galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LAS PALABRAS NO SON LAS COSAS

Las reformas de las palabras son más baratas que las de los problemas, permiten incluso evadirlos y dilatarlos, como si no se pudiera hacer más.

Por Manuel Menor

Es vieja la pregunta de aquel juez a un testigo: “¿Lo vio o no lo vio?”, a la que este responde: “Por un lado, xá ve, e por outro qué quere que lle diga”, con evidente desconcierto para el interlocutor. Michael Foucault nos dejó advertidos a mediados de los sesenta de que las palabras y las cosas no siempre van al unísono; es frecuente que las primeras se usen para disfrazar y tergiversar las segundas, con lo cual la conexión para que nuestras neuronas armen un honesto conocimiento de lo que sucede, hacernos cargo y decidir qué hacer, se colapsa o se rompe.

Este disfraz ya tuvo clientes en Grecia y Sócrates pagó caro que hubiera gente en disposición de torcer decisiones graves a conveniencia. No hace mucho, el lingüista Lakoff le dio un repaso en 2007 a muchas de las políticas neoliberales que había llevado a cabo Reagan y vino a advertir del cuidado a tener con los marcos conceptuales de las palabras; hay verdaderos equipos de especialistas en tergiversar el sentido de las más preciadas y llevarlas a que signifiquen algo muy distinto de lo que en leal conversación cabe entender; por tanto, No pienses que es un elefante, puedes estar ante un trilero que juega con tu ingenuidad.

En los asuntos que tratan los políticos en la prensa, en el parlamento y en la legislación, este juego mutante es incesante y merece la pena prestarle atención. Se acaba de ver, por ejemplo, respecto a la cuestión de la “reforma laboral”, que se acabó centrando en si se trataba de una “derogación” –lo que llevaba consigo dar marcha atrás en lo que habían dispuesto al menos los dos gobiernos anteriores-, para hacer algo que fuera supuestamente más justo y adaptado a la nueva realidad del empleo, o si se trataba de un lifting más ligero, indeterminado y menos contundente: una “actualización de la normativa laboral”.  En eso queda esta “reforma”, haciendo viva una vez más la volatilidad semántica de “las palabras” respecto a “las cosas”, tan distintas en el modo de llamarse en el lenguaje llano por unos y por otros.

Esa vía de desencanto con las palabras se ha iniciado igualmente, entre otros muchos asuntos, con motivo de las pensiones, en que el núcleo verbal “acuerdo”, en repetición del tantas veces recordado “Pacto de Toledo”, volverá a traer al debate semántico quién paga más, cómo se paga más, los tramos a tener en cuenta a la hora de percibir las pensiones y, sobre todo, qué relación van a tener las pensiones públicas con las de índole privada, tan queridas por los bancos y otros agentes sociales con gran peso en el día a día de la gestión del poder. El resultado del debate semántico ya se adivina.

ACUERDOS Y DESACUERDOS

Lo hemos visto respecto a los “Acuerdos del Estado Español con la Santa Sede”. Su “reversión” ha entretenido a mucha gente desde el año 2013, por no mencionar a cuantos, antes de 1976-79, se opusieron a que se realizaran. El PSOE, Después de anunciar para su 40º Congreso su “revisión”, tras muchos años dando marcha atrás solo ha alcanzado a concretar que tratará de “actualizarlos”. Ya habíamos visto cómo se apeaban de la proposición no de ley a que se habían apuntado en la Comisión de Educación del Congreso el 22.02.2018; con sus socios en el “Gobierno de progreso” acaban de olvidar que el documento decía: “denunciar y derogar estos Acuerdos” , porque continúan limitando al sistema educativo –y las libertades de la sociedad civil- de manera desacorde con un sistema democrático, igual que las coartaron los concordatos que rigieron  la vida de los españoles antes de 1975.

Con esa ética oportunista “de decir hoy una cosa y mañana todo lo contrario”, a nuestros políticos y opinadores les importa poco la nada ejemplar democracia participativa que puede ejercitar su propia militancia. En el campo educativo viene sucediendo –de siempre- algo similar. No solo es que la continuidad de esos Acuerdos siga siendo un coladero para la no equidad educativa, como lo habían sido aquellos concordatos, y que los recursos públicos se sigan empleando de modo desigual y al servicio de intereses privados como en la etapa franquista. La base conceptual que rige las palabras usuales para mencionar asuntos y problemas en este campo se tergiversan y no tienen valor. Confesionalismo/ aconfesionalismo, Privada/ Pública, Libertad/ Regulación, son pares que pierden coherencia en la confusión magmática de la extensión semántica de las palabras. Términos de derecho e igualdad –amparados por las grandes declaraciones universales- como “segregación” o “exclusión”, quedan en el vacío; pudo verse, por ejemplo, con motivo de la “reconstrucción de la Covid-19”, en que las medidas decididas por el Parlamento para la Pública irán, “sin segregar”, también a la Concertada, obviando que son dos conjuntos disjuntos que solo comparten la cáscara de algunas formalidades.

NOMINALISMO REFORMISTA

Esta línea de gobernanza sigue en el filo del puro nominalismo escolástico, heredero del bizantinismo de andar a tortas por cuestiones como “naturaleza”, “esencia” o “persona” desde los tiempos de Teodosio el Grande en el último tercio del siglo IV. Parece dar fundamento a los profesores de Filosofía, que, interesados en “ayudar a pensar” no ven bien representada su presencia en los diseños curriculares que estos días se debaten en el Consejo Escolar y otros foros. Su confianza en las reformas del sistema educativo merece alabanza, igual que las de cuantos docentes se ocupen de ver qué hay de lo suyo.

Pero, a estas alturas de la octava ley orgánica que ya regula el sistema escolar, la historia real de las “reformas educativas” aconseja no ser fetichista y no creerse que vayan en serio al fondo de los asuntos. En la larga duración de los miles de veces que “plan de estudios” aparece en el corpus legislativo de educación -desde antes de 1857- su “naturaleza anfibológica”, crecientemente inclinada a ser lo contrario de lo que dicen que es, se reduce a administrar neolenguajes en que los problemas estructurales que pivotan sobre el día a día de las aulas públicas dejan a salvo a las otras, más o menos como las rebajas (otra palabra viscosa donde las haya).