar la nostalgia de los tiempos que ve desaparecer, así como vio perderse en la lejanía su añorada tierra gallega. Por ello expresa, con amargo e impotente dolor, el advenimiento de los nuevos inventos, en detrimento de los tradicionales, en estos versos, fragmentados, de…
INSOMNIO
A través del turbio cristal del ricuerdo
Van mis años mozos pasando muy lento.
Y, dispués, ¡qué gozo, si ha vivir los güelvo!
Pensando en los de áhura… no sé lo que siento:
( con desprecio)
Noviyos sin “guampas,” yeguas sin cencerros,
Potros que se doman a juerza e’cabrestos,
Bretes, que mataron los lujos camperos,
¡Gauchos que no saben de vincha y culero!
¡Patrones que en auto van… a los rodeos!
¡Pú…cha que son largas las noches de invierno!
No todos saben en el Uruguay, que “El Viejo Pancho “, don José Alonso y Trelles, era un gallego de pura cepa. Es tal su integración, su mimetismo con el entorno social de su tiempo, tanto en adoptar las costumbres y los acentos patrios orientales, como en desempeñar cargos de elevada representatividad cívica, que a más de uno le cuesta creer que los siguientes versos no los haya creado un recio criollo rural, hondamente afectado por los sinsabores del desengaño en el trato con sus semejantes, y cuyo título ya prepara el ambiente en que se ha de desarrollar la acción, y a los que nada menos que Gardel les puso voz, al igual que a otras composiciones de don José:
¡HOPA, HOPA, HOPA!
Cuasi anochecido, cerquita e’mi rancho
Cuando con mis penas conversaba a solas
Sentí ayer ruidaje como de pezuñas
Y el grito campero de: ¡hopa, hopa, hopa!
Salí, y en lo escuro vide uno de poncho
Llevando a los tientos lazo y boliadoras
Que al tranco espacioso de un matungo zaino
Arriaba animales que parecían sombras.
¡Párese, aparcero!, párese y disculpe, (le dije)
¿Qué bichos yeva en esa tropa?
–Voy pa’ la tablada de los gauchos zonzos,
a llevarles miles de esperanzas gordas-
-Si el mercao promete y engolosinao
gúelve pa’estos pagos en procura de otras,
No olvide que tengo mis potreros yenos
Y que hasta e’ regalo se las cedo todas –
Sonrióse el tropero, que era El Desengaño,
Talonió al matungo derecho a las sombras,
Y aún trái a mis óidos el viento e’ la noche
Su grito campero de ¡hopa, hopa, hopa!
No existe ser más adaptable que el humano. ¿Quién podría imaginar, tras esos versos, a Pepe, el de Ribadeo? ¡Oh, humano; nada te es ajeno!.
En “El Tala “, como solemos decir por aquí, departamento (provincia ) de Canelones, está la casona refaccionada de don Alonso. Y él mismo, a pesar de haber fallecido en Montevideo, está enterrado en su amado Tala, a ciento noventa pasos de la puerta de su casa.
La Xunta de Galicia, hace algún tiempo, generosa y amorosamente, se hizo cargo de los costos de los materiales empleados en la reconstrucción imprescindible, tras décadas de incuria y abandono.
Los trabajos fueron efectuados por la comuna del departamento canario, bajo la diligente mirada do Patronato da Cultura Galega de Montevideo.
La casona, tras la muerte en 1924 de don José María, fue descuidada y peor usada por quienes no estuvieron a la altura de ese gallego ilustre. Cuando la visité por primera vez, me encogió el corazón ver a qué estado deplorable habían llegado sus pertenencias, sus muebles arrumbados, sus paredes desconchadas. Se le habían agregado dependencias sin el menor miramiento arquitectónico.
Por suerte se conservaron bastantes muebles originales, aunque fui testigo del deterioro de unos pocos por efectos de la desidia y la polilla.
Hoy en día, terminados los trabajos de mantenimiento, la casona de El Viejo Pancho, relucientes su blancos muros, ostenta en su frente la placa que señala su destino de galleguidad y Centro Cultural, en donde se rescata la memoria del vate, que comparte el espacio con útil alegría, al ofrecerse digno lugar de encuentro a actividades de simpáticos ancianos canarios. (Así se les denomina a los habitantes de Canelones, ya que sus primeros pobladores provinieron de esas bellas islas).
En este remozado rincón, vive Galicia, porque en él se conjugan los sentimientos de dos pueblos, tan hermanados por mujeres y hombres de gran talla cultural, humana y artística como las de Rafael Barradas, Cristina Fernández de Carrasco ( La Voz de Rosalía) o don José María Alonso y Trelles, que supo ser tan gallego como oriental.
Todos los setiembres nuestro Uruguay abre, orgulloso, las puertas de sus ricas pertenencias patrimoniales.
Ya terminadas las tareas de recuperación de ese bastión gallego en Uruguay, abiertas sus puertas al público, concurro con mi esposa y nietos uruguayos a la casona del Tala y, mudo, tocando sus muros, recito a Rosalía y al Viejo Pancho…