50 AÑOS TARDE
Por Xosé A. Perozo
He esperado a que amainara el picor del sarpullido, producido a los habituales del escándalo, para analizar el programa de los famosos “50 años de España en libertad”. Tan dolorosos para quienes tergiversan el concepto de libertad con ir de cañas por el barrio de Salamanca en Madrid. A lo largo de más de una treintena de enunciados, el programa desgrana un centenar de flases que ayudarán a difundir unos apuntes del proceso de democratización de la vieja España. Aquella que debía olvidar la dictadura, sin poner énfasis en la recuperación de la verdadera historia guerrera de la opresión, en el desgarro contra la II República democrática y en el descalabro social que supuso una monarquía anacrónica y amante de otro ensayo monárquico-dictatorial con Primo de Rivera al frente. El paso político de 1975 no fue ni fácil ni ha sido explicado con suficiencia. Hace cincuenta años los demócratas debimos conformarnos con abrir las puertas evitando provocar. Lo hicimos con la esperanza de una reconciliación real que, visto lo visto en la última década, para los nostálgicos del franquismo sólo consistió en abrir un paréntesis y guardar fuerzas y porras para “cuando llegara el momento oportuno”.
Por estas y otras razones, la celebración cultural del gobierno de izquierdas llega tarde. Y a quienes vivimos el último tramo franquista y la ilusión de alcanzar las libertades, la solidaridad, el progreso colectivo en paz, la educación y la sanidad universal -públicas y gratuitas-, el derecho al trabajo, a la huelga y a la vivienda entre otros muchos enunciados, que antes sólo habían sido consignas, pintadas en los muros y encarcelamientos, llegamos al 2025 con más desengaños en las alforjas que ganas de reivindicar lo conseguido. Durante cincuenta años los demócratas nos hemos empeñado en considerar el proceso de la transición y la democratización del Estado como un “éxito colectivo”. Es mentira. Pasada la hoja del tiempo, el sueño y el empeño han sido más de unos que de otros. Y aquella “Libertad sin ira” de Rafael Baladés, Pablo Herrero y J. Luis Armenteros, cantada por el grupo Jarcha en 1976, se ha quedado en un espejismo tras el cristal roto por Vox y las derechas reaccionarias, quienes también se agazapan en otros partidos conservadores, educadas en los falsos “cuarenta años de paz”, impuestos en los colegios al servicio de un caudillo “vencedor por la gracia de Dios”.
Mi generación viene de memorizar curso tras curso los textos de “Formación del Espíritu Nacional” del franquismo. La educación democrática la recibimos en los hogares con las puertas cerradas y en los conclaves de tabernas, cineclubes, ateneos y reuniones clandestinas. Como contrapartida, en democracia existió un momento en el que aspiramos a la implantación de la “Educación para la Ciudadanía”, sin embargo la reacción ganó la partida cortando el paso. Ahí comprendí que ni había concluido la transición ni había fructificado la reconciliación. Han pasado cinco décadas y el consenso necesario para alcanzar una educación democrática en la escuela no ha sido posible. El PP ha puesto la zancadilla sistemáticamente. Y mientras la enseñanza pública camina hacia la depauperación, la concertada, privada y religiosa se han encastillado en sus fortalezas con la protección de los partidos políticos de todos los colores.
El programa 2025 llega tarde y, además, en un momento en el que la democracia internacional está en peligro. ¿Alternativa? Más cultura y educación democráticas permanentes, desde las aulas al cine pasando por el ejercicio de la propia política activa en todos los ámbitos sociales.
J. A. PEROZO