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ESPEJISMOS: CLASE MEDIA Y TRABAJADORA

En la comunicación política este es hoy el referente principal; da más ambigüedad para moverse en la búsqueda del voto.

Por Manuel Menor

En las sesiones sobre el “estado de la nación”, al menos en lo que se oyó el 12 de julio de 2022, este núcleo verbal fue de los más frecuentados en el hemiciclo del Congreso, como destinatario principal de medidas que puedan amortiguar los problemas que generan la creciente inflación y la guerra en Ucrania.

Alguna alusión hubo a la limitación de esa mixtura interclasista, descontando por arriba a los centiles o deciles de “los más ricos”; superan los 100.000 euros de rentas de trabajo, son los destinatarios de las controvertidas “becas Ayuso” y posibles beneficiarios futuros de otras de momento improbables becas gourmet que les ayuden a sostener sus demostraciones de estatus.

LOS RANGOS DE RENTA

En esta delimitación de la “clase media y trabajadora”, esta precisión tenía en cuenta que, para algunos políticos en ejercicio, alcanzar casi los 180.000 euros de renta no era obstáculo para ser de “clase media”. Tal vez tenían en cuenta que esa posición relativa en el ranking social no podía compararse con la de Amancio Ortega, Bill Gates o Jeffrey Preston Bezos en las listas de Forbes. Este criterio para becarios de dinero público era una más de las muestras de desprecio que a diario muestran con “lo público”; muy expresiva de cierta acracia neoliberal a la que le son indiferentes las necesidades de quienes se sitúan en tramos de renta muy inferiores. Solo queda por ver por qué, según los datos de un informe de Bankinter en 2020, de los 21 millones de declarantes del IRPF, a estos dirigentes políticos les interesa de modo especial el 3,78%; sus rentas de trabajo oscilan entre 60.000 y 100.000 euros anuales y son unas 680.000 personas.

De todos modos, cuantos mencionaron a la clase media pugnaban por tenerla de su parte, sin delimitar la diferencia de rentas con la clase trabajadora, cuyo nivel de recursos es más difícil. El rango más común de las rentas de trabajo comprende a casi ocho millones de personas que declaran menos de 12.000 euros anuales, y vienen a ser el 26,47%, de la población. Si a este conjunto se le suma el de quienes declaran entre 12 y 20.000 euros, puede añadírsele otro 20,86%, que equivale a otros cuatro millones de personas. Ambos tramos constituyen los tipos de rentas principales en que se mueve la amplitud de la clase trabajadora. Es en los tramos intermedios, hasta los 60.000 euros, donde confluye la ambigua línea divisoria que la distingue de la “clase media”, en que cuatro millones declaran entre 30 y 60 mil euros y vienen a ser el 19% de las pertenecientes a la “baja clase media”.

LOS RANGOS DE AUDIENCIA

A los intervinientes en la mencionada sesión parlamentaria, parece, pues, que les interesara ante todo ampliar la audiencia de sus seguidores. Aprovechan que, en el sentimiento de los oyentes respecto a su posición en el conjunto social, pocos suelen verse a sí mismos como pertenecientes a “las clases trabajadoras”, sino más bien en posición de haber subido y seguir subiendo en la escala social, aunque el trabajo de que dependen sea un bien escaso y deteriorado; de tener otra visión, los “sindicatos de clase” no darían abasto en afiliados.  Al asociar clase media y trabajadora, poniendo por delante además lo de la “media”, animan a que el común de la gente se sienta aludida; restan conflictividad a la convivencia y al sistema productivo, los intereses entre los grupos o “clases”, aparecen más armónicos y compartidos, y no hacen ver sus diferencias y peleas en el reparto del valor del trabajo productivo. Saben que hoy la pelea histórica del movimiento obrero, especialmente desde 1848, en defensa de sus intereses frente a los de los propietarios de “los bienes de producción”, que decía Marx, no interesa. Tienen más afán en que prosiga el sueño burgués por controlar esa lucha, y cómo la ocultaron hablando de “la cuestión social” amortiguando así la visibilidad de la pobreza rampante que generaba la desprotección legal de los derechos salariales y laborales que se resistían a admitir. Se fueron implantando estos, desde comienzos del siglo XX, y la vida de las “clases trabajadoras” fue mejorando. Y cuando muchas de las demandas de la justicia distributiva fueron atendidas desde la perspectiva del Estado de Bienestar en la Europa posterior a 1945, los libros de texto franceses, por ejemplo, incluyeron un tema titulado: “Los 30 gloriosos”, en que a los adolescentes de los años setenta les enseñaban que la sociedad les había dado, a todos, el derecho a vivienda, educación, sanidad y servicios sociales accesibles.

LOS RANGOS DE LA MEMORIA

Muchos de ellos son hoy “clase media”, en mayor o menor ascenso social, como lo son en España quienes desde los años setenta pudieron “estudiar” y no solo “ir a la escuela”.  En España, accedimos tardía y mediatizadamente a ese esquema relacional y su deterioro crece, pero es a ese grupo al que más conviene la confluencia y no la brecha entre la muy extensa “clase proletaria” –expresión que ya no se oye tampoco-, y el resto del sistema social. A esta clase media real, y a cuantos se sienten más clase media que proletaria, le ha sido posible sentirse dueña de algunas comodidades mayores que las de la clase propiamente “trabajadora”, pero no tienen propiedades como las que protegen y defienden las family offices con mil artilugios opacos; no son los megarricos que controlan amplios sistemas de dominio.

Cuando rondan los 100.000 euros de renta, se sienten en ascenso diferencial por su posición intermedia en la producción, comercialización y distribución de bienes y, como acaba de verse estos días, algunos de también se sienten mayordomos de los de más arriba en la creación de los relatos de radio, prensa, TV y Redes, en que se creen omniscientes. Ese audaz periodismo de investigación que, al servicio de intereses muy privados, inventa lo que pasa, es el mejor ejemplo de esa clase media desclasada, que nunca se sentirá clase trabajadora por más que juegue a parecerlo.

Por lo oído ayer mismo en el Congreso, esta mezcla interclasista tiene que ver, igualmente, con lo que acontece respecto a la Memoria histórica; de ser algo necesario para entendernos, sigue siendo, como en los años de la Transición, arma arrojadiza. No es difícil sospechar que quienes solo incluyen a “sus” muertos recuerdan el rol de la “Buena prensa”, financiada desde finales del XIX –como decía su propaganda- por “las clases superiores” contra los “errores y aberraciones”. ¿Desean reimplantar la tradición de orientar –y censurar- que ejercieron en cuanto a lecturas nocivas y útiles (1910), novelistas buenos y malos (1910) o, en general, Lecturas buenas y malas (1953)?