galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

VALLES BALDÍOS Y ALBARIÑO EN LOS MONTES

Por José Carlos Romero Pérez

Arriba se ve el monte del Coto da Forca. Para llegar, a pesar de la aparente cercanía, hay que sudar un poco y estar dispuesto a dejar medias zapatillas en el camino. La mejor época para hacer la subida es primavera, pero casi siempre los hacemos en agosto, porque es el mes en que el señor patrón nos da vacaciones.

En la subida las sensaciones son diferentes cada año. Presiento que los vicios de la ciudad nos van impregnando sin darnos cuenta y se transmiten a la hora de hacer el camino. Queremos verlo todo, tocarlo todo y, pudiendo ser, de prisa, sin darnos cuenta que las cosas para disfrutarlas hay que hacerlo despacio.

Viene a mi mente la primera vez que vi aquel  paisaje desde la cima cuando todavía era un chaval. La impresión fue enorme, como la del que ve el mundo por vez primera. Creo que quedé influido por la belleza de aquellos montes y valles para siempre.

Yo nací en un sitio donde la orografía me hacía ver siempre para arriba, todo lo que lo rodeaba estaba en lo alto. Cuando me preguntaban por mi padre decía que estaba por ahí arriba, era una forma de decir que estaba emigrado.

Hoy desde lo alto Galicia parece otra. Recuerdo los valles abrigados por montes con árboles que ondeaban en el horizonte, indicándonos con sus movimientos los vientos predominantes. Eran como eternos vigilantes, al igual que los faros da Costa da Morte.

Desde arriba en las pequeñas fincas se podía ver y adivinar el tipo de plantaciones, era el multicultivo que sustentaba la economía doméstica. El colorido del campo iba cambiando con el ciclo biológico de lo que allí se habla plantado o sembrado.

Las pequeñas fincas de patatas, de maíz, de hortalizas y de frutales teñían de color el paisaje, todo enmarcado en precarios vallados y también por viñas. La diversidad de colorido que allí disfrutábamos nada tenía que envidiar a las obras de cualquier pintor impresionista francés, y con la diferencia que aquí el cuadro iba cambiando con el transcurso del tiempo, produciéndonos nuevas sensaciones.

Hoy los tiempos son otros, los campesinos abandonaron las plantaciones por ser poco rentables. Eran plantaciones respetuosas con el paisaje y el medio ambiente, nunca hubo pimientos en las colinas ni pinos en los valles.

En el siglo XXI la tecnología permite roturar los montes como lo hiciese en tiempos pretéritos el arado romano en los valles fértiles. Puede que el exceso de sensibilidad no sea bueno y que hay que adaptarse a los tiempos, pero hay cosas que cuesta ver y hasta duele mirarlas.

Ahora los valles están baldíos y los montes son profanados por plantaciones de albariño, o, lo que es peor, eucaliptos. Parece que sus antiguos pobladores, castaños, carvallos, etc. nada quisieran saber de aquellos parajes. Por desgracia la causa de todo esto tiene mala solución, pues todo se hace en función de la rentabilidad económica. Es difícil entender qué tipo de política forestal se está haciendo, el resultado es evidente.

Este verano, por si todo esto fuera poco, hemos vuelto a vivir la tragedia de los incendios. La gente ha gritado, ha llorado, se ha indignado, pero mucho me temo que los pobladores de esta preciosa tierra están muy acostumbrados a perder y resignarse, como si lo llevara en los genes.

Echo de menos programas de concienciación ciudadana para erradicar los incendios como lo hace la DGT con los accidentes de tráfico. Una idea, a lo mejor, a los servicios de extinción habría que aplicarles el método de remuneración de ciertos países al personal sanitario: dejan de percibir su salario cuando sus pacientes enferman.

Los hombres hemos sido los agentes que más hemos transformado el entorno con más o menos acierto. El sentido común casi siempre imperó y la relación del hombre con la naturaleza era, hasta cierto punto, equilibrada. Hoy hay muchos intereses y, por lo tanto, más que nunca deberíamos estar vigilantes para que esa relación no se quiebre.

Ver los valles baldíos y albariño en lo que fueron antaño montes, marea más que una gran ingesta de este precioso caldo.

Siempre queda la esperanza de que las generaciones venideras arreglen este desaguisado y aprendan a vivir en armonía con lo que la naturaleza nos ha regalado.