galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

EL LAZO O TRENZA DE OCHO

“Herramienta indispensable en la paz y arma temible en la guerra”

Por J. J. García Pena

El genuino gaucho rioplatense y sus escasas pertenencias están muy distantes del ridículo estereotipo creado en los laboratorios de ilusión norteamericanos en pleno auge del cine mudo. El gaucho fue mucho más que una figura circense o de vodevil o de consumo turístico como se pretendió -y aún pretende- vendérselo a quienes desconocen su dura historia. Al menos en Uruguay, en donde “gauchada” es sinónimo de ayuda desinteresada, su esencia sigue nutriendo el espíritu ancestral de la sociedad oriental.

Aquellas birrias de celuloide se comenzaron a producir en tiempos en que los directores financieros de Broadway y Hollywood, contumaces tergiversadores de la realidad, se erigían en solapados dictadores de la moral social a seguir según sus dogmas binarios: los blancos fundadores (los invasores) muy valientes, religiosos y justos.

Los indígenas (los invadidos), un hato de delincuentes taimados de piel “roja” cuyo accionar incivil y herético justificaba toda bala empleada en repelerlos o exterminarlos. La ilusión inventada en los estudios fílmicos dio vida, entre otros muchos disparates, a un Valentino ataviado con llamativos ropajes pretendidamente gauchescos, mientras bailaba un tango “andaluzado” con un clavel entre sus dientes, ¡a modo de un Vargas Heredia, nada menos!

Mientras tanto acá en el Sur, para entonces (1921) los gauchos, maniatados (“maniáos ”) ellos y sus caballos por el alambre inglés que a partir de 1877 cuadriculó las tierras usurpadas a los nativos, se habían extinguido como tales. Perdida para siempre su mítica libertad de centauros, debieron optar entre conchabarse en forma permanente en estancias de criollos extranjerizados o de extranjeros acriollados, o sumarse, emigrantes en sus propias patrias, a otros desposeídos de la fortuna en los “bajos” y “orillas” (periferias) de las grandes urbes platenses.

Fueron varios los escritores que en ambas bandas del rio Uruguay se ocuparon del drama de estos desheredados, dejados de lado una vez usados para los propósitos personales de los caciques locales.

Las frecuentes levas forzosas, para emplearlos como carne de cañón en los alzamientos políticos o en combates contra “la indiada” que se oponía a la “avanzada civilizadora” de los fortines, quedó magistralmente retratada en Los tres gauchos orientales (del uruguayo Antonio Lussich, junio de 1872) y en El gaucho Martín Fierro (del argentino José Hernández, diciembre de 1872), ambos publicados en Buenos Aires.

Sin llegar al nivel de tales paradigmas gauchescos, es digna de destaque la visión que de tal fenómeno socio político nos dejó Ramón Solveyra Casares (1878-1958), un poeta argentino casi desconocido para el gran público. Nacía Solveyra Casares cuando el verdadero gaucho comenzaba a morir y fue testigo de su lenta agonía. Sensible, instruido y lúcido a partes iguales, el joven Ramón se ocupó de escribir el mejor responso -más tarde cantado- que conozco dedicado a una modesta herramienta campera.

Oración tan sentida como certera es este homenaje suyo a una de las más apreciadas “pilchas” del reducido ajuar del auténtico gaucho rioplatense: el lazo o “trenza de ocho”, herramienta indispensable en la paz y arma temible en la guerra. El lazo puede representar-y creo que las representa muy bien- aquellas épocas de consolidación identitaria que se gestaba en el Río de la Plata.

A mediados del siglo XIX, aún sin resolver los conflictos intestinos entre los herederos del desaparecido Virreinato español y años más tarde abolida la esclavitud, las repúblicas platenses estimularon el ingreso de brazos hábiles europeos con los cuales poblar y explotar las feraces tierras, tan aptas para la agropecuaria extensiva, propiciada ésta por la introducción de novedosos instrumentos hijos de la Revolución Industrial, entre ellos las maquinarias a vapor y el alambre.

El indómito indígena (mal llamado “indio” desde el arranque) había sido un problema para los conquistadores y ahora lo seguía siendo para sus descendientes, los independizados criollos, quienes, al igual que aquellos, consideraban a los naturales poco más dignos de respeto que a sus caballos. Y con frecuencia bastante menos.

Esa perspectiva deformada de los blancos dominantes respecto a la inferioridad moral de los nativos, se traducía no solo en el trato directo, sino que está reflejada en la por entonces creciente literatura “nativista” o “gauchesca”. Tan popular ella, que con solo mencionar alguno de sus iconos (El gaucho Martín Fierro, a modo de ejemplo), huelga mentar al resto.

En El lazo se manifiestael sentir del criollo frente al aborigen: –“…indiada…”, …malones traicioneros…” … salvaje retobáo… Gardel (¿cuándo no?) recogió los versos de Solveyra, (apellido netamente gallego dónde los haya) y con su voz inigualada recreó para la posteridad la magnífica descripción de una época a través de una tan humilde cuán épica herramienta.