galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

O ROSAL, EL JARDÍN DEL BAIXO MIÑO

        Es mi paisaje favorito, este del Baixo Miño.  Sur de Galicia y norte de Portugal. En él pasé momentos increíbles rodeado de amigos de los que nunca se olvidan, por eso ahora peregrino con frecuencia  hasta sus santuarios,  para que me inviten a disfrutar de su compañía y de los manjares exquisitos que nos regalan el río y el valle.

        El Miño inunda de belleza este territorio, el más bello Jardín de Galicia; y baña con agua esmaltada,  de plata, su valle arcoiris. Porque en él nacen flores y frutos de cuatro estaciones, que aquí se viven siempre primaveras, incluso cuando seguimos el trayecto del sol de otoño, que es el de la vendimia del vino que te encantará compartir con esta mi gente.

        También crecen cumbres hacia el cielo,  desde las que se descubren los senderos de la frondosa Valga, el mirador inigualable del Atlántico más perfecto.

        En la sierra revives historia y tradiciones y al lado del río siempre te tardan las lunas de invierno porque añoras, impaciente, lampreas y angulas.

EL MAR DEL MIÑO

     El Miño se hace mar en su tramo final y te invita a navegar su estuario magnífico, bien conocido por las aves viajeras que vienen y van de invierno a verano y de verano a invierno, todos los años, siempre.

     No es para menos, que el plano casi cenital que puedes obtener desde el monte sagrado de los oestrimnios, el Tegra,  pone a tus pies el paraíso:

     Islas con playa y otras donde campea a sus anchas el ganado libre. Barcas de mis amigos pescadores, como Mauro,  que se deslizan con suavidad para no molestar a quienes buscan refugio en la selvática isla que yo bauticé como la del Amor

     Agua dulce, agua salada… Lampreas por el día, angulas por la noche… Y en sus ribeiras,  los pueblos más hermosos que verás en tu vida.

EL RIO SALVAJE

      Hay otro río, el Tamuxe salvaje y bello, que contribuye a procrear la belleza del valle a su paso. Desde A Grova,  donde nace y  hasta que se calma en Loureza, va saltando de alegría como las buenas truchas que viven en sus aguas cristalinas, maravillosamente frías en su tramo inicial.

      Allá en el lugar donde sus fervenzas esculpieron la roca más antigua  puedes aprovechar para sentirte libre y nadar tu desnudez sin que nadie te moleste, a no ser que…

      Entonces, quítate de encima los miedos y disfruta del placer más humano mientras los pájaros entonan para ti la más bella sinfonía de la naturaleza más viva; porque siempre recordarás esos momentos.

       Luego prolonga esa estética de río estrecho con selváticas ribeiras hasta que se entregue al Miño, una vez que pasa bajo el curioso puente que algunos dicen tiene origen medieval.

 

UN VALLE FÉRTIL

     Desde el Niño do Corvo y desde los otros montes que lo vigilan  bien se aprecia la fertilidad del Valle, que da frutos en las cuatro estaciones. Mi amiga Ricarda, sabia cultivadora de todo lo aquí cultivable, dice que no solo es por la benignidad del clima sino también por lo especial que resulta la tierra.

     A mí me encantan las verduras, los pimientos, las patatas, en fin, todo lo que aquí se cultiva. Especialmente la fruta y de la fruta el mirabel, que este es el único lugar de Galicia en donde se da bien. Por eso, por la materia prima, triunfan los productos que envasa la Cooperativa “A Rosaleira”, una de las más prestigiadas del país.

     Si vas por allá te recomiendo que visites los pueblos pequeños, donde todo el mundo se conoce. San Juan y San Miguel de Tabagón,  Loureza, As Eiras… En todos serás bien recibido.  Es decir, te invitarán a que pruebes su vino, un albariño de los que premian en Cambados, en su certamen de cada verano.

     Yo me quedo con el de mi más apreciado amigo, César Paredes, que no sé cómo se las arregla pero hace un albariño “único”, de esos que llamábamos antes “da casa” y un tinto que te entusiasma pero no te emborracha. Yo creo que a César, que tiene nombre de emperador romano, le enseñaron a hacer vino los dioses del Olimpo oestrimnio.

     No te lo creerás, pero en el Monte Tegra he encontrado yo a gente con pinta de estar de paso, que no se cansaba de repetir…

     — Esto es un paraíso, un paraíso…

PAISAJE ATLÁNTICO

       El mar, aparece como un espejo de plata desde el mirador de A Valga, cuando el viento de la tarde se entrega a la calma.

       En este paisaje atlántico, refugio de la intensa luz diurna, está Portocelo, único territorio rosaliano con olor a salitre y música de olas en cada imperfecto rincón de su libre espacio.

       Por esta ventana asoma inmenso el horizonte marino por el que pasan barcos que estrellan su proa en el océano, del que emergen y se surmergen, cabalgando sobre él ante la curiosa mirada de los caballos de Mougás.

       Esta costa, sin embargo, es toda una sucesión de rocas gigantes y marinas, envueltas en el rumor mágico de las olas que braman, poco amigables, y escupen blancura de espuma. Rocas habitadas por el percebe sabroso, tesoro que procuran mujeres y hombres valientes, habituados a saltar de piedra en piedra para huir del furor del mar.

         Un mar hermoso, sin embargo, cuando la sombra estalla hacia el sol. En el momento inconfundible en que el Atlántico calma su marea y resplandece como el oro,  iluminado por el astro rey que sigue el rito de su tránsito entre el día y la noche, en el Puerto del Cielo.

TRADICIÓN ARTESANA

        Los rosaleiros siempre se ganaron bien toda la vida que viven, que es gente no solo trabajadora sino además creativa. Esta es tierra de artesanos por tradición, de ahí que crezcan los cruceiros en todas las esquinas.  La música de su banda atraviesa las fronteras y los artistas plásticos deciden vivir aquí por esta luz especial que a mí me ciega cuando bajo desde Compostela.

        Pero la memoria de esta gente conserva un recuerdo especial para los “cabaqueiros”, personajes entrañables y populares de los que aún queda alguno dispuesto a mantener la tradición de hacer tejas del país, las mejores según José Manuel Pichel, el arquitecto.

        Leandro trabaja la cerámica, Cuqui Piñeiro el bronce. Pero ya no hay molinero que muela en “os Muiños do Folón”, que descienden por la Valga para que O Rosal reivindique su patrimonio etnográfico. Llegar hasta ellos es una agradable aventura, porque solo se accede a pié a través de senderos marcados como ruta natural; una aventura que tiene como recompensa un excepcional paraje.

LA VILLA

      Si te gusta bucear en la historia te quedarás asombrado con petroglifos paleolíticos, dólmenes del neolítico, vestigios castreños… Además de algo único, tumbas visigóticas en la cercanía de la peculiar ermita de San Vicente.

      O Rosal aparece en los escritos como tal en el siglo XII vinculado al Monasterio cisterciense de Oia, del que dependía su priorato. Es ayuntamiento antiguo, desde el 1847, con edificio dieciochesco, señorial,  recuperado en la actualidad.

    La villa es pequeña pero coqueta y armónica en su conjunto. El punto neurálgico es el de la Plaza do Calvario, epicentro de la vida social, que preside la Iglesia de Santa María.

     Ya te dije que este es mi paisaje favorito pero también el de numerosos gallegos y emigrantes retornados que tienen aquí casa y finca. Termino con una curiosidad: aquí casi todo el mundo emigró, cuando tocó, a Santo Domingo, la capital de la República Dominicana. Y aún hay mucha gente de aquí viviendo allá, aunque en Galicia hayan encontrado su vida alrededor de veinticinco mil dominicanos.

     Lo que siempre te cuento, mi amigo… Galicia es un mundo.

     Y añado: uno de los pocos alcaldes sensatos, trabajadores y serios que yo he conocido a lo largo de mis casi cincuenta años de profesión es el actual de O Rosal, Jesús María Fernández Portela. Si lo ves por ahí, dale un abrazo de mi parte.