DE GATICA A MARADONA
Por Carlos Penelas
Son historias del suburbio, susurros cómplices, desguace de una genealogía de aliados y enemigos, de mitos y glorias. Dos nombres que simbolizan el peronismo, los matices del peronismo, fachada y contra frente del peronismo, los gestos de la cultura nacional y popular. Dos ídolos indiscutibles en el deporte, pero aquí hablamos de otro aspecto. En ellos verificamos liderazgo, paladar, diálogos. José María Gatica y Diego Armando Maradona, secuencia previsible, muertes obscenas, lamentables. Uno alcoholizado vendiendo muñequitos de colores del “mono Gatica”, arrollado por las ruedas de un colectivo en Avellaneda; vivía en una villa y a veces dormía en la estación Domínico. Tenía treinta y ocho años. Otro, multimillonario, abandonado en una especie de depósito, sin ventana, sin controles médicos, sin asistencia, agonizando durante horas. Acababa de cumplir sesenta años. El proyecto, parece, no da para más.
—- General, dos potencias se saludan.
Luego Ike Williams y el Madison Square Garden. Tres caídas en un round y otra vez Buenos Aires, en el Luna Park, y la lona ante Alfredo Prada.
—- Si Menem me lleva como vicepresidente, yo voy. Eso es verdad, si me dice que lo acompañe, lo acompaño…
Esto, entre otras cosas, decía Maradona:
—- Ha llegado un momento emocionante de mi vida al poder firmar este contrato que me guía a Telesur, a mis amigos venezolanos, al presidente Maduro y que por sobre todas las cosas me siento muy amigo del comandante Chávez.
Esto decía José María Gatica:
—- Para hablar con Gatica se solicita audiencia.
Cuando murió Gatica la gente lo acompañó hasta el cementerio entonando la marcha peronista. Cuando muere Maradona el caos, la violencia y las barras invaden Casa de Gobierno. Dos épocas, dos estilos, un mismo universo.
Propongo una serie de planteos para no caer en el discurso canónico, inmovilizador. Palabras o frases que son recogidas y corroboran el discurso del poder, de la demagogia, de la beatificación. Nombres que representan una parábola donde se repite una misma proyección, un territorio ilusorio. Eso se da en una sociedad degradada, en un país pauperizado. Una mediocridad deprimente ordena sus banderas, sus proclamas, sus bombos.
Para ser breve y no abundar en detalles: sumisión y esquema. Lo efímero de la alegría, la borrachera o la droga ideológica, la sordidez cotidiana. Estas palabras –un borrador de un análisis más explícito– me sugieren coyunturas, significantes, sobornos, la hilacha de un traje gastado por palafreneros y patota. Apelo, caro lector, a su razonable sentido ante lo alucinado, ante los matorrales del conurbano o el puntero barrial. Y la propuesta meliflua de los monaguillos. Inquietante, sin duda, chambelanes entre laberintos y antesalas.
Entonces finalizando: dos nombres que simbolizan gestas, filisteos, almas bellas, chapuceros, tránsfugas y trepadores. Efluvios, desmemoria, barrabravas. Luego vienen posters, vinchas, relatos. Detrás, a pesar de ellos el corpus y las manipulaciones del pobrerío, desmesura, zurcidos del exitismo. Para no abundar: estuve a punto de escribir un libro de conversaciones con Alfredo Prada. En mi biblioteca, sobre el escritorio, una fotografía firmada por Ricardo Enrique Bochini.