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ADIÓS A VIDAL SOUTO, ARTISTA ESENCIAL

A mis espaldas, como uno más de los fetiches que rodean mi trabajo diario, tengo un cuadro suyo que, de verdad te lo digo, me levanta la paletilla y enciende mis apagadas neuronas. Porque es luminoso como ninguno y porque compendia la Sevilla que viví esporádicamente. Creo que dentro del cuadro está su alma, que me lleva acompañando toda la vida, desde nuestra juventud, cuando lo pintó un buen día en aquel refugio oscuro que le había cedido su abuela en Castadón, tras la consabida pelea familiar, cuando dijo después de comer en casa de sus padres…

—- Papá, yo solo quiero ser pintor.

José Manuel Vidal Souto, además del gran artista que fue en vida también hubiera sido un excelente anacoreta como yo. Ahora que estoy ensayando para serlo, me doy cuenta de ello. Mi memoria aún le ve, barbilampiño, a los 17 quizá, entre aquellas piedras cubiertas por un plástico negro para evitar la lluvia, con aquella tienda de campaña en el medio de la estancia, que a su vez era epicentro del bosque encantado.

Vidal Souto, desde aquellos días que te cuento, logró que las musas le siguieran por sus mundos, creció con ellas y con la creatividad a flor de piel. Llegó a ser un artista único entre aquellos artistiñas que me honraban con su amistad en el Ourense de antaño. Su arte triunfó en vida y de sus obras emanará siempre lo esencial del artista, sus sentimientos y su honestidad.

Definitivamente, mi amigo José Manuel ya es un nómada de los espacios siderales, donde espero reencontrarlo algún día. Llevaré conmigo, bajo el brazo, su visión de mi breve Sevilla.