galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LA DAMA DEL CASTRO DE GUNDIVÓS

Por Santiago Lorenzo

Me contó cierto día el viejo Salvador, de Canabal, que había oído decir a su abuelo que, siendo este mozo, se hablaba de una dama del castro de Gundivós, que se casó con un muchacho de aquella parroquia, y que la cosa aconteció de la siguiente forma.

Martiño era un mozo muy atrevido y alegre, robusto y gentil. Gustaba de bailar y divertirse en las romerías y foliadas y charlar con las mocitas; y no cantaba mal y sabía contestar a las cantigas de las rapazas en las retesías (Chanzas y puyas entre un hombre y una mujer) con una gracia y una intención que eran dignas de oírse. Este mozo había andado en las partidas de guerrilleros que se formaron contra los franceses de Napoleón y se decía que había luchado bravamente contra ellos.

Una mañana del mes de marzo, muy temprano, andaba Martiño en el monte cortando malezas y retamas, cuando de pronto oyó hablar en un tono muy dulce a una mujer que hasta entonces no había visto.

—- Ai mozo ¿e ti quereríasme facer un grande servizo?

Martiño miró hacia donde sonaba aquella voz y vio una joven dama, rubia y muy hermosa, la cual no conocía ni jamás la había visto.

Aunque extrañado de aquello que no acertaba a comprender, porque allí no había casa ninguna de señores, el mozo, sin aturdirse, respondió.

—- Que eu poida, eu vou facer o que quere.

Entonces la dama le dijo que la siguiera, y él la siguió; y llegaron a un lugar desde el cual se veía unos grandes peñascos; y entre ellos le dijo la señora que había una cueva, y después le explicó todo cuanto debería hacer dos días después, añadiendo que si lo hacía, habría de conseguir mucho bien, y que ella le haría un gran regalo que seguramente lo agradecería mucho.

Martiño no se amedrentó, a pesar de haberse dado cuenta de que en aquello había algo de encantamiento; y pasados los dos días, hizo todo tal como le había dicho aquella dama.

Cuando se acercó a la boca de la cueva, le salieron al encuentro dos perros grandísimos y muy fieros, mostrando los dientes y dispuestos a hacerle pedazos; pero él les echó un cordero muerto y desollado que llevaba; y, cuando obedeciendo a su instinto, a el hambre que tenían, los animales se arrojaron sobre el cordero, Martiño, con dos rápidos golpes de guadaña, les segó la cabeza, y seguidamente entró en la cueva, llevando en una mano la guadaña y en la otra una tea encendida.

Dentro de la cueva vio resplandores por todos los rincones, como si la luz se reflejara en espejos o vidrios de mil colores. Y entonces apareció la dama con una regazada de cadenas y cordones de oro, pendientes, collares, anillos y peines de oro y piedras brillantes como estrellas, y muchas cosas más, todo de gran valor y riqueza. Y la dama le dijo:

—- Hai que saír rapidamente, e pronto.

Martiño tiró la tea al suelo y, cogiendo a la dama de un brazo, huyó con ella hacia la salida de la caverna. Y cuando ya estaba en la boca de ella, oyeron un gran estruendo, como si dentro de la cueva se hicieran añicos todos los vidrios y columnas y cayeran vigas y piedras con un ruido estremecedor. Miraron instintivamente hacia atrás y vieron la cueva obstruida con grandes rocas y pedruscos, que si tardaran un instante más en salir, allí les habrían aplastado y enterrado.

Martiño condujo a la dama hasta su casa y la presentó a sus padres, contándoles su aventura. Y poco tiempo después se casó con ella. Y esta era una señora fidalga y la más hermosa mujer de todas cuantas se pudieran ver en diez leguas a la redonda, y hablaba muy dulcemente, y fue estimada de todos los vecinos. 

Y con todo aquel oro que habían sacado del encanto hicieron una gran casa y compraron tierras. Fueron felices y comieron… ¿Pulpo a feira o perdices?

Desde muy antiguo, Gundivós goza de fama por su cerámica.