¿INALCANZABLE FILADELFIA?
“Filadelfia, la real, la fraterna, será, por esfuerzo propio, como las matemáticas o la cirugía de ojos, obra totalmente humana.”
Por J. J. García Pena
Philadelphos -tierra de amor fraternal- le llamaron en griego a aquella ciudad fundada (mucho antes de que naciera Cristo y devastada por un terremoto en plena adolescencia del Mesías) por el amor y en homenaje de un rey a su hermano mayor. Reconstruida e invadida cien veces, hoy la bíblica ciudad se llama Alashehir.
Desde entonces, varias “Philadelphias” bien intencionadas fueron brotando por el mundo (en el Nuevo no menos de cuatro, la primera en 1680) en un noble intento de concretar el esquivo ideal, sin que, hasta ahora, al calor de su amoroso nombre hayan madurado los frutos anhelados.
—- ¿Dónde, por fin, se levantará la Filadelfia real, ese oasis de altruismo humano?
—- ¡Yo qué sé! Tal vez en otro planeta…
Ya mucho antes un filósofo uruguayo se preguntó:
—- ¿Cuántos kilómetros faltarán para llegar al pueblo aquel?
—– Tampoco eso sé; quizás los midamos en siglos-, le respondo.
Es posible que conozcas al “Bocha” y a Numa, su musical vocero, una dupla creadora ya por siempre indisoluble. Uno transcribió en silencio sus pensamientos y el otro sigue descifrando la música que el viejo pensador dejó sabiamente encriptada en sus poemas y que, guitarra en ristre, el juglar oriental los divulga a voz en cuello. Los declama.
Ambos son uruguayos de los pagos de Tacuarembó. Washington Benavídez, profesor de literatura y poeta, “aportuñó” su apellido por cercanía intelectual y geográfica con sus pares del Brasil sureño. De ahí que se le conozca como Benavides “El Bocha”.
Héctor Numa Moráes, músico y guitarrero usa, intacto, el que trajo de cuna. Entre ambos nos convocan a imaginar el vaticinado arribo a una tierra ideal, siempre deseada y nunca vista. Una landa sin horcas, sin censuras, sin hambre. Con abundante pan.
No fue, no es, pero será.
Presiento que a ese pueblo, se halle en dónde se halle, lo habrán de disfrutar, inteligentemente, los supervivientes de nuestros propios horrores. Y lo harán cuando hayan aprendido a ser merecedores de él, luego de siglos y siglos de autohecatombes y de mutuas zancadillas alevosas, errando, miserables, ciegos, migrantes y aterrados, de continente en continente, en su búsqueda.
El arribar a Filadelfia, poblarla y disfrutarla, será el mayor logro de nuestra especie, no lo dudes. Por ahora, Filadelfia, la real, se vislumbra muy lejana. Muy lejana, es cierto, pero ya se vislumbra, que no es poco.
No nos caerá del cielo, (del cual solo es dable esperar granizo, huracanes, lava y plagas de langostas); Filadelfia, la real, la fraterna, será, por esfuerzo propio, como las matemáticas o la cirugía de ojos, obra totalmente humana.
La habitarán nuestros descendientes y eso nos dibuja una sonrisa serena que nos nace bien profundo, corazón adentro de la certeza. Será una tierra de hartura y aceptación, en la cual ya…
…Nadie te golpeará
por tu religión o por tu piel,
por socialista o musulmán,
te llames Günnter o Raquel.”
Lo reflexionó Washington y te lo canta Numa, vocero ideal del viejo profesor de Tacuarembó.
Suma tu voz a su clamor universal. Y canta alto, tan alto y alegre como la irrenunciable esperanza de llegar a la Filadelfia real.