BRABO, EL GALLEGO QUE RETRATO A ARTIGAS
A Ana Ribeiro, sin par historiadora uruguaya
Por J.J. García Pena
Fue don José Gervasio Artigas el revolucionario americano que con menos recursos materiales enfrentó a las potencias imperiales de su época. Su tenaz empeño por transformar el enorme y huérfano virreinato español del Plata en una Confederación de Pueblos Libres, se vio obstruido y finalmente derrotado por los intereses egocentristas de la fuerte elite bursátil y comercial de Buenos Aires, detentadora y natural heredera del poder económico colonial.
No obstante fracasar, Artigas consiguió temporalmente reunir, bajo la denominación de Liga o Unión de Pueblos Libres, a varias de las provincias del antiguo imperio hispano, las que lo proclamaron Protector de los Pueblos Libres.
Si su ideal se hubiese concretado, tal vez nuestra riquísima región no se hubiese convertido en estos deplorables “estados desunidos de hispanoamérica”, ni en el rico pero débil patio trasero de nadie. Sin embargo, la miopía política y el caciquismo feudal imperante se opusieron al federalismo del singular libertador, quién luchó desigual y constantemente primero contra el voraz centralismo bonaerense y también, más tarde y simultáneamente, contra el rapaz imperio luso-brasilero hasta que, declarado traidor, perseguido y puesto precio a su cabeza por el Directorio porteño, -en su mayoría de la logia masónica Lautaro-, pide asilo al impenetrable Gaspar Rodríguez de Francia, dictador de Paraguay , con la esperanza de reorganizarse y seguir bregando por sus ideales. Lejos de permitirle eso, si bien accedió a darle asilo, Francia lo aisló y neutralizó.
Jamás retornaría vivo a su tierra.
Lo harían sus huesos cinco años más tarde, en 1855. Hoy descansan en su Mausoleo de la Plaza Independencia de su ciudad natal, Montevideo.
Solo una de aquellas provincias efímeramente federadas escapó al control central bonaerense: la díscola Provincia Oriental, cuna de Don José, humilde libertador que, como ningún otro, desdeñaba títulos, pompas y privilegios. Hoy, aquella oveja negra disgregada del blanco rebaño colonial, es conocida como República Oriental del Uruguay o simplemente Uruguay, como solemos llamarla sus hijos, los orientales.
La larga vida de Don José, si no estuviese documentada desde su bautismo como José Gervasio Artigas Arnal en los registros de la iglesia Matriz hasta su último aliento en Asunción, podría dar pábulo a ser tildada de aventura fantástica, tales sus múltiples avatares. Es tan rica, interesante y esclarecedora su historia personal, que de su solo conocimiento podemos inferir el por qué el Cono Sur americano resultó lo que es.
Cuando Artigas falleció (1850) la ciencia fotográfica ya tenía, cuando menos, una década de desarrollo. En su prolongado ostracismo paraguayo fue visitado en varias oportunidades por distintas personalidades: militares, políticos y hombres de ciencia; incluso por su hijo José María. No sería de extrañar que ,al igual que otros personajes destacados de su época, haya sido captado, (como sospecho), por la lente de algún armatoste con alma de daguerrotipo, sin que hasta hoy haya certeza documental absoluta.
Pero sí es sabido que hasta nosotros llegó un dibujo al carboncillo tomado directamente del natural, cuando el viejo guerrero contaba ya con 82 años. En él se han basado todas los intentos de reconstruir su rostro, siendo el más celebrado la colección de rostros -obra asombrosa del escultor José Zorrilla de San Martín- en cronológico orden descendente, que nos muestran al General en rejuvenecimiento progresivo desde la senectud de la singular carbonilla a la faz voluntariosa de un recio mancebo con raíces aragonesas.
Basado en esa vieja carbonilla y relatos de quienes lo conocieron,el hiperrealismo de la actual IA nos recupera a un verosímil Artigas de unos 56 años en el apogeo de su poder político y tan cercano,¡ay!, a su derrota.
Lo no tan conocido -y aún menos divulgado- es quién fue el artista que miró a los ojos al viejo Artigas en una tarde sofocante de Asunción, para dejarnos la única imagen real que de él nos quedó.
En el libro El Caudillo y el Dictador, (pág.480) de la galardonada y excelente historiadora y escritora uruguaya Ana Ribeiro y gracias a su doctorado en Salamanca e investigaciones en Sevilla y de ahí en Montevideo, Buenos Aires y Asunción, podemosencontrar, documentadamente, la respuesta a la autoría del histórico retrato que por decenas de años se le atribuyó primero al naturalista Bonpland y más tarde a Alfred Demersay, un médico que, después de ¡más de doce años! de muerto el Caudillo, lo calificó de “ jefe de bandidos de la especie más temible, puesto que usaban la política como máscara y pretexto”.
Para entonces habían pasado cuarenta y dos años desde que el viejo Protector había dejado de ser “jefe de bandidos” y dieciséis desde que el médico mendaz pudo habérselo dicho a la cara en el supuesto de que lo hubiese retratado, como ahora sabemos que no hizo, ya que poco debería temer de un anciano de 82 años, que ni dientes tenía, perdiéndose, quizás, la oportunidad de escuchar de los labios del propio “monstruo” la “historia de terror” que otros le contaron y que él repitió falaz e imprudentemente…
Es Ana Ribeiro quien nos revela el nombre y filiación del más que probable autor de la carbonilla, un gallego de nombre Francisco Javier Brabo (sic), quien años después le relatara al poeta uruguayo Juan Zorrilla de San Martín (padre el escultor José) su encuentro con Artigas:
“…lo hallé sentado en una silla tosca, cubierto con su poncho sobre la piel y desgranando una mazorca de maíz que daba a las gallinas”.
Cuenta Ana Ribeiro que Brabo había nacido en Pontevedra. Con algo de dinero, sus pinceles y un violín, se había aventurado en América llegando a Paraguay en 1846. Ya frente a Artigas, tomó sus pinceles y le pidió permiso para hacerle un retrato
—- Lo comencé en la siesta de un día caluroso, era el año 1846. Como se hiciese tarde y la luz se debilitara, rogué al viejo que saliera a la enramada próxima. Él salió sonriente y con la mejor buena voluntad. Allí terminé mi dibujo, al que Bonpland dio los últimos toques”.
Brabo regresó a Montevideo en el mes de marzo, para convertirse en secretario de Fructuoso Rivera, primer presidente uruguayo, y llegar a ejercer el cargo de teniente coronel de la República Oriental.
He aquí, en apretada síntesis y gracias a historiadores académicos, pero sobre todo vocacionales como Ribeiro, que tenemos de primera mano otro ejemplo de cómo nuestros decididos antepasados gallegos contribuyeron a hacer y plasmar la historia más allá de los confines de la sufrida Galicia, incurable exportadora de brazos y talentos.