ANTROPROCENO: EL TIEMPO DEFINITIVO
Por Manuel Menor
Los negacionistas del cambio climático cada vez lo tienen más complicado con las evidencias que, desde hace unos treinta años, anuncian que, de no poner remedio, cambiarán radicalmente la habitabilidad de la Tierra. En otros treinta más, es muy probable que las interacciones de los humanos con la atmósfera la hayan modificado de modo tan irreversible que sea muy difícil la vida humana.
Los meteorólogos lo tienen difícil con el “buen tiempo”. De ordinario, sus breves comunicados parecen destinados a que paseemos por el territorio como si fuéramos permanentes turistas despreocupados; cuando algún fenómeno atmosférico altera ese estándar de bonanza, sienten lástima. Si quieren ser útiles, sus rutinas didácticas deberán hacer comprender, con los medios técnicos y gráficos de que disponen, si el día está fatal, pero no porque llueva, haga frío o calor, sino porque muestra la irritabilidad de la Naturaleza ante el modo de tratarla; hay más días problemáticos, y crece aceleradamente el número de horas difíciles para la salud humana. A nadie le place ser profeta de mal agüero, pero los empeñados en acusar al ecologismo de ser sus causantes tienen mucha audiencia, y también entre los políticos abundan los milagreros negacionistas del creciente deterioro del ecosistema en que vivimos.
Culpar al mensajero no remedia nada; los remedios para paliar o frenar el avance de los riesgos derivados de una descontrolada actividad humana en el medio son conocidos, y lo complicado es ponerlos en la agenda política preferente. Se trata de un sistema global a modificar y, como han demostrado todas las cumbres climáticas, incluida la de París en 2016, nunca ha habido acuerdo completo; siempre los países más contaminantes han decidido, por posicionamiento global de su PIB, ralentizar o ningunear las medidas procedentes; los relatos posteriores han sido siempre a conveniencia de cada cual, sobre todo en vísperas electorales.
LA METÁFORA DE LA PUERTA DEL SOL
A escala reducida, mirando este asunto desde España la situación se concreta en opuestos intereses; entre lo que se debe hacer y lo que se hace, suele decidirse, con pretexto del menor daño, algo tan contraproducente como lo que hay. Por doquier hay perjudicados con medidas que alteren rutinas laborales o de consumo y, en medio, proliferan los cazadores de oportunidades para que sean otros quienes paguen sin perjudicar su buena fama de gestores. Con este juego, la ineficacia prosigue, no se arregla nada y seguimos en la casilla de salida; esta retórica solo ejemplifica cómo lo provisional prima sobre la previsión.
La Puerta del Sol de Madrid es, en este momento, un paradigma perfecto de este quehacer tan impaciente como estéril. El Km. 0 de la antigua red de carreteras española vuelve de nuevo a ser objeto de remodelación a base de más cemento y más losas graníticas. Expresando sin duda la mucha predilección por los visitantes turistas y por quienes decidan festejar el año nuevo en el lugar, alguien desde el Palacio de Cibeles se ocupa de que parezca que la ciudad está cuidada; con este método liliputiense, le sale rentable no ocuparse de la habitabilidad de la ciudad y necesidades de los ciudadanos. Al enésimo estado de obras que ha puesto en marcha en este punto, no le importa que el tráfico genere en Madrid, incluso en verano, cantidades de partículas contaminantes muy superiores a los niveles recomendados por la OMS para la calidad respiratoria. Menos le importan quienes demandan aprovechar este apaño para plantar árboles; preservar a los caminantes que, por alguna razón, deban atravesar el emblemático espacio sería romper la tradición de cuando era devastador cruzarlo para ser escarmentado por servidores de un falso orden. Un reciente regidor -de apellido muy frutal- persistió en esa usanza desoladora arbitrando que las dos fuentes que adornaban la plaza tuvieran los bordes dispuestos para que nadie pudiera sentarse cómodo. En esa tradición de cuidados para que se circulara hacia otro no-lugar, también ordenó que los bancos de calles y paseos, cada vez más escasos, fueran dispuestos de modo que el cansancio de los más cansados no causara mala impresión a quienes visitaran la ciudad.
CIUDADES PARA IRSE
La calorina de días pasados hace imposible olvidar el cambio climático, y el gesto urbanístico de Sol pregona la preocupación porque zonas urbanas principales sean estupendas para que la gente común que habita las ciudades aprenda a huir de ellas. No es innovación, sino continuidad de un proceder asentado desde que los barrios aburguesados establecieron medidas disuasorias para los obligados a pedir limosna por carecer de propiedades. Las normas clasificatorias de pobres buenos y malos hundieron la consideración del pobre como mediador salvífico, vicario de Cristo ante Dios, si era socorrido; jugar a ser benefactor siguió siendo fuente de prestigio para los que tenían poder, pero los pordioseros –que invocaban a Dios alargando la mano para pedir- pasaron a vivir fuera del circuito vistoso de toda ciudad con pretensiones. Luis Vives -pese a su modernidad humanista-, tomó partido en este asunto, y dejó escrito en 1525 el protocolo a seguir: De subventione pauperum (Del socorro de los pobres) y las leyes sobre este colectivo empezaron a regir la pedagogía social posterior.
Las guerras habidas desde entonces por cuestiones de riqueza o pobreza, y que el acaparamiento demostrativo de quién sea el que mejor chulee a los demás en cualquier rincón estratégico, siguen ahí e ilustran mucho sobre las decisiones que distorsionan cuanto afecta a la básica posibilidad de vivir. Entretanto, sin medidas consistentes, capaces de mitigar los agravios comparativos de los costes que conllevan, las últimas noticias meteorológicas y los desastres incendiarios que las han acompañado -añadidos a las facturas de la luz y del gas- avecinan situaciones de carencias más inquietantes para todos. La nula atención al arbolado que podría resguardarnos del melanoma en la Puerta del Sol es nada en comparación con las urgencias. Desde mucho antes de las elecciones andaluzas se sabe que, como no lleguemos al año 2050 con un nivel 0 de emisiones de carbono, los procesos electorales en que este país se encuentre hasta entonces seguramente habrán sido en vano. ¡Suerte!