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LA AUTORIDAD DEL SABER

Por Alberto Barciela

El diccionario de la Real Academia Española  otorga a educar el significado de dirigir, encaminar, doctrinar, y también de desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven- extrañamente se olvida a los adultos-, por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc. También alude a perfeccionar o afinar los sentidos. Educar el gusto, el oído y adquirir los buenos usos de urbanidad y cortesía.

Uno accede a mayores conocimientos a partir de la observación de sus entornos, natural y social, y escuchando con respeto y atención a la experiencia.

En el principio de los seres racionales hubo de jugar un papel esencial lo espontáneo. Los aprendizajes se  producirían por evolución experimental, serían empíricos, no había escuelas, ni precedentes, siquiera una tradición. Los primeros maestros serían los padres, la comunidad, los compañeros de juego, formados todos ellos en sus propios devenires espontáneos y compartidos.

El humano pudo aprender en el ágora, o en un paseo hasta el Pireo -mediante la mayéutica-, o en la Academia de Atenas, o bien de la lectura o de la simple experimentación de la vida en soledad o en sociedad. Ahora lo hacemos en modernos centros educativos, colegios, institutos, academias y universidades, con el apoyo ya de las nuevas tecnologías.

En todo caso, el ser racional ha aceptado un proceso de aprendizaje o adquisición de conocimientos, habilidades, valores, creencias y hábitos eficaz para el florecimiento personal. Son fundamentales la tradición narrada o contada, la discusión de determinados planteamientos, la reflexión, el ejemplo o la investigación.

En esencia nos educamos para convivir en libertad, para respetar, para enriquecer nuestras experiencias individuales y colectivos, para admitir normas y protocolos, para entendernos y convivir pactando muchos aspectos que nos han permitido evolucionar desde lo tribal a lo social complejo.

Enseñar nace de la vocación y el buen maestro aspira a hacer escuela; aprender debe ser una actitud movida por la curiosidad, por la motivación de superarse, de ver reconocido el esfuerzo, de devolver algo de lo adquirido a nuestros semejantes, de entrenarnos para la vida. En todo ello es fundamental conseguir continuidad y desarrollo.

En este ahora confuso, en un mundo diverso y plural, sabemos que son difíciles los acuerdos sobre cualquier materia, pero los intereses particulares, singularmente los de índole ideológica, no propenden al diálogo, ni al asenso y, pensando mal, al sentido común o al interés general siquiera en materias tan sensibles como la formación de las futuras generaciones.

Somos lo que comprendemos, que no se corresponde exactamente con lo que nombramos. Desde 1970 nos hemos referido a la norma que regula la enseñanza como: La Ley General de Educación que fue sucedida por la Ley Orgánica del Estatuto de Centros Escolares, que dio paso a la Ley Orgánica del Derecho a la Educación. La famosa LOGSE, Ley de Ordenación General del Sistema Educativo que antecedió a la Ley Orgánica de Participación, Evaluación y Gobierno de los Centros Docentes. Entre las últimas se encuentran la Ley Orgánica de Educación de la etapa de Zapatero, y la actual Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa. Ahora se debate la Ley Orgánica de Modificación de la Ley Orgánica de Educación (Lomloe). Todo un galimatías, una confusión, un desorden, un lío impropio de una democracia liberal.

La solución definitiva a tanta ineptitud requeriría un consenso similar al que propició la Constitución Española de 1978, en el que participasen pedagogos y padres, además de políticos.  Por ende, se requeriría prever la capacidad adaptativa de la ley acordada, mediante reglamentos que permitan complementarla, actualizarla a circunstancias locales, cambiantes o imprevisibles. Tolerancia y flexibilidad, consulta a los profesionales, nada de imposiciones, ese debería ser el talante.

Es probable que una reforma de calado sea necesaria. Para ello no es imprescindible destruir los precedentes que han funcionado con corrección, siquiera acabar con una cultura cristiana, social o solidaria.

Es probable que la nueva proposición de Ley incorpore aportaciones de valor y circunstancia, pero hay que explicarlas. Es absolutamente necesario que el sistema democrático ejerza no solo la potestad de los votos, también lo es el buscar unas ciertas unanimidades en lo esencial. Y, por supuesto, es definitivo entenderse en el idioma que hablamos todos, el español, e incorporar con calidad las lenguas y dialectos que se hablan en nuestro país al sistema de enseñanza.

Platón dejó escrito que “el legislador no debe proponerse la felicidad de cierto orden de ciudadanos con exclusión de los demás, sino la felicidad de todos”. Si no lo hemos aprendido todavía deberíamos repasar nuestros apuntes. Una vez más, lo que está ocurriendo es para nota, el suspenso es general.