EL PAJE DEL REY
Hojeando un libro del año 1.853, titulado “Viaje ilustrado en las cinco partes del mundo”, he hallado en el II tomo, página 871, que corresponde al artículo “España”, una curiosa nota que dice textualmente:
“Ribadeo es desde largos tiempos cabeza de un condado que poseyó la familia de Villandrado y hoy está unido a la casa de los duques de Híjar. Los condes de Ribadeo tenían y conservan el singular privilegio de comer con eI rey el día de Reyes, siempre que lo hace en público y recibir luego el vestido completo que usa en semejante día. Esta circunstancia nos hace recordar naturalmente haber visto cien veces en Madrid la ceremonia de la traslación del traje, que se hace en un coche de etiqueta, escoltado por alabarderos ahora y antes por guardias de corps, en el que ya dentro, un jefe de palacio se lo presenta en una bandeja de plata al duque de Híjar, como conde de Ribadeo.”
Parece ser que el origen de este privilegio es, según dice una tradición, el siguiente:
Uno de los antiguos monarcas de Castilla fue cierto día convidado a un banquete por uno de sus próceres, hombre turbulento, ambicioso y feroz, que tenía dispuesto nada menos que dar muerte al rey, de acuerdo con otros conjurados, para satisfacer sus fines particulares.
No se sabe el reinado en que esto aconteció, ni, por lo tanto, a qué rey o a qué prócer se refiere la leyenda, pero el hecho, si damos por buena la nota copiada, hay que considerarlo como histórico.
Sea de ello lo que quiera, es el caso que un joven de la familia Villandrado, paje a la sazón del rey, oyó por casualidad algunas palabras que le descubrieron el terrible proyecto tramado contra la vida de su señor, que resolvió salvar aun a costa de la suya propia. Se dirigió con presteza al salón del festín, cuando se hallaban ya disfrutando de la magnífica comida, y presentándose al rey, le manifestó que había de hablarle en el acto de un asunto de la más alta importancia, suplicándole que pasara para oírle a una cámara vecina, por ser cosa en extremo reservada. Accedió el rey al punto, pues tenía en gran aprecio al paje y una absoluta confianza en sus palabras.
Los conjurados se miraron unos a otros recelosos, con el temor de haber sido descubiertos; más luego, pensando que este incidente podía ser casual, y como, por otra parte, la estancia en donde habían entrado el monarca y el paje Villandrado no tenía más salida que el comedor donde se hallaban, resolvieron que ella les sirviese para consumar su intento.
Al efecto, colocaron varios hombres de armas a lo largo de una galería escasamente alumbrada que conducía a la habitación referida y les dieron orden de no permitir el paso a nadie más que al paje, y de ninguna manera al rey, a quien debían dar muerte si intentaba forzarlo.
Villandrado, entre tanto, rogaba a su amo que cambiase con él de traje, y se pusiera a salvo inmediatamente, en lo que consintió el rey, creyendo que su servidor no correría peligro. Disfrazado, pues, con los vestidos de su paje, el monarca pudo escapar sin que sus enemigos se dieran cuenta de ello y al punto dispuso que sus gentes y guardas de corps se apoderasen de los culpables y pusieran libre a Villandrado; pero cuando llegaron sus leales, los conjurados habían huido, temerosos del peligro, y el paje estaba muerto a puñaladas, sin duda por los mismos cortesanos rebeldes que quisieron tomar esta venganza del heroico joven.
El rey, furioso por el atentado contra su persona y por la muerte de su fiel libertador, hizo pregonar que daría grandes recompensas y haría grandes mercedes al que le entregase muerto o vivo al magnate traidor y dispuso que, para perpetuar la memoria aquel hecho, todos los días de Reyes, aniversario del suceso, se entregase al descendiente poseedor de la casa de Villandrado el vestido que él y sus sucesores usaran en tal día, convidándolo a comer a la mesa real.
Pero el padre Juan de Maria, en su Historia General de España, dice:
“En el año 1441, día de la circuncisión, defendió valerosamente al rey don Juan II el capitán Rodrigo de Villandrado: en premio de lo cual y para memoria de lo que hizo aquel día, le fue dado un privilegio plomado, por el cual se concedió para siempre a los condes de Ribadeo que todos los primeros días del año comiesen a la mesa del rey y les diese este el vestido que usan en aquel dia”.
Benito Vicetto, en su Historia de Galicia, refiriéndose al mismo caso y aludiendo a la leyenda, aclara que…
“Quien salvó al rey, cambiándose con él el traje que vestía, fue el caballero gallego don Rodrigo de Villandrado, conde de Ribadeo, que era amigo del rey, habiendo perecido por salvar a este, asesinado por los grandes magnates castellanos que pretendían dar muerte al monarca”.