galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LA DIGNIDAD NO SE COMPRA

Por J.J. García Pena

Ningún niño uruguayo regresa de la enseñanza primaria sin haber escuchado la frase:
— No venderé el rico patrimonio de los orientales al bajo precio de la necesidad.
Ningún oriental mayor de edad ignora su significado y origen. Luego el tiempo dirá si, adaptada a su personalidad, la aplica o no como norma ética en su vida adulta. Eso dependerá de cuán hondo haya calado en su alma el contenido de lo aprendido de niño, pero ninguno podrá aducir desconocimiento de ese legado sin límite ni peligro de caducidad.
Nos hemos habituado a que la prensa al uso destaque los comportamientos más vergonzosos de nuestra especie. Es algo así como una suerte de competencia impúdica e interna entre quienes debieran informar -que no deformar- a la opinión pública. Es que el escándalo, la corrupción y el vicio reditúan más que la virtud y el decoro. Por eso me complazco en destacar un hecho digno de encomio ocurrido este recién terminado verano de 2025 en la costa sureste uruguaya.
El oportuno accionar de un honrado guardavidas playero salvó de una muerte casi segura a un pequeño inocente de 3 años que, descuidado por sus progenitores, ingresó al agua en la popular zona llamada “La Barra”, nombre que toma de la formación arenosa que se produce por peligrosas “corrientes de retorno”, esas subacuáticas y traicioneras fuerzas generadas por el encontronazo de las aguas oceánicas con las del arroyo Maldonado en su desembocadura en la famosa y atlántica playa Brava, de Punta del Este.
Dos veces el salvavidas advirtió a la madre del menor del riesgo que corría su hijo en esa situación, conminándola a retirarlo de la orilla y trasladarlo a un lugar seguro. Ella, lejos de acatar el consejo del responsable de dicho sector, dejó solo al niño mientras se dirigía a buscar a su esposo.

Tal como el vigilante de la playa temía, el pequeño se introdujo en el agua hasta quedar casi cubierto con evidente riesgo de ahogamiento, extremo que, afortunadamente, pudo ser evitado gracias a su rápida intervención. Cuando entregó el asustado niño a sus desaprensivos padres les reconvino -con respeto no exento de firmeza- sobre el trance en que se vio envuelto el pequeño por su negligencia:
— Este mal momento se pudo evitar. Se lo advertí dos veces, señora: “No deje solo al niño y retírelo de ese lugar”.
— ¡Para eso te pagamos!, gritó, despreciativo, el padre.
— ¡Señor, le recuerdo que soy guardavidas, no trabajo para una guardería infantil!-, le respondió, enérgicamente, el guardián playero.
El energúmeno, ensoberbecido e irritado, lejos de reflexionar y agradecer al honesto funcionario, le propinó un golpe de puño. Ante el cariz que iba tomando la tensa y absurda discusión, debieron intervenir algunos veraneantes y compañeros del agredido, que impidieron que la misma se agravase aún más.
El execrable sujeto, en vez de mostrarse arrepentido o por lo menos retirarse avergonzado de su mala acción, permaneció en el mismo sector de playa, desafiando al trabajador con provocativas miradas sobradoras y enviándole aspaventosos gestos burlones cada vez que sus miradas confluían.
Poco más tarde, efectuada la correspondiente denuncia por la agresión física, aún faltaba el colofón que terminaría por completar el retrato de la catadura moral de ambos antagonistas. Obligado el pedante turista a rendirle disculpas públicas a quien arriesgó su vida por salvar la de su pequeño hijo, creyó que podría borrar su deshonroso comportamiento ofreciéndole dinero (no importa cuánto, eso es lo de menos) a modo reparador de su indigno proceder.
El noble salvavidas aceptó las disculpas, pero rechazó de plano recibir el oprobio vergonzante de una dádiva vil. Al ofertante lo sorprendió el tajante rechazo. Quizás en su medio habitual esté bien visto comprar, vender o arrendar conciencias. Ojalá que, por su bien, haya aprendido que la vida de un niño y la dignidad de un hombre íntegro no tienen precio.

Un socorrista uruguayo, cubriendo 30 horas efectivas de labor semanal y en cualquier punto del país, en esta temporada 24-25 gana 45.344 pesos nominales por mes (unos mil y pocos dólares, cercano a lo que, en España, por ejemplo, sería considerado el sueldo de un humilde “mileurista”)
Así como la conducta de su agresor nos avergüenza, este ser humano nos honra a todos.
No lo conozco ni tengo derecho a dar su nombre sin su consentimiento, pero presiento que en él, como en otros muchos de sus connacionales, prendió la semilla de aquella enseñanza que, trascendiendo el tiempo, se personalizó en el sentir oriental:
— No vendo mi dignidad al vil precio de la necesidad.