galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

BUCEANDO EN LAS ILLAS FICAS

Dicen en Vigo que mi Meiga es hija de una diosa celta. Seguramente. Porque cada noche entra refulgente por el lado oscuro de mi cama, como si su piel estuviese recubierta de oro y platino. Pese a tener más de dos mil años y haber vivido todos los siglos de dos milenios y pico su belleza me sigue deslumbrando… y, entonces, he de cerrar los ojos para que su mirada no me ciegue.

Mi Meiga vive en las antiguas Illas Ficas. Conoció a Drake y a todos los piratas de la leyenda; incluso sabe donde ocultaron sus tesoros. También fue amiga del almirante Manuel de Velasco y Tejada, comandante de la mayor flota hispana que llegó de América para hundirse entre la Isla del Facho y la de los Poetas, pasado el estrecho de Rande. A lo largo de los siglos, mi Meiga venció con su magia a ejércitos fantásticos venidos de otros continentes; a los demonios de las profundidades y a alienígenas aquí llegados desde la otra Galaxia, para invadir Galicia.

Mi Meiga se hizo amiga de Neptuno y de sus hijas las Nereidas. El dios romano del Mar le enseñó los secretos de las profundidades y gracias a eso sabemos que, desde aquel primer naufragio ocurrido en el año 899, al margen del hundimiento de la Flota de Indias, en tantos años solo se fueron a pique 26 buques, en toda la Ensenada.

Debió de ser porque en Vigo se inventó la chalana, la sardiñeira, la dorna, los naseiros, y todos los barcos de pesca jamás imaginados… a remo, a vela o a motor. Los construyeron en un principio aquellos hombres con piel de salitre porque pasaban más horas sobre las olas que en tierra… Incluso se movían por el Berbés, por debajo de los soportales, de lado a lado, como si aún fueran a bordo sujetando el barco con los pies.

El aumento de la pesca y su interés comercial daría luego origen a nuestros grandes astilleros esos que, a pesar de los pesares, son y seguirán siendo los mejores del mundo.  

Cuando viajas a las Illas Ficas es como si fueras al Paraíso, al lugar donde habitan los dioses celtas. En primavera, dioses, ninfas y meigas gustan de jugar con las leucoiñas que habitan el espacio marítimo, para tumbarse finalmente sobre la arena y gozar del lugar más hermoso del mundo, las islas más puras que la gran ciudad ve a lo lejos, aunque es su inconfundible estampa marinera.

Por un lado el mar acaricia la playa y por el otro, el océano bate contra las rocas que emergen del lecho submarino. Un sol aún tímido persigue a la única nube mientras mi Meiga deja sus huellas mojadas. Bajo el agua bailan invisibles el pulpo, la centolla y miles de peces que corren enloquecidos por el espacio… En las Illas Ficas mientras el Atlántico esculpe estatuas de piedra, la Ría se mece en la calma de la mejor playa; bajo el agua están los misterios que esconde desde 3.500 años antes de la llegada del Dios de los cristianos.

Mi Meiga sabe que, bajo ese lago, a muchos kilómetros de profundidad, tras seguir un túnel de difícil acceso, están todos los tesoros robados por Drake y por los piratas que aquí buscaron refugio tras saquear la costa del Mar de Vigo.

Mi Meiga se empeñó, esta vez, en que le acompañase bajo las profundidades de este mar que rodea a las illas atlánticas, a las que la modernidad bautizó como Cíes. Es una oferta tentadora: nadie se puede resistir a paisajes de ilimitada belleza solo interrumpidos por las tétricas huellas de los 26 naufragios que han sido controlados por el hombre a través del tiempo desde hace al menos tres siglos. Fue un barco del “Emirato de Córdoba” el primero en hundirse aquí y el último, un congelador vigués, el “Marbel”, naufragio que seguramente recuerdas. Sucedió frente a la Playa de Rodas, en el mes de enero de 1978: fallecieron 27 de sus 37 tripulantes Por el medio, en los años sesenta, una sardinera de Moaña, el “Centoleira”, también se hundía en este mar pereciendo sus 12 ocupantes.

A medida que buceo de la mano de mi Meiga, alrededor de las Islas que son ahora Parque Nacional, veo elementos fosforescentes que parecen minúsculas partículas de ánimas y recuerdo que fue aquí donde se hundió el Santo Cristo de Maracaibo, el galeón donde iba el almirante Manuel de Velasco, comandante de la flota de indias que supuestamente llevaba el mayor de los tesoros conseguidos por el expolio de las ricas tierras americanas.

Pero para los que tuvimos oportunidad de vivir en Vigo en 1970 recordamos con mucha emoción el penúltimo siniestro: el del “Polycommander”, un petrolero que provocó la peor marea negra después de la del “Prestige”. Curiosamente pudo seguir navegando y terminó su vida desguazado en Taiwán, mucho después, en 1983.

Miguel San Claudio y Raúl González recogen en su libro “Arqueología subacuática en el Parque Nacional de las Illas Atlánticas”, los pormenores de estos y de los demás naufragios aquí ocurridos.       

Los galeones de la flota española de Indias hundidos en el Mar de Vigo, en septiembre de 1702, fueron 14; y con ellos, cuenta la leyenda, se fue a pique un supuesto tesoro en oro por valor de 50.000 millones de euros. Pero estos galeones no se hundieron en Cíes sino en el Estrecho de Rande, donde se libró la más grande batalla naval de la historia.

Al margen de las muchas leyendas que se cuentan y de la hermosura natural que desprenden las Islas Cíes, buceando por estas aguas descubres lugares maravillosos por donde peces y mariscos nadan en libertad entre corales y algas que te recuerdan las maravillosas fragas que aún se conservan intactas en el interior de Galicia. Aquí, bajo el agua, te dices a ti mismo que todo y nada es eterno a pesar de la magia que preside el silencio.

Buceando en el mar de Cíes el tiempo se detiene y la luz que penetra en este mundo oscuro destaca exclusivamente para ti todo un mundo feliz…