galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

“LA CONCEPCIÓN”

A Concepción Padilla, soldadera.

Escena de la Revolución de 1904.

Por J. J. García Pena

—- De ordenar las Grandes Historias se ocupan los graves especialistas en las tales, pero solo el poeta va al rescate de las desdeñadas por menuditas. Ahí, sin más, tenemos las “Nanas de la cebolla” y “Las moscas”.

Poco más o menos así cavilé hace medio siglo, cuando conocí los versos de “La Padilla”, del poeta tacuaremboense Washington Benavides, en la potente voz de su coterráneo Héctor Numa Moráes, autor de la música que le cuadra como uña al dedo.

La Padilla no fue una épica Agustina de Aragón, ni siquiera alcanzó la fama cuartelera de una Adelita, celebrada en corridos mexicanos. Fue una simple y tradicional soldadera oriental.

Una entre tantas otras mujeres que, indiferentes a los tejemanejes de los caciques, dividían sus favores en los ejércitos en que servían sus hombres enrolados, por voluntad o por leva, en uno de los dos bandos políticos uruguayos, en constante pugna bélica hasta “la rivolución del cuatro”. Irreconciliables divisas de pañuelos y vinchas albas y punzó, desteñidas en gélidos pamperos y en sudores agónicos.

Saldada la revolución de 1904 con la muerte del alzado caudillo “blanco” Aparicio Saravia, en combate contra el ejército regular del “colorado” presidente José Batlle y Ordóñez (luego el Viejo Batlle), subsistieron, muchas décadas aún, los rencores partidarios. Azuzados caínes y abeles en su momento y, al cabo, la misma miseria de siempre en los pobres de ambos bandos.

Así llegó a vieja Concepción Padilla, entre la mala vida alcoholizada, vociferando sus estentóreos ¡Viva Batlle!, retrucados por adversarios cerriles o por niños de cándida agresividad.

Así se lo oí declamar -que ese y no otro es su estilo- a Numa, en 1971.

Desde entonces me propuse indagar en aquel humilde personaje, enternecida mi adolescencia por su solidaria nobleza, a pesar de ensombrecerla su vergonzoso vicio. El vate norteño denunció: 

—- Te vieron las espinas, la rosa no.

Con “el Bocha” Benavides en la presentación del libro de Numa , la única vez que intercambié un par de frases con el viejo poeta oriental.

Tal vez algún día, (¿por qué no hoy, ya jubilado?), pudiera escribir un artículo en su memoria. Pero ya no es necesario. Otro auténtico galiguayo, inexcusable testigo de primera burla y receptor de los insultos y halagos de la agria Padilla, se me anticipó felizmente.

Sé que José Mª Monterroso Devesa, gallego y uruguayo a partes iguales y amigo a tiempo completo, no tomará a mal que me valga de un trocito de la elegía que él -coruñés de Tacuarembó- dedicó a Concepción Padilla, antigua soldadera oriental y “mama de amor”: 

El alcohol había hecho mella en la antigua luchadora colorada, sobreviviente degradada de las patriadas del 904. Un alzar de polleras agresivo se unía a sus invectivas verbales de los más bajos quilates. Y por aquellas calles se perdían su voz y su persona. Así que los atacantes nos replegábamos ante el ímpetu defensivo-ofensivo de la vieja.

Muy pronto dejé yo de insultarla -que aquello era un insulto- un poco llevado quizá por mi afición a los viejos. Y ella siempre tenía para mí un gesto de simpatía, unas palabras encomiásticas, que acaso buscaran los vintenes para el vicio… O acaso no: ¿qué plata propia podía tener un muchachito?

Pasados los años supe que aquel despojo humano, producto de quién sabe qué traiciones de la vida, llevaba en sí con un secreto que ni ella misma puede que alcanzara, la generosidad necesaria para mirar por el futuro de otros…”

(Fragmento de La Padilla, Memorias de Tacuarembó y otras elegías. 1987)

Aquí os lo dejo por si queréis escucharlo…

Numa emociona con su cruda descripción de un personaje que “El Bocha” Benavides rescató (de puro bueno, no más) con el mismo crudo realismo que tienen las heladas gotas del rocío del pasto lunar y las perennes púas de cualquier tala criollo.