EL CANTAR DE LOS PESARES
Por J.J. García Pena
Cuando era joven y esperanzado creía, ¡iluso!, más o menos inminente la toma de conciencia social y la consecuente liberación final de los países hispanoamericanos y de todo el orbe. Los hechos me demostraron que era más tonto y candoroso de lo que soy hoy en día, que no es poco decir.
La respuesta, a sopapos, se me fue manifestando sola:
— ¿Por qué no? –me había preguntado.
Años más tarde me respondí a mí mismo:
— Porque el hombre, esté en dónde esté, sigue siendo una fiera astuta, retorcida y cruel.
Hoy, viejo y desencantado, comprendo que estamos más cerca que ayer de la Justicia, pero aún muy, muy lejos de alcanzarla.
Es que la Justicia (que la entiendo como la nobleza de alma que abomina de cualquier daño evitable), es como la rueda: no existe en la Naturaleza.
El fuego a voluntad es un bien conquistado que nos pertenece, pero, con todo su valor añadido, no es sino la “simple” mejora de un bien preexistente. Sin embargo, la rueda es creación totalmente humana.
Así será (cuando lo sea), también, la Justicia: un logro totalmente humano, una deuda que tendrá el futuro con el pasado. Y ese anhelado futuro no será posible mientras no cambiemos tolerancia por Aceptación; y enseñanza por Educación.
¡Fijaros si estaremos lejos de ese hito, cuando ni siquiera somos sinceramente tolerantes y bien lejos estamos de ser Educados! (No te ofendas: conozco muchísimas personas cultas e instruidas, pero -me incluyo- ni una sola Educada). Enseñanza y Educación no son lo mismo, aunque suelen confundirse.
Tampoco son comparables la limosna con la Justicia; ni el enamoramiento con el amor. El enamoramiento mengua y caduca. El amor crece y perdura.
Los tiranos y los demócratas enseñan a sus oprimidos y a sus adeptos; pero ni unos ni otros se han ocupado, jamás, de Educarlos. ¿Cómo lo harían, si ellos mismos nunca tuvieron (ni tienen) Educación?
Por ahora, solo la dirección evolutiva en que vamos es la correcta, pero el terreno es escabroso y plagado de simas profundas y tramposas. Dientes de sierra, les llamo yo. Hoy estamos en el fondo de uno de esos ciclos sinuosos; uno de los tantos vividos y los muchos que nos quedan por vivir.
(Instintivamente seguimos en Atapuerca)
Las tropas de invasión -no importa cuales, ni cuando, ni los dioses que invoquen- siguen contando con el inconfesado, pero tácito y estimulante, permiso de robar y violar insuflado por sus instigadores. Atila sigue vivo y vigoroso. Maquiavelo, vigente e insomne, dicta cátedra de lo suyo.
Mientras tanto, los “pastores” y “guías espirituales” de toda creencia, de cara a la tribuna de rebaños embobados, siguen elevando ruegos hipócritas a un multiplicado dios propio en el que, falsarios, dicen creer, pero no creen ni le temen. Por eso pecan y vuelven a pecar: se saben impunes.
No pocos de ellos, de paso, bendicen y/o fabrican, y/o venden, y/o compran, las armas de triturar hermanos.
Cristo, irreconocible por TV, es torturado varias veces al día. A veces parece un niño, otras una joven o un mendigo. Otras, “un negro” baleado por la espalda.