galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

¡CANTÁ PUEBLO BLANCO, MANUEL!

Por J. J. García Pena

1985.  Los uruguayos recién «reestrenábamos» la recuperada democracia luego de doce años de dictadura cívico militar. Aún estaban ardorosas y sangrantes las heridas. Heridas físicas de los torturados en los calabozos. Heridas incurables -aún hoy- de los familiares de «los desaparecidos». Heridas inminentes y previsibles en el alma de quienes, sin futuro confiable, optaban por el éxodo hacia horizontes que -anhelaban- fueran mejores. Todos estábamos en riesgo laboral. El desamparo se cernía en el aire, amenazante de marchas militares hasta hacía bien poco.

¿Por segunda vez me tocaría repetir el drama de una emigración indeseada? ¿Mis dos pequeños hijos perderían su patria como la perdiera yo un cuarto de siglo antes? Pensar en dejar Uruguay me angustiaba.  Pero por ellos estaba dispuesto a hacerlo, aunque sumara otro desgarro a los muchos remiendos de mi alma.

Sacaba fuerzas de recordar la respuesta de mi madre dejando atrás la Torre de Hércules:

– Para que hoxe ou mañán seades homes de proveito, meu fillo.

Nadie sufrió más que ella (y en silencio) el destierro. Ya tenía cincuenta y tres años y tres hijos a cargo al dejar, viuda, nuestra Galicia en la mañana del 23 de septiembre de 1960. Llegado al caso, ¿no me valdría de nada su ejemplar sacrificio con mis escasos treinta y cinco años y las manos fuertes?     

Un compatriota joven, a quien admiraba desde que le oí cantar los Cantares de otro compatriota muerto que nos animaba al decir que «se hace camino al andar», estaba en el escenario de «el Centenario» esa tarde-noche de otoño montevideano. 

Quizás fue el impulso de gritar (a él, a la noche, a los demás espectadores, a los «milicos», aún en acecho) mi orgulloso origen. No lo sé. Quizás fue solo la necesidad de que alguien de mi más alta estima me confirmara que me asistía razón si me marchaba. No lo sé. Quizás fue la angustia ante la perspectiva de perder de nuevo mi patria (¡Dos veces perder la patria es mucho perder!). No lo sé.

De lo que no tengo duda es de lo que ocurrió ya a punto de retirarse Joan Manuel del escenario, después de complacer varios ¡ootrá, ootrá, ootrá! Aproveché un bache sonoro en la tribuna que se me antojó como hecho a la medida. Mi clamor, bombeado desde mi alma como una vibrante saeta andaluza, llegó a los oídos -tal vez al corazón- de mi admirado cantor,

—- ¡Cantá Pueblo blanco, Manuel!  Y Manuel cantó esa noche solo para su anónimo compatriota, sin saber que lo era. O quién sabe si su corazón de poeta le advirtió que sí lo era.

Por suerte, no me fue necesario emprender un nuevo éxodo a ninguna parte. Y Uruguay, generoso en mares, me presta dos riberas: una dulce y otra salada.