galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

¡UN VINTÉN P’AL JUDAS!

Por J. J. García Pena

Apenas transcurrido el primer mes de mi nueva vida montevideana, faltando poco para las Navidades, empezaba a notarse el aire prefestivo que las anunciaba. Sería la primera Navidad sin frío de mi corta vida. ¡Hasta se barajaba la posibilidad de ir a la playa de Pocitos el nueve  de enero en familia!

Entre los extraños preparativos navideños locales, me asombró la progresiva proliferación  de minúsculos pinos naturales y artificiales a la venta, y un competidor de los Reyes Magos llamado Papá Noel que me producía pena al verlo, tan barbudo y abrigado, soportando cuarenta grados a la sombra. 

Pero lo más llamativo era el brote y multiplicación  de niños sentados en las esquinas barriales, con un grotesco muñeco de trapo más grande que ellos, y las espaldas apoyadas en cualquier murito que les ofreciese reparo solar.

A medida que el sol iba devorando la mancha de sombra protectora,  los menores cargaban con su muñeco, buscaban nuevo resguardo y se volvían a sentar a su lado en la vereda, como  mellizos conversando a la sombra.

Desde lejos era imposible distinguir entre el muñeco y el niño. Salvo cuando uno de  los dos se levantaba corriendo para interceptar a un  circunstancial transeúnte al pedigüeño grito de 

¡Don, (o Doña), un vintén p´al Judas! 

La primera vez que escuché la sonora frase ya no tardé tres días en descifrar su significado, como me sucediera con el sustantivo calificativo Bichicome. Aprendía rápidamente.

Oye, tú, ¿Qué haces pidiendo limosna con ese muñeco de trapo?

¡Pá! Vos debés ser uno de esos gayeguitos que resién yegaron al barrio… ¿Cómo te yamás?-

 Javier. ¿Y tú?-

Luis,  y tengo nueve años-

Yo diez.

Luis se sonríó con sorna al  remedarme, burlón.

—-  Diezzzzzz… ¡Já, já, ja,,já!.

  Mirá, botija, yo no pido limosna y esto no es un muñeco, ¿támo? . Es un Judas.

  ¿Y para que lo hiciste?

—- P´a reyenarlo de “peditos de vieja”  y algunas “bombas brasileras” y prenderlo fuego en fin de año, a las dose de la noche.

¿Y por qué pides un vintén… o algo así?

 Pero… ¿Vos sos gil, pibe? ¿P´a qué va a ser? P´a comprar los “cuetes” y otras cosas más.

—- ¿Qué otras cosas más?- 

—- Y…yo que sé… caramelos, alfajores, maníses…  y  p´a ir al sine.

—- ¿Y no te gustan los cromos?

—- ¡Cromos…! ¿Qué son cromos?

—- Estampitas  como estas, mira. ¡Las que se pegan en los álbumes, hombre!.

—- ¡Pará, gayego, ¿Me querés volver loco? Esas son figuritas, botija, no cromos. ¡Y tengo un lote de eyas!

Yo tengo una colección del tebeos del Capitán Trueno y de…

—- ¿Una colesión de qué?-

—- De tebeos,  como ese de Supermán que estás leyendo…

 ¡Son revistas, pibe! , y no se dise supermán, se dise súperman…

—- Y si tú te crees  tan inteligente, entonces dime:  un vintén, ¿cuánto dinero es?

—- ¡Ah! Pero vos sí que sos bien babieca… ¡No sabés nada de nada, chiquilín!  ¡Avivate, gaita!  Mirá, aquí lo tenés: un vintén es esta monedita que dise dos sentésimos de  peso. Es la más chica de todas.

—- ¿Y juntas muchas por día?

—- Un lote; mirá cuántos vintenes tengo.

Y hacía tintinear, frente a mi nariz, un manoseado calcetín de dril.  

—- Pero dura poco, porque después de “la quema” nadie te larga un «mango».

Mi optimista proposición, «a considerar», de hacer un muñeco de serrín con la ropa que me iba quedando pequeña y pasarme el día sentado en una esquina, emulando a mi maestro de Judas y vintenes, fue cortada de cuajo por mi intransigente y afligida madre, que me recitó una retahíla de no sé qué maldiciones en gallego antiguo y luego me las tradujo al castellano fresco del día, por la dudas de que no la hubiese entendido.

La tierna  sesión de psicoterapia duró menos  de una hora. No me gustó, pero entender, la entendí. Y para siempre.

De tan larga perorata solo  recuerdo cariñosas palabras sueltas al estilo de larchán, gandul, papanatas, mamalón, diosmío, pordioseiro. tiloqueaches, canlarpéiro, quémalfixenéu, daríachedehostias, praístodeixéimiñaterriña, homedeprovéito, nosaterra, mallaréinotéulombo, poucavergonza, traballaeaforra, miñanaiciñadocéo, cativododemo y, ya rematando la sesión, a modo de afectuosa despedida,  sáimedediantequechedesfagobobero.

Total, que debí conformarme,  y hasta alegrarme, con el permiso materno  para  ayudar a mi nuevo amigo a colgar de un alambre e incendiar  el Judas relleno de serrín y “peditos de vieja” la noche de mi primer fin de año uruguayo.

Pero eso de pedir, o «gañar cartos sin traballar»,  aunque fuese un insignificante vintén, para mi madre no  era una «opción a considerar» dentro de sus anticuadas enseñanzas.

Ni siquiera era una opción, a secas.

Aún no lo sabía, pero estaba recibiendo, en vida de ella, un adelanto de su herencia ejemplar.