ESPAÑA, UNA, LIBRE E INDECISA
Por Alberto Barciela
Unas elecciones deberían ayudar a despejar incógnitas. Pero hoy, en España son más las preguntas que las respuestas. Todos han ganado: el Partido Popular, el bloque de izquierdas más nacionalistas… Sin duda, la vencedora es la democracia, los ciudadanos han hecho saber lo que piensan, aunque ese conocimiento demuestre confusión y un cierto hastío de medias verdades. No, no es la verdad de Tezanos ni de Michavila, sociólogos de cortes, es la de un pueblo que requiere firmeza en sus decisiones y que ha decidido no otorgar mayorías claras ni diáfanas, potestades a las egolatrías. Lo que prosigue son preguntas sobre el devenir de la cuarta economía de Europa.
Como con los gallegos, podría decirse que con los españoles ya se sabe que nunca se sabe. Lo latino, lo emocional, prevalece. Somos de confrontación, no de consensos. La Gran Coalición, la que representaría un acuerdo entre el centro derecha y la izquierda, Partido Popular y PSOE, frente a nacionalismos excluyentes y no dialogantes, es una entelequia, un divertimiento de improbabilidad. El sentido común se extrema, diverge, comunidad a comunidad, y responde a una realidad histórica bien conocida, en absoluto asumida. Por algo se dice, con ironía cierta, que los españoles, somos los republicanos más monárquicos, y que la corona nos cae cual sombrero galante. Manda la dama, no el género, ni la cultura. Se impone la cordialidad aparente de las formas y el inconformiso de fondo. Sabemos más de todo que de economía, opinamos de fútbol con cierta gracia. Improvisamos, y, claro, así nos va. Somos muy de sol y sombra, ante temperaturas extenuantes.
Por eso a nadie extrañe que concordemos con una cierta anarquía vital. Como emulando a Henry David Thoreau, escritor y filósofo estadounidense, cuando decía que “cualquier hombre que tenga más razón que sus prójimos ya constituye una mayoría de uno.” No sumamos, nos individualizamos, hacemos hermoso lo particular, incluso lo convertimos en humorístico, e impracticable lo colectivo, no sea cuestión de que se beneficie el prójimo.
Otra vez, en España han ganado las minorías, incluso las cualificadas. Muchos otros saben que han perdido el sentido de Estado, el entendimiento del momento, la necesidad de estabilidad y de equilibrios, la superación de una lejana y antipática Guerra Civil o el olvido de un dictador bajito, enterrado y trasladado. Estamos en la confusión, algo que solo se resuelve con un buen año turístico y unas cervezas bien frías en el bar de enfrente mientras esperamos que la selección española femenina gane un mundial o hablamos de memoria histórica, la que evita el embate del presente real. La vida, sépanlo, es el momento.
Ya la mayoría de los dirigentes saben quiénes fueron Colón o Azaña, pero desconocen a Madariaga, Salvador, y Europa o América Latina no dejan de ser más que una posibilidad en las afueras, una oportunidad de negocio o de subvención. España, por decisión de sus ciudadanos libres, ha quebrado ahora, en su decisión más oportuna y libre. Quizás es porque siempre hemos pensado, es un decir, en el fondo y en la forma, en que la verdadera oportunidad está en otro lado, en criticar al prójimo.
Es verano, hace calor. Es posible que en Ferraz o Génova, dos calles de ese hermoso Madrid cosmopolita, sedes de los grandes partidos, piensen en que seguir desvariando es la solución. Es una oportuna inoportunidad, la que hace que todo se pueda decidir en Bélgica, en Marruecos, en Moscú, o en un arrabal de las Ramblas. Quizás sea legítimo lo ilegitimo, o no.
Todos tenemos derecho a votar, ¡qué grandeza!, y a equivocarnos. Somos libres y minoritarios. En España hemos ganado en preguntas y nos faltan todas las respuestas. Entre tanto presidimos la vieja Europa, cuna de la democracia.
Otra caña, por favor. Viva España, una, libre e indecisa nación a la que adoramos casi todos. Ganó la inseguridad, la inestabilidad y el resto son cuentos.
ALBERTO BARCIELA