LA MÚSICA DEL HAMBRE
Por J. J. García Pena
Amigos, ustedes son muy jóvenes y manejan con destreza maravillosos aparatos audio reproductores, pero sepan que hubo un tiempo en que no existían equipos ni técnicas acústicas que modificaran las voces al punto de hacer sonar bien hasta a un mediocre aficionado al canto y la IA ni siquiera era una utopía.
Este registro que destaco hoy es de 1955 y el joven cantor -nacido en 1928 y protagonista de la pésima película-, como tantos otros españoles, había pasado hambre y sobrevivido a una guerra civil (1936-1939) que se llevó por delante a un millón de personas y aún se los seguiría llevando más de quince años después, cartilla de racionamiento, meningitis y tuberculosis de por medio.
El régimen imperante -con la conveniente complicidad de la «Santa Madre Iglesia”-, para ocultar la ineficacia social y las bestialidades represoras de la dictadura franquista, fomentaba las canciones pasatistas y las películas intrascendentes, mientras en Italia, por ejemplo, se creaban verdaderas obras maestras tales como Roma, ciudad abierta; Ladrón de bicicletas o La estrada. Las pobres gentes españolas hallaban momentáneo olvido, consuelo e ilusión en bodrios argumentales al estilo de Las de Caín, La violetera, El último cuplé o Soy minero.
Sin embargo, el hambre (el hambre de verdad, la estomacal) también tuvo y tiene la virtud de darnos a conocer valores increíbles en el arte, en este caso el de cantar.
Valores que, con el estómago lleno, jamás hubieran trascendido. Con frecuencia el hambre suele proveernos de los mejores artistas habidos. Carlos Gardel, Edith Piaf y Antonio Molina son solo tres de los muchos ejemplos en los que la necesidad potencia al genio. Lacerante – quizás el que más-, fue el caso de Joselito, niño explotado.
En este siguiente tema musical, cuya letra pasa a un cuarto plano, un solo golpe de voz produce más de 40 segundos continuos de inigualados melismas. Antonio en toda su increíble plenitud pulmonar.
Es una indiscutible muestra del grado de excelencia que pueden alcanzar con su voz quienes, además de condiciones innatas, tienen la pretensión, la ocurrencia y la necesidad de querer comer todos los días gracias a su arte. Ojalá lo disfruten tanto como yo desde que lo escuché en mi lejana niñez andaluza hace poco menos de 70 años.